Una novela de espías al más puro estilo clásico, en la que todo está hilvanado a la perfección, sin cabos sueltos, que consigue que centres toda tu atención en los unos acontecimientos que se irán clarificando a medida que avanza el libro.
Puede que La lista no sea su mejor obra, incluso que ofrezca demasiadas explicaciones de cómo funcionan los servicios de inteligencia y las fuerzas militares de los distintos países (al menos para quienes solemos leer novelas del género), pero lo que nadie le puede negar a Forsyth es que es el maestro de la novela de espías actual como lo era en la época de la Guerra Fría, con permiso de John Le Carré, por supuesto.
Siempre he dicho que gracias a él era capaz de diferenciar un arma de otra, conocer los detalles de la cabina de un helicóptero militar o descubrir los distintos departamentos de las agencias de inteligencia occidentales.
En esta ocasión, como no puede ser menos, Forsyth vuelve a mostrar sus conocimientos, a señalar paso a paso los niveles de mando de las agencias británica y estadounidense, analizar la situación y el porqué del terrorismo islámico y de los piratas somalíes.
Vale que sus personajes apenas tienen perfilado el contorno, no hay profundización psicológica y apenas sabemos de ellos su trayectoria casi curricular, pero casi sin darnos cuenta descubrimos quién está en cada bando, los motivos que mueven sus actuaciones y la importancia de estas. Hasta tal punto que nos metemos en la propia acción con la misma vertiginosidad con que suceden los acontecimientos, somos presos del tiempo y de la necesidad de actuar para que las cosas suceden de una forma y no de la contraria.
El autor británico consigue narrar sucesos que bien podían haber pasado o estar pasando en estos momentos en algún lugar del mundo, hacer creíbles los rostros de los yihadistas más buscados e incluso los planes y acciones que conforman la trama del libro. Todo ello con una tensión que va acelerándose a medida que pasan las páginas, consiguiendo que en un momento dado ya no sea posible marcha atrás, en el que la lectura debe continuar como si de nosotros lectores dependiese el destino de quienes están en peligro.
Quizá no seamos, como ocurría en algunas de sus anteriores novelas (El afgano, con quien comparte buena parte de la temática, es un buen ejemplo), compañeros del protagonista, el Rastreador, ni siquiera estemos entre los Pathfinder mientras preparan una misión, pero somos testigos de excepción de lo que está sucediendo en puntos muy distantes del globo, incluso tenemos constancia de cosas que los protagonistas ni imaginan. No somos cómplices de unos u otros, pero si observadores privilegiados de lo que acontece.
Una novela de espías al más puro estilo clásico, en la que todo está hilvanado a la perfección, sin cabos sueltos, que consigue que centres toda tu atención en los unos acontecimientos que se irán clarificando a medida que avanza el libro.