Ana ya no se recuperó, a pesar de la buena disposición y entrega de los profesionales que pasaban por allí y que se metieron literalmente entre las ruedas del camión para socorrerla en un intento desesperado de ayuda, en tanto apareciera la ambulancia, junto a los bomberos a los que se había llamado, también, por si su presencia fuera necesaria.
Ana salió a la calle por la mañana, era un día luminoso aunque algo fresco para un mes de junio de climatología algo alterada, incluso para Soria. Había quedado con unas amigas, mas tarde iría a tomar un aperitivo con su marido y con unos primos con los que se veía habitualmente desde hacia años.
Ana era una mujer animosa a pesar de sus ochenta años, había superado vicisitudes en su vida, quizás eso le hacia tomar con vitalismo y buena disposición los sucesos cotidianos, irradiaba alegría de vivir, sus vecinos la apreciaban y la saludaban afablemente, cuestión esta a la que ella, solícita, correspondía sin esfuerzo. Era, en palabras de algún vecino, de esas mujeres que "llenaban la calle" por presencia y simpatía.
Como todos los días últimamente, se encontró con el bullicio de la calle, de "su" calle en la que había vivido los 40 últimos años de su vida, ese bullicio que se había visto aumentado por la desviación del trafico rodado, debido la construcción de un parquin subterráneo en la plaza contigua de Mariano Granados, y que había alterado, en buena medida los hábitos y las costumbres de esa parte de la ciudad. Todo esto era motivo para el comentario acostumbrado de conocidos y vecinos, con un resignado final !A ver si lo acaban de una vez!
Empezó a cruzar la Calle Medinaceli por el "paso de cebra" situado cerca de su portal, como lo hacia habitualmente, hasta que sintió el violento empujón de una masa dura que la abatió, golpeándola. Ya no sintió nada mas, afortunadamente. Un compacto camión, un vehículo de los que transportan contenedores de escombros y al que había visto pasar momentos antes, la estaba arrastrando entre los gritos desgarradores y el espanto de los numerosos viandantes que en aquellos momentos circulaban por los alrededores.
Ana ya no se recuperó, a pesar de la buena disposición y entrega de los profesionales que pasaban por allí y que se metieron literalmente entre las ruedas del camión para socorrerla en un intento desesperado de ayuda, en tanto apareciera la ambulancia, junto a los bomberos a los que se había llamado, también, por si su presencia fuera necesaria.
Todo en vano, el destino pareció unirse contra Ana: descuidos involuntarios, la falta de vigilancia sobre los obstáculos en las esquinas que impedían los giros correctos de vehículos pesados hacia la izquierda por la calle Alfonso VIII, la falta de previsión de instalar semáforos de emergencia en una calle (Medinaceli) a la que se había multiplicado la confluencia de tráfico, desbordándola con creces en su capacidad de transito habitual, la omisión en señalar pasos de cebra en la antedicha calle Alfonso VIII, para permitir el paso de peatones hacia "El Rincón de Becker" por la prolongación peatonal de la Calle Medinaceli, donde, ademas, se encuentra un supermercado muy frecuentado.
Todo un cúmulo de imprevisiones y chapucerias, tanto por la obra del parkin en ejecución, como por la parte municipal, consentidora desidiosa de las anomalías en la prevención, con las que la ciudadanía ha convivido, y convive, paciente y abnegadamente.
Se comenta que las cámaras del Gobierno Civil (Subdelegación del Gobierno), instaladas en sus muros, darán fe de lo sucedido, a buen seguro que habrán recogido esos trágicos momentos, tus últimos momentos entre nosotros, entre los que te respetabamos y te queriamos.
Solo deseamos que tu malhadada muerte sea la última en esas circunstancias, y que sirva como mensaje de aviso a quienes hacen caso omiso de las medidas que sobre el riesgo a las personas deben tomar las autoridades y los responsables de obras y servicios.
!Ana, descansa en paz! Tu paso por esta vida había sido fecundo y reconocido, nadie merece morir así. Notaremos tu ausencia por mucho tiempo.
Soria, mediados de junio. Salvador Monsalud