El grito de Dios a Caín "¿Dónde está tu hermano?" debe resonar en nuestros corazones. Como comunidad cristiana estamos llamados a saber dónde y en qué situación están nuestros hermanos, poniéndonos en contacto con los pobres y los alejados, cumpliendo así la misión de la Iglesia.
Hace escasamente 15 días comenzábamos este tiempo litúrgico tan importante de preparación para la Pascua como es la Cuaresma. La Cuaresma es un tiempo de gracia en el que Dios nos muestra de manera especial su amor misericordioso y en el que nos llama a la conversión, a la renovación como Iglesia, como comunidad cristiana y personalmente a cada uno. El Papa Francisco, en su Mensaje para la Cuaresma de este año, urge a todos a que no caigamos en la indiferencia hacia Dios ni hacia los demás y a que no nos dejemos atrapar por la globalización de la indiferencia que reina en el mundo. No podemos ser indiferentes ni a Dios ni a los hermanos porque Dios no es indiferente a nosotros ni a lo que nos sucede sino que "está interesado por nosotros, nos conoce, nos cuida y nos busca cuando le dejamos".
Muchas veces, cuando las cosas nos van bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de Dios, nos olvidamos de los problemas y necesidades que sufren los demás hermanos; así, nuestro corazón cae en la indiferencia. Todos necesitamos de conversión, de renovación para no dejarnos atrapar por la tela de araña de la inferencia y para no cerrarnos en nosotros mismos. Todos somos parte de un solo cuerpo, del que Cristo es la Cabeza y nosotros sus miembros; por eso, lo mismo que en el cuerpo cuando un miembro está enfermo es todo el cuerpo el que sufre, así nosotros no podemos ser indiferentes ni a Cristo, que es nuestra cabeza, ni a lo que les sucede a los miembros de este cuerpo. ¡No, huyamos de la indiferencia e impliquémonos en ayudar a los que más sufren!
El grito de Dios a Caín "¿Dónde está tu hermano?" debe resonar en nuestros corazones. Como comunidad cristiana estamos llamados a saber dónde y en qué situación están nuestros hermanos, poniéndonos en contacto con los pobres y los alejados, cumpliendo así la misión de la Iglesia que es eminentemente misionera y que jamás puede quedarse replegada en sí misma; al contrario, todos en la Iglesia debemos sentirnos enviados a anunciar el Evangelio a todos los hombres y, especialmente, a aquellos que están más alejados y más necesitados de ayuda. Dice el Papa en su Mensaje: "¡Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia!".
Francisco, con el texto de la carta del apóstol Santiago "Fortaleced vuestros corazones" (5, 8), nos invita como individuos particulares a vencer la tentación de la indiferencia. Cada uno de nosotros nos sentimos acosados por noticias e imágenes que nos narran el sufrimiento humano; a veces, sentimos incapacidad para hacer algo por evitarlo. Pero jamás podemos acostumbrarnos a ello, sintiéndonos atrapados por esta espiral de horror e impotencia. Pero ¿cómo hacerlo? El Santo Padre nos propone dos medios: el primero, rezar en comunión con todos los que formamos la Iglesia en la tierra junto a la Iglesia triunfante del Cielo. El segundo medio consiste en ayudar con gestos de caridad concretos, llegando tanto a las personas cercanas como a las lejanas por medio de los numerosos organismos de la caridad de la Iglesia. La Cuaresma es un tiempo propicio para mostrar interés por el otro y hacerlo con signos definidos aunque sean pequeños. El sufrimiento del otro constituye una llamada a la conversión porque la necesidad del hermano me recuerda la fragilidad de mi vida y la dependencia de Dios. Pidiendo la gracia a Dios y admitiendo los límites de nuestras posibilidades, confiaremos en las infinitas posibilidades que nos reserva el amor divino y no seremos indiferentes a Dios.
Por eso, para superar la indiferencia y nuestras pretensiones de omnipotencia hemos de vivir la Cuaresma como un camino de formación del corazón; sólo así podremos llegar a tener un corazón fuerte, cerrado al tentador pero abierto a Dios, y misericordioso con los hermanos. Que Cristo haga de nuestro corazón un corazón semejante al suyo, un corazón fuerte y misericordioso, vigilante y generoso, que no se cierre en sí mismo ni caiga en la globalización de la indiferencia sino que esté abierto a Dios y a las necesidades de los hermanos. ¡Feliz y santa Cuaresma para todos!