Nos hacen, como cristianos, una llamada a discernir dónde estamos nosotros y dónde queremos estar: si queremos vivir una Navidad tan pagana como la vive gran parte de nuestro mundo o queremos obedecer la voz de quien nos invita a preparar el camino al Señor que viene
Nos encontramos en un momento de nuestra historia en el que continuamente escuchamos voces que, con potencia e insistencia, gritan a nuestros oídos y a nuestra conciencia mensajes contradictorios; estas voces nos hacen estar continuamente en vela para saber hacer un discernimiento y poder decidirnos acertadamente por las que están de acuerdo con nuestros principios más profundos y personales, con las creencias más arraigadas en nosotros.
En una sociedad materializada y materialista como la nuestra recibimos constantemente voces que gritan mensajes de esta misma naturaleza, ancladas en lo material como el mayor o el único valor por el cual luchar; voces que proponen estilos de vida y modelos existenciales basados en tener más, enriquecerse fácilmente a costa de lo que sea, olvidando los principios morales y las convicciones religiosas más profundas. También nos acosan las voces que gritan la preocupación por nosotros mismos como lo más importante orientándonos hacia el más radical de los individualismos y de los egoísmos, haciéndonos olvidar que, junto a nosotros, hay otros -con la misma dignidad- que lo están pasando mal, muy mal.
Nos aturden las voces de un mundo sin Dios que tantas veces lo infravalora y desprecia la fe, la transcendencia, etc.; un mundo que proclama al hombre como dios de sí mismo que crea y se da a sí mismo todas sus leyes; un ser humano autosuficiente que, con su poder y su dinero, se vale a sí mismo sin necesitar de nadie; un modelo de hombre que lucha por una felicidad exclusivamente terrenal y efímera como la única felicidad que puede lograr; un hombre, en definitiva, que cree en la Vida eterna y no aspira a conseguirla pues cree que todo lo que existe se limita a este mundo.
Voces que embotan nuestra mente con una llamada al placer sin límites, a pasarlo bien a costa de lo que sea. ¡Cuántos pasan por encima de los demás, de los mínimos valores fundamentales, del respeto a la persona y a sus derechos más básicos! ¡Cuántos pisotean la dignidad del otro con tal de lograr la comodidad, unos momentos de aparente felicidad o de placer aunque luego queden profundamente vacíos! Son tantas las voces y los gritos que se han empeñado en hacer olvidar al hombre su origen y su destino: en hacer olvidar al ser humano que viene de Dios y que a Dios -que lo ha creado, redimido, lo ama y lo perdona- vuelve.
Junto a estas voces recibimos también, aunque sea en medio de la espesura de un bosque mundano que hace lo posible por silenciarlas, las voces que nos vienen del Evangelio, la voz del que grita en el desierto: "Preparad el camino al Señor" (Mc 1, 1-2). Sí, es la voz que nos llega de la Iglesia que nos llama a dejar entrar a Dios en nuestra vida: en nuestra vida personal y familiar, en nuestros negocios y en nuestras diversiones, en nuestras aspiraciones, en nuestras tristezas y en nuestras alegrías, en nuestros momentos de dolor y en nuestros momentos de gozo, porque sólo en Él podemos encontrar la verdadera respuesta a nuestras aspiraciones más íntimas, el sentido a nuestra vida.
Es la voz de tantos mártires actuales, de tantos perseguidos por creer en Jesús, que defienden su fe frente a quienes quieren acallarla; voces que gritan al corazón del hombre y le están diciendo que sólo el encuentro con Jesús da sentido a la vida y no están dispuestos a renunciar a Él por nada ni por nadie. Es la voz de tantos cristianos actuales que, junto a nosotros, gritan con su sencillo testimonio de vida que la fe en Cristo es lo más importante para ellos y demuestran, con su vida y el cultivo de la fe, que ser creyente y ser feliz -en contra de lo que algunos piensan- es posible.
Es el grito de tantísimas personas que luchan por la defensa de la vida, por la justicia en medio de un mundo injusto, por la honradez en medio de un mundo de trapicheos, por la autenticidad en medio de un mundo de corrupción. Todos ellos gritan al corazón del hombre actual que la paz del alma, la lucha por la verdad y la trasparencia, la vivencia del amor a los demás y la salida del egoísmo, la vivencia de los valores cristianos y la fe en el Señor dan paz, armonía y pleno sentido a la vida.
Todas estas voces nos hacen, como cristianos, una llamada a discernir dónde estamos nosotros y dónde queremos estar: si queremos vivir una Navidad tan pagana como la vive gran parte de nuestro mundo o queremos obedecer la voz de quien nos invita a preparar el camino al Señor que viene; si queremos que Dios nazca en nuestro corazón o siga siendo el gran ausente de nuestra vida. "Nadie puede servir a dos señores porque aborrecerá a uno y amará al otro o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16, 13) nos recuerda Jesús: debemos decidirnos por Dios o por el mundo sabiendo que, dependiendo del lado que escojamos, obtendremos la salvación para siempre o seguiremos la quimera de una felicidad que no tiene futuro ni porvenir porque termina con esta vida.