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Jesús envía y nos envía

Jesús envía y nos envía

Actualizado 12/07/2015 12:41
Gerardo Melgar

Hemos de sembrar el bien en el mundo entre aquellos con los que convivimos y con quienes gastamos nuestra vida; acompañar a los que sufren de tantas maneras para compartir su dolor y aliviar sus heridas; cuidar a los que viven solos; confortar con palabras de ánimo a los desalentados; ayudar a los que se sienten marginados y olvidados de los demás. En definitiva, hacer comprender lo mucho que Dios ama a todos en cualquier situación.

En el Evangelio de este Domingo nos encontramos a Cristo enviando a los Doce. Los envía con una misión muy concreta: predicar la Buena Noticia a todos los hombres y expulsar los espíritus malignos sabiendo desprenderse de todo para centrarse en lo fundamental.

De este envío y de esta misión participamos todos los bautizados. En efecto, todos y cada uno de nosotros somos enviados por doquier a ser testigos de Dios, a llevar al corazón del mundo el mensaje salvador de Cristo, a anunciar la Buena Noticia; todos somos enviados a proclamar ante el mundo que Dios nos ama con locura, incluso con nuestros defectos y pecados. Por ello, todos debemos sentirnos enviados por el Señor a anunciar esta primera verdad de nuestra fe: el amor que Dios nos tiene, un amor capaz de enviar a su propio Hijo a morir por nosotros para liberarnos del pecado; Cristo, fiel a la voluntad del Padre, se entrega totalmente y, siendo nosotros pecadores, nos rescata de nuestro pecado y nos hace hijos de Dios.

También a nosotros nos da poder para liberar a los demás de los males que sufren, aliviando sus sufrimientos, llevando el bien y la felicidad a los que nos rodean. Ésta es precisamente nuestra tarea como creyentes y seguidores de Cristo: sembrar el bien en el mundo entre aquellos con los que convivimos y con quienes gastamos nuestra vida; acompañar a los que sufren de tantas maneras para compartir su dolor y aliviar sus heridas; cuidar a los que viven solos; confortar con palabras de ánimo a los desalentados; ayudar a los que se sienten marginados y olvidados de los demás; en definitiva, hacer comprender lo mucho que Dios ama a todos en cualquier situación.

Ésta es la misión que el Señor nos encomienda a todos y cada uno de nosotros de los bautizados: anunciar el amor de Dios que ama a través de nuestro amor. Para ello, el Señor, como a los discípulos, nos pide que seamos capaces de desprendernos de nuestras preocupaciones, de nuestros egoísmos, de nuestra confianza en las cosas materiales, para ocuparnos primeramente de anunciar a los demás el amor de Cristo con nuestra palabra y con nuestro testimonio. Así, tocados en lo más profundo del corazón por el Corazón de Cristo, podrán convertirse y salvarse.

Cristo nos envía para que, dedicándonos por entero a los demás, les ayudemos a curar sus dolencias, a sanar sus heridas, especialmente las heridas del corazón; por este camino, el camino del testimonio y de la coherencia, podrán descubrir y abrazar el amor incondicional de Jesús. Así de importante es nuestra misión y así de esmerada pide Dios que sea nuestra entrega a ponerla en práctica.

Sintámonos todos enviados, queridos hermanos, como misioneros del amor divino. ¡Feliz Domingo!

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