La opinión de Carlos Lafuente, empleado público y contertulio.
Eso decía mi abuela. Parece que entonces se tenía más fé en la honorabilidad, tanto del que firmaba los títulos como del titular del diploma. Aunque personalmente creo que siempre ha habido escuelas, colegios privados y centros universitarios a los que iban los más ceporros, con la condición añadida que fueran los más ricos. Y así venían con sus títulos de Loeches, de Sigüenza o de la República Dominicana. En fin.
Pero como ahora vale todo en política (fundamentalmente porque hay políticos deshonestos), pues ha salido a la palestra el rastreo de títulos y méritos falsos. Y aunque esa caza no está mal, no me gustaría que nos desviara de los problemas de verdad, como las dificultades que están poniendo al Gobierno para aplicar políticas sociales. Le tengo ya más miedo al tándem PP-CDs que a la troika comunitaria (“niño, o comes crisis o viene la troika”).
Aunque ya puestos a examinar títulos con verdadera validez, ¿qué tal si empezamos a examinar todas las licenciaturas, doctorados, másters y demás que conseguían los etarras mientras estaban en las cárceles? ¡Eso si que era sapiencia y trabajo!
En pocos años conseguían todos estos títulos y más. Y a ver qué profesor se atrevía a suspenderlos. ¿Investigamos el asunto? También esto es memoria, ¿o no?