El autor sabe ajustar con acierto las descripciones de escenarios y personajes, dotando a estos de una fuerza tal que no dejan de acompañarnos en las lecturas siguientes.
Aunque soy muy desconfiado con las promociones y estoy más que escamado con la publicidad, suelo tener muy en cuenta a los lectores con criterio cuando estos me hablan de sus lecturas. Así que en cuanto Gonzalo me recomendó que empezase el libro de Raúl Rubio por el tercero de los relatos que lo componen, no dudé en hacerle caso. Sobre todo cuando nunca he tenido claro el criterio que llevan los autores o los editores (que en este caso es los mismo) a la hora de ordenar los relatos.
Pero como decía comencé a leer Cuentos del Ramal del Norte por el tercero de los relatos: "Matías Antolín". Y no solo logró engancharme, sino que cuando terminé de leer los dos primeros volví a releer, casi sin darme cuenta, los otros cinco relatos.
Raúl Rubio no solo escribe bien, manejando el lenguaje con esa precisión que parece ha perdido importancia, sino que permite que los profanos sobre el Canal de Castilla tengamos la sensación de formar parte de él, como si la distancia física y temporal de los hechos y lugares que se narran no existiese. El autor sabe ajustar con acierto las descripciones de escenarios y personajes, dotando a estos de una fuerza tal que no dejan de acompañarnos en las lecturas siguientes. Julián, Salvador, Manuel De la Gándara, Carlos Lemaur, el propio Vicente Antolín y un buen número más de personajes recorren las páginas del libro con el espíritu de una novela, hasta tal punto que cuando la cierras tienes más sensación de haber leído una novela que un libro de relatos. Que los hechos sucedan en tiempos diferentes y que los personajes sean otros carecen de importancia, pasan tan desapercibidos que solo dándole más de una vuelta te percatas de que no todo pertenece a la misma historia, ¿o sí? lo mismo da.
El autor nos introduce en la propia dinámica del Canal, de sus barcas y esclusas, invitándonos a formar parte de una historia que es nuestra desde el momento que leemos más de una página. Ya no hay vuelta atrás, no hay descanso cuando el relato finaliza, hay que seguir leyendo y viviendo, o mejor sobreviviendo en las duras aguas del Canal.
Raúl es preciso, como dije anteriormente, pero es algo más, ya que en sus palabras se esconde la misma esencia del Canal y, lo que es más importante, de quienes construyeron y vivieron en él, logrando que dicha esencia hable por sus palabras y gestos, permitiendo que al cerrar los ojos los espacios físicos se configuren con una facilidad pasmosa, como si en nuestra propia memoria anidasen dormidos los recuerdos del pasado.
Todo ello con la naturalidad que hace de la narración un verdadero disfrute, sin mayor pretensión que contar una historia, con lo que logra que esta se aparezca ante el lector sin altibajos, sin brusquedades violentas que adulteren la lectura. En todo momento el libro consigue transmitirnos el latir del Canal.
Un libro para saborear, para disfrutar de la lectura, para dejarse llevar y sentir una visión muy diferente de la Castilla a la que estamos acostumbrados a vivir. Un libro que consigue que al leer su última página nos invada una paz inexplicable, la sensación de formar parte de una historia sencilla y dura, pero llena de humanidad. Un libro que sin más pretensión que contar una o varias historias y que ha logrado que la memoria colectiva se de la mano en forma de muy buena literatura.