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Ruta por el Cañón del Val, un sendero único

Ruta por el Cañón del Val, un sendero único

Actualizado 06/10/2016 17:59

El PR-20, en Ágreda alberga en sus siete kilómetros un paisaje que conjuga los matices de la Meseta con el templado clima mediterráneo. El camino, a pie o e bicicleta, no defrauda a nadie por la multitud de especies que alberga, bajo una vegetación rica y variada que aporta a los sentidos del caminante un amplio catálogo de matices en cualquier época del año.

Quizá sea una de las rutas más rejuvenecidas y a la vez longevas que alberga la provincia de Soria. Y lo es porque el extremo oriental, con la frente baja hacia Aragón, acoge secretos aún por descubrir. Secretos íntimos de un descenso acompasado por los sones del río Val, que se esconde a veces bajo un seudónimo más conocido, el Queiles.

El PR-20 es un trayecto de enorme belleza, íntima, disimulada y ,por qué no, oculta. Se inicia en La Dehesa de Ágreda, en los populares Ojillos, donde mana el Queiles que se zambulle profundo bajo el pueblo. De ahí emerge hasta las huertas árabes, en las que da vida y sabor a los frutos que se recogen, y que obviando al célebre cardo rojo, son múltiples y variados. Como punto de referencia para la vista, el arco emiral, la puerta de entrada del Medievo por la que accedía a la Villa de las Tres Culturas.

Flora y fauna

Dejando atrás casas ?y también ermita- sujetas en el roquedo, el caminante, o el ciclista, comienzan un descenso que a veces se oscurece, por los adentros, hacia el este. La vegetación y el propio barranco serpenteante lo obligan. Chopos, nogales, espinos medianos en altura ensombrecen y refrescan el aire, ayudando al paso o al pedaleo.

El camino continuará su bajada y los roquedos de izquierda y derecha se irán viendo más altos, la vegetación más densa y la presencia de fauna más abundante. Avanzando, vista y oídos se sorprenderán, quizá de un modo familiar, con la compañía efímera del jabalí, el corzo, el zorro ?este más tímido- o la siempre vivaz garduña. Y en el cielo, siempre vigilantes, alimoches, águilas reales y perdiceras, alguna anátida, el omnipresente buitre leonado, el halcón peregrino y simpáticos paseiformes como la lavandera cascadeña, el ruiseñor bastardo, la oropéndola, el pito real o los vencejos en verano.

En esta confluencia que supone engarzar ecosistemas mediterráneos con los de la Meseta, o lo que es lo mismo, de las estribaciones del Moncayo hasta las cuencas del Ebro, se produce una amalgama nada habituale en Castilla. Un cambio que siempre que aporta belleza.

Puntos claves

  • Antes de la aparición del hombre, el cañón del río Val albergaba contaba con extensos bosques de chopos, sauces y fresnos. Junto al río crecían olmedas y quejigares, mientras que los pedregales estaban protegidos por encinas.
  • El riego de esta vega oculta hace desviar el cauce a conveniencia de las necesidades de los propietarios. Las huertas y el paso de los ganados van cambiando el paisaje original, sin que por ello el microclima se vea alterado ni tampoco la permanencia de las especies iniciales. Las huertas son garantía para el asentamiento humano sin alterar significativamente la continuidad en el ecosistema.
  • El acusado corte que supone iniciar el camino por encima de los 900 metros y concluir, siete kilómetros después por debajo de los 600 otorgan al término agredeño un favor especial, el de poder aglutinar en el municipio un extenso catálogo no solo faunístico, sino también vegetal, único en España.

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