Crónica de una mañana de Todos los Santos en el cementerio de Soria

Resulta curioso observar como la muerte, algo tan igualador que no entiende clases, condición, gustos, razas ni edades es interpretada de una forma tan especial y personal por cada persona. Miles de sorianos han subido hoy al campo santo de la capital para recordar y homenajear a los seres queridos que ya no están.

Un recuerdo que cada uno realiza a su manera, una dicotomía que se reflejaba claramente paseando esta mañana por el cementerio. Algunos completamente en silencio, como muestra de respeto, al fin y al cabo los muertos no merecen menos. No hay nada que celebrar. En las zonas más recogidas el silencio solo lo rompen los más pequeños con preguntas que son tan ingenuas como comprometidas. Por primera vez papá no tiene respuesta. O sí la tiene pues en ocasiones un abrazo es la mejor respuesta.

Otros paseando, casi como si caminasen por el Collado, recordando las batallitas y los consejos de quienes ya se fueron. Los corrillos se empiezan a formar en las calles más anchas del cementerio, el saludo más típicamente soriano mentón arriba y un aséptico “aquí, a hacer la visita”.

Los más prácticos aprovechan para limpiar las lápidas, no muy lejos un corro de señoras, de las que acostumbran a ir al cementerio, se lo recriminan en petit comité, “eso no se hace hoy” murmulla una. Los más sentimentales no pueden evitar que se les escape una lágrima, pero son los menos. Algunos se persignan aunque no parecen hacerlo con mucha convicción. La mayoría, simplemente pasea.

Muchos han acudido hoy al cementerio en familia. Muchos padres, con sus hijos visitando hoy a los abuelos, en una lucha imposible, en una lucha contra el tiempo por mantener vivo el recuerdo generación tras generación. Una batalla que todos sabemos perdida pero que todos queremos luchar.