Ya deberíamos ser concientes de que el terrorismo siempre busca desestabilizar lo más sagrado que tienen las democracias y que no es otra cosa que la libertad de sus individuos.
Esta semana ha sido, sin duda alguna, para olvidar y para recordar. Una semana que empezaba con el terror causado en Francia por terroristas islámicos, y que terminaba con la muerte en España de otro etarra pero con distinto collar, aunque verdadero e igual servidor del terror y del mal.
Lo ocurrido en Francia esta semana, enseguida nos recordó lo que también sufrimos los españoles en Madrid aquel fatídico 11 de marzo, con la salvedad, eso sí, de que allí nadie se ha manifestado contra el Gobierno existente como sí hicieron aquí algunos que ahora se pelean como machos alfa por enarbolar la idea del "pásalo" con la que adulteraron aquella noche vísperas de las elecciones generales y con casi doscientos muertos presentes en el recuerdo.
El atentado perpetrado hace escasos días en el corazón de Europa, debería de abrir los ojos de aquellos que durante años han pensado que esto no iba con nosotros. Desgraciadamente, ha tenido que volver a ocurrir en Europa, para que muchos de una vez se den cuenta de que no es un problema de Estados Unidos ni de sus intervenciones militares, sino que es un problema de todos los países democráticos e independientemente de los gobiernos de turno.
Para muchos, ese argumento que intentaron grabar a fuego en la mente de los españoles acerca de que fue el Gobierno de la derecha el responsable de los atentados en España, se va por la taza del retrete.
En un país como España, salpicado tantas veces por el terror de ETA, ya deberíamos de ser concientes de que el terrorismo ?lo practique quien lo practique? siempre busca desestabilizar lo más sagrado que tienen las democracias y que no es otra cosa que la libertad de sus individuos. Unas libertades, ojo, que como dijo hace escasos días su santidad el Papa Francisco, deben también saber encontrar la línea en la que empiezan las de los demás.
Quien en cambio traspasó sin misericordia alguna esas libertades, fue el etarra que como decía al principio de estas líneas cerraba los ojos tras una vida infectada de putrefacción. El sangriento etarra Bolinaga, moría ?no así como a los que él no permitió morir sino que los asesinó sin piedad alguna- tras casi tres años en libertad por una decisión injustificable.
Bolinaga y la Yihad han compartido páginas de prensa esta semana. La casualidad lo ha querido así. A fin de cuentas, tanto los unos como el otro perdieron la condición de seres humanos para convertirse en alimañas bajo la luz del mismo sol, y ahora, porque es lo justo, compartirán también la sombra que sólo un hueco bajo la tierra puede albergar tales despojos.