Evolución

Una noche de hielo tiene luna llena. No es tarde pero nadie por la orilla del Duero. Necesitaba moverme decidiéndome si subir las revueltas del Castillo, si continuar en llano. Las aguas mansas veo helarse entre el puente y la depuradora. Luna llena y de tinieblas de literatura plena. Pasos decididos surcan el camino de San Saturio a través de unos cerros ondulados y la roqueda agreste de la Sierra de Santana…

Creo que a finales del siglo pasado no estaba iluminada la piedra de la ermita, estético contraste. Pienso ahora, ¿y si no existieran hoy esos puntos equidistantes de luz que tan bien ayudan a caminantes y a corredores? ¿Cómo reaccionaríamos si tampoco estuvieran las farolas cilíndricas y brillantes de San Prudencio? ¿Ni los pequeños y altos destellos naranjas del Castillo? ¿Ni los titilantes brillos del Parador o de las viviendas de la Soria tan próxima? Cuánta oscuridad y temor si no fuera por la potente luna llena que inunda cada rincón con sus tinieblas metálicas tal y como sobrecogieran a Gustavo Adolfo Bécquer. Ayer, hoy, evolución. Ya no me imagino un deambular por San Polo a oscuras, sin cuidada jardinería, sin nuevo empedrado, sin reciente restauración inmobiliaria, sin fauna, sin farolas en la carretera que inmediatamente nos trasladan a Soria.

La noche es hielo con una luna llena sobre el puente de piedra a donde llega el repique de tambores con cornetas de las Santas Caídas de Jesús desde la Concatedral de San Pedro.