Carta al director de Daniel Hernández Marín
Resulta que en el mayor dilema territorial que tenemos en este país tiempo ha nuestra tierra no tiene nada que decir. La peor parada, la ninguneada, la apática y poco rentable zona oriental de Castilla sigue sin voz propia. ¿De verdad va a seguir sin oírse a Soria?
Ah, calla, que algo sí se desgañita en gritar: El enfado monumental porque los catalanes no quieren ser españoles; con su consiguiente exaltación de la patria -ésta que nos ha tocado- balcón tras balcón, bar tras bar, institución tras institución y portada tras portada.
No se rebeló la España olvidada con la sinvergonzonería que suponía el eslogan de ´Espanya ens roba´. Ni con las inversiones y ayudas públicas que caían allá y más allá, pero nunca aquí. No se rebeló cuando el gobierno o, mejor dicho, los variopintos gobiernos mimaban a esos que sólo buscaban privilegios sobre el resto. En cambio defiende la patria a ultranza cuando los nacionalistas (los otros nacionalistas, se entiende) no piden privilegios sino, sencillamente, irse. No se rebela por lo que le corresponde, por sus derechos, únicamente patalea por lo que le dan o dejan de dar a los demás.
Para dejar las cartas al descubierto he de decir que nunca he considerado a Cataluña como un pueblo oprimido y, por ende, con más deber que derecho de liberarse de esa opresión. Ni por asomo, vamos. Ahora bien, tampoco he creído nunca que mi opinión tuviera que contar lo más mínimo para el futuro de Cataluña. La independencia, sobre todo tal y como se plantea, creo que o bien es egoísmo e insolidaridad o bien se acerca a ese concepto de patria esotérico, clasista y alejado del mundo real que solo pueden defender un zumbado o un privilegiado. Da igual, en cualquiera de los casos se encuentra en las antípodas del internacionalismo y la solidaridad que defiendo. Y repito, por si no quedaba claro, que la decisión debe ser suya y que al resto nos corresponde el papel de secretarios: Con voz pero sin voto.
Hay otros que piensan que no, que Cataluña es España porque... sí. Otros piensan que Cataluña no es España porque... no. Hay manipulaciones manifiestas de la historia, justificaciones absurdas y sentimientos nacionales aún más absurdos. Podría poner cordura en todo este desvarío la España que de verdad necesita que se cumpla la Constitución y que no tiene, ni de lejos, el mismo acceso a los servicios públicos ni la misma calidad en los mismos que la España llena. Podría poner cordura en todo esto algo tan clásico -que no antiguo- como lo es la izquierda. Sin embargo, nada más lejos de la realidad.
Ante una izquierda de la que, salvo honrosas excepciones, apenas queda rastro, nos encontramos a la derechona más rancia y reaccionaria. La que consigue que en Soria, la hermanastra fea de las provincias de España, la gente normal luzca orgullosa la rojigualda. Y no nos engañemos, aunque en un partido de la selección se puedan diluir los sesgos, todos, absolutamente todos, sabemos lo que defiende el que saca la rojigualda, máxime en estas situaciones. Cuentos chinos a otro.
Mención aparte merece, por desgracia, el auge de la extrema derecha, del fascismo puro y duro. Esto sobrepasa la cuestión territorial y daría para otro artículo, pero no quería pasarlo por alto ni dejar de señalar a los que por obra u omisión lo toleran y permiten. Sin antifascismo no hay democracia.
Casi siempre el refranero da en el clavo: Lo que dice Juan de Pedro dice más de Juan que de Pedro. La reacción de la España cazurra ante la situación de Cataluña dice mucho más sobre lo que nos toca a nosotros que sobre lo que pase o deje de pasar en Cataluña. Que los políticos, periodistas y ciudadanos de aquí defiendan el uso torticero de la Constitución para ejercer el monopolio de la violencia contra los que quieren votar mientras se incumplen sistemáticamente los artículos que nos dotarían a todos en general de bienestar y a Soria en particular de desarrollo y dignidad dice mucho de nosotros. Dice que debemos darle una vuelta a todo esto.