San Saturio 2024: Programa, horarios y todos los eventos
Artículo de opinión de Carlos Castro.
Érase una vez una pareja con dos hijas, de 14 y 12 años. Todo empezó en el instituto después de una relación tumultuosa de idas y venidas, de hoy te quiero y mañana no, de lloros y risas, de un tiempo sin hablarse a la locura del reencuentro. Sin terminar los estudios con la alegría de una noche de fiesta llegó la primera niña sin poner medio ninguno, por ignorancia. Al padre le costó aceptarla pero al final se hizo cargo y se fueron a vivir juntos a un piso alquilado, un cuarto sin ascensor, porque no llegaba para más.Empezó a trabajar y apenas se hacía cargo de la niña. Dos años más tarde llegó la segunda y todo empezó a cambiar. Ella se iba a trabajar unas horas para salir adelante, mientras la abuela cuidaba a las niñas. Él salía tarde del trabajo, empezó a beber, a llegar a casa borracho, a obligarla aunque no quisiera. Al principio se resistía pero empezó a ponerse violento y llegó el primer bofetón. A partir de ese día empezó el infierno, se habían querido a su manera, pero ahora él la dominaba, la gritaba y la insultaba delante de las niñas; y lo peor de todo era el miedo, el terror, el pánico que la paralizaba al estar con él. Y al final pasó, la niña mayor salió en su defensa y acabó en el suelo de un empujón y con una brecha en la cabeza. Todavía no sabe cómo, pero sacó fuerzas y ese día por fin lo hizo, cogió el teléfono y llamó. Dos policías se presentaron en casa; ropa tirada, una puerta rota y, lo peor, dos niñas abrazadas en un rincón llorando a lagrima viva. En veintiocho años de servicio no habían logrado acostumbrarse, era lo más duro, los niños, qué culpa tendrán.
Le detuvieron mientras gritaba que la mataría. La madre y las niñas acabaron en una casa de acogida del Ayuntamiento donde las recibieron dos asistentes sociales, que no son noticia en los telediarios pero que lo dan todo por ayudar y apoyar a muchas mujeres que no han tendido suerte en la vida. Al poco tiempo, madre e hijas se trasladaron a otra ciudad, a una casa de intercambio, y pudieron enfrentarse al miedo y comenzar una nueva vida con la ayuda de una renta básica de ciudadanía. Por eso estos días de Navidad, de solidaridad, la mejor forma que tenemos de serlo es reclamando unos buenos servicios sociales y ayudas para los que de verdad lo necesitan, porque seguro que si usted pudiera daría todo por esas niñas, y colorín colorado…, una historia demasiado habitual les he contado..