El salón rojo del Casino estuvo tocado por los duendes del arte, en la imagen y en la palabra, en el sentimiento... La sensibilidad delicada de los allí presentes pudo alcanzar el éxtasis con sensaciones embriagadoras, impregnadas por el temple, cadencia, precisión y mando en la expresión del doctor Alonso Romero. No exagero, porque la virtud la pondero en la justa medida de lo vivido.
Hasta el olvido involuntario de apagar la música de ambiente se alió en la tarde, aterciopelando momentos sublimes cuando se fundía la voz del ponente con los acordes de la Salve Rociera. Los vellos de punta. El arte en la palabra.
Verbo en tono acorde que desplegó sentencias del toreo para argumentar, fundamentalmente, que no es cierto que de Despeñaperros para abajo se torea y para arriba se trabaja, tópico atronado por la certera estocada de la evidencia de la existencia del torero castellano, de raíces pardas y sentimiento delicado, transmitido al respetable por telas que atemperan fieras acometidas.
Así como torear no es burlar esas embestidas, sino dominarlas y mandarlas, acariciando.
Y, para eso, hace falta valor; ese valor cuya presunta falta estigmatiza a los toreros de ese corte, tal vez, hasta porque ellos mismos se lo creen. Y tampoco es verdad, porque para cincelar sobre el albero esculturas de vida y muerte, o dibujar venustas obras de baile con esta dama, hace falta valor, rotundo valor; valor del arte puesto en valor. Cómo sería que hasta Rubén salió casi creído de que tiene valor; él todavía no se lo termina de creer, Jesús, sí. Yo, también.
Los aficionados al toro, y quienes quieran acercarse a la figura del torero soriano Rubén Sanz, puede visitar la exposición fotográfica de este matador, a través de las imágenes de colecciones de David Cordero, José Ramón Calvo, Luis Ángel Tejedor, José Ramón Fernández, Valentín Guisande, Vanessa Santos y quien escribe este artículo, José Luis Chaín.