Ángel y Pilar fijaron hace 9 años su residencia en La Vega, un barrio de Yanguas que todavía se considera deshabitado. Han pasado por dos huelgas de hambre y una tragedia que, afortunadamente, se ha quedado en “un gran susto”. No tienen ningún servicio público y consideran los planes contra la despoblación “un auténtico engaño”.
Ángel Navarro y Pilar Moreno son los únicos vecinos de La Vega de Yanguas. Ellos llevan desde el año 1993 vinculados a esta pequeña pedanía, o barrio, perteneciente al municpio de Yanguas y residiendo en ella desde 2009. “Compramos la casa en 1993 y al principio sólo veníamos a pasar los días libres pero ya en el año 2009 nos mudamos definitivamente obligados por un problema mío de salud”, cuenta Pilar.
Desde entonces, y ya han pasado nueve años, llevan luchando por demostrar que su pueblo no está deshabitado. “Se empeñan en darlo por muerto, insisten en decir que nosotros sólo venimos aquí a pasar el fin de semana o las vacaciones pero eso es mentira”, sintetiza Pilar Moreno de forma contundente. Y es que parece que todo el esfuerzo invertido comienza a pesar en sus espaldas. Cuando resumen su historia en La Vega se hace sencillo comprender el por qué.
“Pensábamos que aunque no teníamos nada poco a poco se iría consiguiendo. Habla de nuevo Pilar y cuando dice nada, eso es exactamente a lo que quiere referirse, no hay lugar para las metáforas.
En La Vega no se puede abrir un grifo y beber agua. Hasta las casas llega el líquido elemento pero lo hace en unas condiciones en absoluto aptas para el consumo humano ya que se recoge de un manantial que hasta hace pocos meses servía de bebebero a las vacas. “Para poder beber tenemos que caminar cargados de esas garrafas hasta una fuentecilla cercana”, explica Ángel señalando los recipientes de plástico vacíos.
Tampoco llega hasta aquí la electricidad. Los generadores de gasolina dan vida a televisión, ordenador e internet a la espera de que unas placas fotovoltaicas recién adquiridas estén en funcionamiento.
El déficit de servicios afecta, incluso, a las basuras. “Poco costaría colocar un contenedor en la pista de acceso para que en verano no se nos llenen a todos las bolsas de gusanos, pero nadie está por la labor de facilitarnos un poco la vida”.
Pilar y Ángel hablan claro pero todavía pueden hacerlo más: “en teoría esto es un suelo rústico pero cuando nosotros compramos la casa era suelo urbano que acabó transformándose por arte de magia. Además pagamos IBI urbano pero al parecer eso no nos da derecho a ningún tipo de servicio. Este es un sitio precioso que se podría fomentar como destino turístico pero nadie hace nada por intentarlo”. Ángel continúa con la explicación y la completa con un ejemplo que afecta directamente al asunto del agua, “este pasa directamente por que el ayuntamiento esté por la labor. Se podría arreglar todo mediante un plan especial”. Aquí hace una pausa para intentar contenerse pero le es imposible: “Lo que quieren es que nos vayamos. La lucha contra la despoblación es todo una mentira, tratan de que siga siendo un problema para mantener los fondos”.
A finales del mes de octubre hará dos años del incendio que arrasó la casa de esta pareja y sus dos hijos. El fuego comenzaba por la mañana debido a una deflagración que tenía su origen en la nevera de gas que estaba instalada en la planta baja. “Tuvimos suerte de que coincidiese con el puente de Todos los Santos y hubiese más gente en el pueblo”, explica Pilar. “Ellos nos ayudaron a transportar agua con cubos, bajaron a la carretera a buscar a las ambulancias y ayudaron en todo lo que pudieron”. Pero esta impagable ayuda no pudo evitar que el mayor de los hijos, Ángel, acabase con quemaduras en el 65% de su cuerpo y luchase por su vida en el Hospital Universitario de Cruces de Bilbao. Ahora Ángel está “prácticamente recuperado”. Las cicatrices son visibles y tiene que visitar el hospital cada 6 meses pero ha encontrado trabajo en Madrid y ha comenzado su nueva vida.
Este golpe propició que la actividad reivindicativa de la pareja se desmoronase. “Hemos bajado la guardia. Este golpe nos dejó muy tocados y te quedas sin fuerzas porque tienes que centrarte en lo importante. Antes habíamos hecho dos huelgas de hambre y ni por esas conseguimos nada, el accidente fue tocar fondo”.
“Si llegas a venir hace 20 días no encuentras sitio para aparcar y tienes que dejar el coche en la pista”, dice Ángel entre bromas. En verano llegan a reunirse en este barrio “100 personas” y actualmente hay “28 casas arregladas y una que acaba de comenzar su remodelación para un nuevo vecino”. Tienen incluso una asociación de vecinos, de la que “de momento” Ángel es el presidente.
Definitivamente, La Vega no está muerta. Pilar se señala la ropa de trabajo y cuenta sus planes de futuro, “estamos a punto de estrenar casa, nos mudamos para estar más cómodos pero de momento no nos pensamos ir. Queremos que nuestra antigua casa sirva como establecimiento de turismo rural e iremos a más”.
José Rico considera que todo “se ha confundido”. El alcalde de Yanguas responde a Ángel y a Pilar. Apunta que el ayuntamiento sólo tiene competencias “en las calles del barrio”, pues todo lo demás “depende de la Junta”. Rico añade que “el Ayuntamiento puso en marcha los trámites pero el órgano regional los rechazó”. Él no descarta que el agua llegue “en el futuo”.
Medio centenar. Revisando todas las listas existentes de pueblos deshabitados la media resultante es de unos 50. Pero no todos los casos que aparecen son reales. La Vega es un ejemplo pero hay otros. Armejún es otra localidad que quedó vacía en la década de los 60 y ahora lucha por revivir gracias a un grupo de jóvenes.