OPINIóN
Actualizado 28/11/2025 12:57:09
Ana Caballero

Artículo de Ana Caballero, abogada y vicepresidenta de la Asociación Europea Transición Digital.

Hace unos meses tuve la oportunidad de viajar a Colombia para presentar el “Pacto Menores Digitales”. Un proyecto nacido con la idea de proteger a los niños y adolescentes en su relación con la tecnología. Iba preparada para hablar de algoritmos, del uso compulsivo de redes sociales y del riesgo de mercantilización de los datos personales de los menores. Por supuesto también de las oportunidades que ofrece la tecnología. Pero lo que encontré fue una realidad aún más cruda y, sinceramente, inesperada: la de las plataformas digitales utilizadas como herramienta de captación para la lucha armada.

Allí, en contextos marcados por la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades, TikTok, Facebook o WhatsApp no solo son entretenimiento. Son el nuevo terreno de reclutamiento de grupos armados que han aprendido a utilizar los mismos mecanismos que las marcas comerciales: viralidad, narrativa emocional, promesas de pertenencia, e incluso “challenges” disfrazados de heroicidad. Las redes sociales no solo están capturando la atención de los menores, también su voluntad.

En España y Europa no vivimos esta misma realidad. Pero que no tengamos guerrillas en nuestras montañas no significa que estemos a salvo. Aquí, las redes han servido ya para captar menores en procesos de radicalización ideológica, especialmente de corte yihadista. Así lo advierte el Real Instituto Elcano, uno de los think tanks de referencia en geopolítica y seguridad, que ha señalado en diversos estudios cómo el ecosistema digital —cuando no está regulado adecuadamente— se convierte en una autopista para la difusión de discursos extremistas, el reclutamiento en línea y la construcción de identidades manipuladas.

El problema no son solo los contenidos que circulan. El verdadero problema está en el diseño mismo de estas plataformas: funcionan como una caja de resonancia, que refuerza cada creencia, cada emoción, cada vulnerabilidad. A un menor que empieza a interesarse por determinados discursos, el algoritmo no le lleva a la reflexión o al contraste. Le lleva más profundo. Más vídeos, más cuentas, más contenido en la misma línea. Y eso, cuando hablamos de radicalización o captación, es dinamita.

Es hora de dejar de ver las redes sociales como simples espacios de entretenimiento. Son instrumentos poderosos, con capacidad para entretener, sí, pero también para manipular, explotar o incluso reclutar. En Colombia me di cuenta de que la lucha por la protección digital de los menores no es solo una cuestión de datos o de privacidad. Es una cuestión de seguridad, de derechos humanos y de futuro.

En Europa hemos empezado a legislar. Pero aún estamos lejos de garantizar una verdadera protección. Necesitamos plataformas responsables, gobiernos valientes y una sociedad civil comprometida. Porque cuando un menor cae en una red —sea social o delictiva— es una derrota colectiva.

Y en esto, como siempre, no hay ensayo general. Solo hay una oportunidad: actuar a tiempo.

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