Andrés Escapa demuestra en cada relato, en cada cuento, que es un narrador consumado, que sabe sacar partido a cada página, logrando transformar los elementos más cotidianos en excepcionales, fabulando espacios reconocibles y transformando lo real en irreal.
Escribir relatos no es nada fácil. Al menos no es fácil hacerlo bien, lograr que cada uno sea una historia completa, bien contada y que logre, durante su lectura, atrapar de tal manera que su intensidad no decaiga. Son muchos, por desgracia, los libros de relatos en los que junto a unos llenos de fuerza y calidad, hay otros tan flojos que parecen metidos con calzador.
Sí, es cierto que hay muchos escritores, o sus editores, que lo único que hacen es reunir una serie de textos hasta completar un libro, que simplemente ofrecen una amalgama de escritor sin orden ni medida, sin la necesaria configuración que permita que el libro se sienta, por parte del lector, como un todo.
Por eso cuando nos encontramos ante un libro de relatos que permite una lectura uniforme, un paseo por una serie de historias atrapadas dentro de una misma encuadernación, un libro en el que cada uno de los textos se hace necesario y en el que todos conforman una lectura que bien se puede hacer sin descanso, nada aconsejable, por cierto, o disfrutando de cada relato con tranquilidad, sin olvidar, claro está la atmósfera que impregna todo el conjunto.
Pablo Andrés Escapa es uno de esos escritores de relatos que no solo sabe bien lo que hace, sino que elabora los libros como tales, en los que desde la primera a la última página el lector va a sentir siempre que está acompañado por el mismo libro, sea cual sea la historia que en ese momento le acompaña. El autor leonés domina como pocos el relato, aunque más que constructor de relatos, habría que señalarlo como constructor de cuentos, pues al fin y al cabo Andrés Escapa es eso un contador de cuentos, un cuentista en el mejor sentido de la palabra, alguien que logra que a través de las pocas páginas de cada historia quedemos inmersos de lo que en ella se está narrando o viviendo.
En todo momento sentimos estar formando parte de esa magnífica tradición de los contadores de cuentos que tanto han abundado en Castilla y en León, esos cuentistas que acompañaban los trasnochos y los filandones, que lograban variar la atmósfera en la que nos encontrábamos y llevarnos de la mano por unas escenas tan reales que no suelen desaparecer ni con el paso de los años.
El autor tiene la destreza de crear unos ambientes cargados de misterio, ambientes que no solo mantienen alerta y expectante al lector, sino que le transmiten a este una emoción que logra que el asombro vaya en aumento a medida que avanza la lectura. El lector se siente en la necesidad de prestar toda su atención, no puede permitirse el lujo de perder una palabra, un signo de puntuación, nada que haga que la historia se transforme de inmediato.
Andrés Escapa demuestra en cada relato, en cada cuento, que es un narrador consumado, que sabe sacar partido a cada página, logrando transformar los elementos más cotidianos en excepcionales, fabulando espacios reconocibles y transformando lo real en irreal.
Una lectura fabulosa -catorce relatos enmarcados en dos verdaderas joyas literarias que son "Robinsón", el primero de los relatos, y "Náufrago", el último de ellos-, en la que en todo momento el lector atisba, con la naturalidad de lo extraordinario, todo lo que se dibuja en sus páginas: un faro enclavado en medio de un campo de trigo. Y más cosas, claro está.
Otras obras del autor:
La elipsis del cronista (2003), Voces de humo (2007), Gran Circo Mundial (2011) y Cercano Oeste (2012).