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‘Pan con vino y azúcar’, de Cristina Romea, remueve el alma de una Peñalcázar desangelada

‘Pan con vino y azúcar’, de Cristina Romea, remueve el alma de una Peñalcázar desangelada

Actualizado 09/10/2018 21:06
Bernat Díez

La novela costumbrista, histórica y de crecimiento personal, obra de la vitoriana Cristina Romea, despierta, mediante las letras, a una localidad soriana que está despoblada desde finales de la década de los setenta.

Y sin embargo, se mueve. Peñalcázar, punto geográfico de Soria abandonado a su suerte como localidad en sí a finales de la década de los setenta, sangra tinta. La escritora vitoriana Cristina Romea enciende una luz prosística con ‘Pan con vino y azúcar’, su obra costumbrista, histórica y de crecimiento personal, ubicada en lo que un día fue Peñalcázar. Las ruinas de un antiguo pueblo amurallado, que abrazó a civilizaciones como la celtíbera, la romana o la musulmana, despiertan de su letargo. Mónica, la pluma de la novela de Romea, devuelve a la vida a las cenizas actuales de Peñalcázar.

‘Pan con vino y azúcar’ sitúa a Mónica Santana veraneando (1979) en el pueblo de sus abuelos maternos, Peñalcázar de Soria, que marca frontera con Aragón y reposa a los pies del Moncayo. La protagonista de Romea, la cual indaga sobre la historia de sus antecesores de sangre, crecerá personalmente y emocionalmente en el transcurso de la novela al superar “una crisis de ansiedad que deriva en otra de entidad”, reseña la vitoriana en su obra. La Guerra Civil (1936-39) o la hamburna que pasaron sus ascendentes determinan la 'fea' costumbre de la época en una novela que también muestra tintes de psicología. Mónica deberá encontrarse; Romea ya lo ha hecho. La abuela de la escritora vitoriana nació en Peñalcázar, donde las páginas de ‘Pan con vino y azúcar’ narran ruidos y voces en un territorio soriano que actualmente reposa en silencio. Desmantelado, calla.

Romea vincula su elección ambiental, “un pueblo derruido asociado a la despoblación actual”, al protagonismo de Mónica. La narradora de la novela deberá “reconstruir su vida pasando por una serie de procesos”. Su existencia se “derrumba”, cuales ladrillos y piedras de antiguas estructuras en Peñalcázar, y necesitará volver a encontrarle sentido a esta. Metafóricamente, el sentir de Mónica y el alma de Peñalcázar, “un pueblo con una historia que puede caer en el olvido”, recorren caminos paralelos. Irrealmente, Mónica, desde la narrativa, ayuda a que la actual Peñalcázar recuerde y no olvide. “Juego con la historia de la protagonista y la historia de Peñalcázar. Le da más fuerza”, alega la vitoriana. “Historias (en la novela) e historia (lo que realmente ha mostrado un escenario arrasado por el paso del tiempo)” contadas por Romea, quien empezó escribiendo ‘Pan con vino y azúcar’ para ella misma. Luego, tras asumir “ese reto”, decide mostrar a Mónica a los lectores que quieran leer la voz de ésta, una chica “muy valiente” y con “afán de superación”, en primera persona.

Romea no se imaginaba a que la obra le pudiera “dar tanto”. Ha recogido “muchas riquezas” con ‘Pan vino y azúcar’. Ha bebido de muchas fuentes: personas a las que ha entrevistado, gente de los alrededores de Peñalcázar con la que ha hablado, lecturas, investigaciones varias, etc. Descubrió que Peñalcázar pudo ser celtíbera y la relacionó con Numancia, “el corazón de la Celtiberia”. Romea manifiesta que la actual zona despoblada pudo ser una “ciudad romana”, conocida como “Centóbriga”. Al igual que Mónica, Cristina Romea ha crecido “internamente”. Ambas pueden “aportar mucha información desde las emociones”. Pero claro, Romea le cede todo el protagonismo a su figura literal que cobra vida en ‘Pan con vino y azúcar’.

Vitoria le da un tierno beso a Soria. Las emociones de la novela traspasan la sintaxis de ‘Pan con vino y azúcar’ hasta acercarse a la realidad. La escritora del País Vasco se siente muy unida a la provincia castellana. En la novela, aparte de Peñalcázar, se describe “la naturaleza de Soria”. A Cristina Romea, cada vez que se encuentra paseando por esta provincia, le sobrecoge “la nitidez del cielo”. La vitoriana habla de “tranquilidad” y “sosiego” para referirse a Soria. Una determinada ruta le automatiza el movimiento de sus pies: “Me encanta pasear al lado del Duero hasta llegar a San Saturio”. Más que “una ciudad pequeñita”, Soria “es una poesía que me llega al alma”.

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