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Artículo de opinión de Alfredo Vallejo
El ser humano postmoderno (nosotros) apenas se tiene en pie abrumado por lo que le está cayendo encima. Se dice que en un solo día el cerebro de un hombre actual procesa más información que el un hombre de hace cincuenta años en un año entero.
Bien es verdad que el hombre es el animal mejor dotado para la adaptación; “se adapta incluso a un bombardeo”, diría el tío Suleimán de mi pueblo, que siempre pone la guinda con lucidez de labriego sabio. Pero estamos llegando a unos niveles que el cerebro ya no puede más. Y la superinformación va exponencialmente en aumento, mientras que la limitación real de todos nosotros es clara y constante.
¿Qué va a pasar no tardando mucho? No es una pregunta retórica; es una advertencia preocupada.
Los trastornos síquicos van aumentando; más de la mitad de los fármacos en las sociedades desarrolladas son ansiolíticos y antidepresivos. La agresividad está llegando a niveles nunca sospechados. ¿Cuándo se había imaginado que serían los padres los que denunciarían a sus hijos por maltrato? ¿Y madres o padres matando a sus bebés, incluso abusando de ellos sexualmente? ¿O la juventud de los países bien instalados, emborrachándose a palo seco, sin ningún ritual social interpuesto, tirándose de los balcones...
No estoy haciendo moralina; en absoluto. Estoy transcribiendo síntomas. Síntomas, ¿de qué? No es fácil responder a este enigma. Esta enfermedad misteriosa nos sobrepasa y nos desconcierta.
No soy un hombre pesimista, lo aseguro. Simplemente estoy gritando los síntomas de algo que pone los pelos de punta. También hay otros síntomas esperanzadores y positivos; pero no son noticia. Nuevo síntoma esto de que algo anda muy “raro” y de que nos estamos metiendo en un horizonte donde es posible cualquier cosa.
¿Estos síntomas amenazadores y desconcertantes anuncian lo que un adolescente tempranamente pervertido gritaba por las calles de París: “Soy malo porque no soy feliz”?
Hoy lo tenemos casi todo, pero nos falta felicidad.