Todavía me sigo preguntando qué es lo que me llamó la atención del libro para atreverme a leerlo. Puede que influyese más la sencillez de la portada, la total ausencia de señales que indicasen que podía encontrar en sus páginas. Ni siquiera los nombres que conforman los títulos y el autor, indicaban algo que me resultase atrayente. Salvo, claro está, el sello editorial de Demipage, creciendo la incógnita de comprobar el porqué de su elección.
Pero en el momento que comienzo a leer la primera página descubro que la historia me atrapa, queriendo saber más, conocer hasta donde son capaces de llegar sus protagonistas, cómo se van a enfrentar ante los vaivenes políticos, económicos y sociales del Perú del siglo XIX.
Esta pequeña novela, La pasión de Enrique Lynch, crece en intensidad a medida que se suman los párrafos, esos pequeños capítulos que permiten dar voz a los diferentes personajes que se suman para dibujar, cada vez con mayor y mejor destreza, tanto las acciones como los escenarios que se van recorriendo. ¡Y qué voces las que se van sumando! ¡Qué aportación de un lenguaje al que somos demasiado ajenos los lectores peninsulares! ¡Cómo me suenan expresiones a las escuchadas de niño a los más ancianos!
La novela recupera los espacios y las formas de aquellas novelas de frontera que tanto caracterizaron a las novelas del oeste, cuesta desprenderse de esa aureola norteamericana a la que contribuye el protagonista que da título al texto, pero aún así el lenguaje, los escenarios y ciertos personajes nos asientan en ese Perú lleno de violencia y oportunidades.
Richard Parra construye con habilidad una parte de la historia con pequeños retazos que se van cosiendo y entrelezando con una facilidad tan magistral que puede que oculte el trabajo del escritor, esas puntadas continuas que impiden que quede cabo suelto y la historia pueda escaparse o despistarse. Hasta tal punto que el lector tiene la necesidad, una vez acabado el relato, de continuar sabiendo qué sucede con ese país, con esa región de la que ha formado parte a través de 72 páginas.
Y es que son muchos los estados de ánimo que se suman a la vez que lo hacen las páginas, desde la indignación y el rechazo, hasta la admiración y el asombro, pasando por un baremo de tonalidades sorprendente dadas las pocas páginas en que se desarrolla la historia.
Pero de inmediato todo se rompe como por arte de magia. Irrumpe Necrofucker con una dureza tal que parece cortar la respiración, con unos giros belicosos, rápidos, como pinceladas que parecen ocultar las siluetas de sus protagonistas. Giros llenos de belleza que evolucionan a medida que se van produciendo, asimilando de inmediato las calles oscuras, violentas y descarnadas de los años ochenta del siglo pasado.
Y de repente te encuentras conversando con sus protagonistas, con esos personajes al filo de la navaja que hacen de su propia supervivencia un juego salvaje al que te involucras sin hacer preguntas.
Claro que hay momentos en que el lenguaje parece construir muros, frases enteras que hay que leer de nuevo para entender, o tratar de entender, su verdadero significado. Se produce un necesario aprendizaje de términos, expresiones y juegos verbales del que quedas prendido apenas han pasado cinco páginas, no se hace necesario acudir a diccionario alguno, serán los propios personajes quienes vayan aclarando las dudas, quienes te presenten sus mundo y su esperanza.
De inmediato descubres que has dejado a un lado la primera historia, es como si se hubiese producido hace una eternidad, y te centras en los gestos, los rostros, los garitos y las calles por la que deambulan los jóvenes protagonistas. Y empiezas a atesorar su experiencia, ese crecimiento que se va produciendo entre la agonía y la violencia, entre la oscuridad y la sensación de querer gritar a través de sus gargantas.
Una novela resquebrajada desde el inicio, pero que se va reconstruyendo a través de una profundidad, de un juego, a veces demasiado violento, del que no puedes, ni quieres, escapar. Parra recoge de aquí y allá, sin dar demasiada importancia a nada, lo justo para que contestemos a las preguntas que se van produciendo en el presente, señalando el pasado y sin dejar de mirar al futuro.
Cierras el libro y quieres saber más de su autor, del que desconozco todo, rebuscar en su pasado literario para que nada se quede en el limbo de las letras.