OPINIóN
Actualizado 08/08/2013 14:03:26

Me gusta el teatro porque es una disciplina artística anticapitalista. No pensaba en eso en aquellos lejanos años en los que me introduje en el arte escénico apuntándome al grupo de teatro del instituto con, (entre otras prosáicas razones) el inconfesable deseo de que la experiencia me sirviese para ligar.

Pero el paso del tiempo, la observación y sin duda, la mezcla de factores que contribuyen a conformar nuestro pensamiento, me ha hecho llegar a la conclusión de que el teatro es un arte intrinsecamente anticapitalista.

Y no me refiero al hecho de que alguien (¡qué pocos!) pueda ganar dinero dedicándose al teatro. Me refiero a que el hecho teatral es una experiencia inmediata. Sucede en el aquí y ahora y cuando la función termina queda el recuerdo, quedan las sensaciones... y quizá el debate. Nada más. Como los áboles de hoja caduca, tiene su primavera explosiva, su verano resplandeciente... y su otoño en que todo termina. Es... ¡como si el dinero no se pudiera guardar y se nos desvaneciese de las manos pasado un tiempo sin usarlo! Para hacer teatro sólo es necesario un actor contando una historia.

No se puede especular con el teatro. Es imposible conservarlo para revedenderlo después. Y se ha intentado: se han hecho grabaciones de obras de teatro, en los últimos años con gran calidad técnica y con un buen número de cámaras para tratar de conseguir el efecto de la inmediatez... pero no han funcionado. En la pantalla los actores no huelen, ni se equivocan, ni se les ve caer la saliva al trasluz del foco cuando modulan gritos o lamentos y pierden el control.

Con mis indolentes veinte años, acudía a diario a una sala de teatro alternativa situada en el castizo Lavapies de Madrid. Pasaba por la puerta del Nuevo Apolo en el que entonces ponían el que fue el primer gran musical que triunfó en España, "LOS MISERABLES"; y con desprecio, pensaba que eso no era verdadero teatro, sino un espectáculo de luz, color y sonido, lleno de fastuosidad pero sin contenido.

25 años después, la cartelera teatral española está plagada de musicales. Y aunque con más respeto, sigo pensando que son espectáculos entontecedores, sin contenido y que contribuyen a banalizar la vida.

En estas estamos cuando en los últimos lustros asistimos a un nuevo intento de utilización del teatro como elemento especulativo. Y claro, como no pueden con el contenido, lo intentan con el continente utilizanto los teatros como carteles publicitarios, alquilando las fachadas para poner sus marcas comerciales. Ahora los teatros ya no se llaman FÍGARO, MARQUINA, MARAVILLAS... Se llaman Teatro Haägen Dazs Calderón, Compac Gran Vía, Kodak Theatre, etc. Aunque el problema sigue siendo el contenido. Quieren programación blanca, espectáculos entontecedores y por eso se fijan en los musicales.

Y mientras redacto estas líneas no puedo dejar de pensar en otra disciplina, LA POLÍTICA, también arte inmediato aunque con efectos de largo alcance. Y pienso cómo los ciudadanos se han alejado de ella y se la han dejado robar. Y como con los teatros, las empresas han puesto sus marcas en el frontispicio de la política. Aunque aquí, la gravedad es mayor ya que se han apropiado también del contenido, escribiendo el papel de los dos personajes que protagonizan la obra: discursos retóricos y ampulosos y una obra sin contenido, vacía.

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