Viajes por España
Artículo de opinión de Roberto Vega, entrenador de base.
Había una vez un país, unos compatriotas recién instalados en la Transición Democrática: padres, abuelos.
En el Castillo de la Raya aún no asomaba el sol estival cuando el Seat 133 trasladaba a una familia afortunada que había ahorrado para ir al Levante. El niño, que no dormía, se entretiene observando por la ventanilla.
En Villafeliche, entre la fertilidad del Jiloca, por Daroca nadie sabía que la N-234 se transformaría en Autovía Mudéjar para relativizar el alarde de valentía que supone cruzar el llano turolense hasta descender al Mediterráneo.
Con el paso del tiempo, descubrir Mérida resulta cómodo. La curiosidad de aquel niño mientras conduce es mirar el paisaje agostado y de desmesura urbanística por la M-40, antes del Alberche y de las extensas dehesas de alcornocales o encinares. No hubo contratiempos para aparcar el Ford entre los 40º a la sombra y el carácter abierto de los extremeños.
¿Forma parte de los planes de estudios de los IES visitar Mérida antes que ir a Roma?
Siendo niño no se comprende este tinglado de los viajes. De mayor se aprecia mejor el que hayan convivido y perdurado: sepulcros tribales, calzadas romanas, espadas visigodas, jardines árabes, dominio católico, edificio administrativo alzado sobre un yacimiento.