Pececito

La aparición de la peor manera posible de Gabriel, el niño de 8 años que nos ha tenido a todos en vilo durante 12 días, nos sumerge en pensamientos que asustan a uno mismo. La indignación da paso a la ira y la reacción siguiente es desearle lo más grande a quien ha arrebatado la vida a un ser inocente. Soy una firme convencida de la prisión permanente revisable, como el 65% de los españoles, porque hay seres, y digo seres porque la palabra persona no les describe, capaces de crímenes tan execrables que considero son incapaces de vivir en sociedad.

Pero también estoy observando cómo, a través de las redes sociales, especialmente whatsapp, comienzan a circular tal cantidad de barbaridades que hacen que el cuerpo te pida desmarcarte de semejantes actitudes. No soy ninguna reaccionaria por desear apartar para siempre de la sociedad a quien no sabe vivir en ella, pero me niego a ser cómplice de un linchamiento público, alimentado en muchos casos con mentiras, como si lo que ha pasado no fuera ya en sí mismo suficiente.

Esta reflexión la he hecho después de escuchar a la madre del niño Gabriel, que ha pedido que no se lancen mensajes de odio en nombre de su hijo, que al contrario, que se mantenga el mensaje de amor que se generó en España en los días en los que todos mantuvimos la esperanza. La lección de bondad, de generosidad y de fortaleza que esta mujer nos está dando, es de lo poco bueno que este horrible crimen nos ha dejado. La maldad más absoluta frente a la bondad más pura. Nada libre, pececito.