Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón que siempre será infinitamente mayor que todo pecado.
Quiero comenzar a ofreceros un resumen del contenido de la Bula de proclamación del Año jubilar de la misericordia, 'Misericordiae vultus', que nos ayude a vivir este Jubileo con el espíritu que el Papa Francisco propone en el texto. Jesús es el rostro de la misericordia del Padre; en la palabra "misericordia" encuentra su síntesis el misterio de la fe. Jesucristo, con su palabra, con sus gestos y con su Persona, revela la misericordia de Dios. Siempre tenemos necesidad de contemplar la misericordia divina; ella es fuente de alegría, de serenidad y de paz para el ser humano. Es la vía que une a Dios con el hombre porque abre el corazón a la esperanza de ser amados a pesar del límite de nuestro pecado. El Jubileo extraordinario es un momento providencial para fijar nuestra mirada en la misericordia de Dios con nosotros para que esa mirada nos mueva a ser signo eficaz del obrar del Padre.
No es casualidad que el Jubileo, como sabemos, vaya a ser inaugurado el 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción: esta fecha evoca el modo de actuar de Dios desde los albores de la historia pues, tras el pecado del hombre, no lo deja a merced del mal sino que traza un maravilloso plan de salvación en el que María Santísima entra de lleno como mujer santa e inmaculada para ser la Madre del Redentor. Ante la gravedad del pecado, Dios responde con la plenitud del perdón que siempre será infinitamente mayor que todo pecado. Por eso, la Puerta Santa se abrirá ese día y todo el que pase por ella tendrá la oportunidad de experimentar el amor de Dios que consuela, perdona y da esperanza: el II Domingo del Adviento se abrirá la Puerta Santa en la Catedral de Roma (San Juan de Letrán) y en las otras Basílicas así como en las Catedrales de cada Diócesis, y permanecerán abiertas durante todo el Año como signo de la misericordia. De este modo, cada Iglesia particular, como signo visible de la comunión de toda la Iglesia, se unirá al Jubileo que se celebra en la ciudad del Tíber.
La fecha del 8 de diciembre tiene también un significado especial en la historia reciente de la Iglesia: se trata del 50 aniversario de la clausura del Vaticano II, Concilio en el que los padres conciliares percibieron la necesidad de hablar a los hombres y mujeres actuales de un modo más comprensible. Recordemos las palabras de San Juan XXIII en la apertura del Concilio: "en nuestro tiempo, la esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia y no empeñar las armas de la severidad". O lo que afirmaba el beato Pablo VI en la clausura del mismo al afirmar que la pauta de la espiritualidad del Concilio ha sido la antigua historia del buen samaritano.
El Jubileo extraordinario de la misericordia se concluirá en la Solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, dando gracias a la Santísima Trinidad por haber concedido a su Iglesia un tiempo extraordinario de gracia.
La omnipotencia de Dios se manifiesta a través de su misericordia. Santo Tomás de Aquino decía que la misericordia no es, en absoluto, signo de debilidad sino, más bien, la cualidad del poder de Dios. En el Antiguo Testamento aparece frecuentemente el binomio "paciente" y "misericordioso" para describir la naturaleza de Dios. Esta misericordia se constata en muchas acciones de la historia de la salvación en las que la bondad prevalece sobre el castigo y la destrucción. La misericordia de Dios no es una idea abstracta; al contrario, es como el corazón de un padre o de madre cuyas entrañas se conmueven por su propio hijo. En el Nuevo Testamento, Jesús ora con este el salmo 136 antes de su pasión. Al instituir la Eucaristía pone este acto supremo de la revelación a la luz de la misericordia. Jesús vivió su pasión y muerte en este horizonte de la misericordia, consciente del gran misterio del amor de Dios que se habría de cumplir en la cruz. Desde la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad: la misión que Jesús ha recibido del Padre consiste en revelar el misterio de amor divino en plenitud. Este amor se hace visible y tangible en la vida de Jesucristo: su Persona no es sino amor que se dona y entrega gratuitamente. Su actitud y su forma de actuar con los pobres, los enfermos, etc. llevan el distintivo siempre de la misericordia. Nada en Él es falto de compasión. Finalmente, en las parábolas dedicadas a la misericordia, Cristo revela a Dios como un Padre que jamás se da por vencido hasta que no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la comprensión y la misericordia; en ellas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona.