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Maquetas que lo enseñan todo: Mario Rodríguez ha dedicado la mayor parte de su vida a este arte

Maquetas que lo enseñan todo: Mario Rodríguez ha dedicado la mayor parte de su vida a este arte

Actualizado 09/03/2019 10:36

Mario Rodríguez ha dedicado la mayor parte de su vida al arte de las maquetas. La crisis le obligó a detener su carrera durante unos años para reorientarla después. Con nuevas energías ha redescubierto el mundo de la docencia. A través de los detalles consigue que sus alumnos comprendan el mundo y lo lleven a la práctica.

No es el único. La crisis económica que comenzó a mostrar sus primeros síntomas en Soria ya avanzado el año 2008 afectó a todos los ámbitos laborles.

También le tocó a él. Mario Rodríguez, de 54 años, había dedicado la mayor parte de su vida al arte de las maquetas cuando la burbuja le estalló en la cara. Los que le encarcaban sus proyectos, desde inmobiliarias a organismos públicos, pasando por bodegas y museos, dejaron de contar con los servicios de alguien que consideraban “accesorio y prescindible”. Se vió obligado a detenerse para tomar un respiro y buscar un plan de vida alternativo. “Cuando se acabó el trabajo lo pasé muy mal. Abandoné mi taller y dejé todo pensando que igual no volvía”, cuenta Mario sin apariencia de exageración.

Inquietud infantil

Cuando tenía 6 años, Mario descubrió que lo suyo con los detalles iba a ser algo más que una fugaz amistad. “Estaba en un colegio de Santa María de Huerta y comencé a trabajar los troncos de los árboles en las horas muertas. Primero hacía barcos, lo típico de los niños, después comencé a experimentar con la arcilla”, recuerda Mario que “ya más mayores nos juntábamos todos los amigos del pueblo para jugar con maquetas, era algo que nos divertía y con el paso de los años me propuse que esa afición podría darme de comer, aproveché lo que me gustaba e hice carrera de ello”.

A partir sus manos hacían crecer proyectos a escala que después se erigirían a tamaño real en forma de urbanizaciones, sedes de instituciones, carreteras, presas, polígonos industriales, museos campos de fútbol bodegas... Un 90 por ciento de sus trabajos traspasaban los límites provinciales, la mayor parte eran encargos de Logroño..

Aún así, la provincia de Soria la conoce al detalle. Laguna Negra, ruta de las Atalayas, yacimiento de Uxama, Valonsadero, comarca de El Royo, etc. Cientos de hectáreas recogidas en maquetas topográficas que guardan cada detalle y lo muestran de forma “más comprensible” al espectador.

Cuatro décadas de experiencia que no podían acabar desperdigadas y medio abandonadas encima de las mesas que ocupan su taller en la calle Numancia de la capital.

Enseñando su pasión

La relación de Mario Rodríguez con la crisis económica puede resumirse con dos sentimientos a priori antagónicos: el amor y el odio. El parón profesional (aquí encajaría el segundo de los dos) ha obligado a este autónomo a dar una vuelta de tuerca a su carrera. “Me he tenido que reciclar”, admite, “y he decidido emplear mis conocimientos de magisterio para transmitir lo que yo sé a las futuras generaciones”.

Esto lo ha conseguido poniendo en marcha un Taller de Maquetas que salta la barrera de lo usual. El objetivo principal es que el resultado (las maquetas) sean la excusa para desarrollar la capacidad creativa como proceso mental de producción divergente. Es decir, “en otros sitios se facilita a los alumnos un kit con todas las piezas pero eso no tiene ningún misterio para los chavales. De lo que se trata es de que solucionen retos que requieran poner en marcha esa maquinaria que tenemos en la cabeza”.

Es decir, el objetivo de este maquetista reconvertido en docente es “que los jóvenes descubran que hay vida más allá de los videojuegos”. Y es que Mario se lamenta al constatar que “ahora a los niños les cuesta un mundo poner atención a las manos, ya no saben crear”.

El mundo a escala

Los juegos de rol le ayudan en su propósito. Sus alumnos tienen como premisa convertirse en gobernantes de un país. “Tienen que conocer la historia del territorio que elijan, situarse en un periodo histórico, elaborar el edificio que acogía el gobierno de turno y conseguir que sus habitantes tengan todo lo necesario para desarrollarse. Esto es, tienen que tener granjas, suministros energéticos, infraestructuras,...”, explica Mario con paciencia para añadir que “además tienen que contar con que no están solos en el mundo. Puede venir un país vecino y destruir lo que has construído, por eso también trabajan las estrategias y las relaciones internacionales”.

En definitiva, los alumnos y él mismo, se ven obligados a aprender un poco de todo. “En esta profesión tienes que tener los sentidos muy despiertos. Al final acabas siendo medio ingeniero, medio arquitecto, medio matemático, medio escultor y medio de todo”. Tanto es así que si uno se cuela en una clase descubre que hay personas de unos 10 años que darían un repaso en conocimientos al común de los mortales. Y esto es porque los objetivos del curso, de fomentar la flexibilidad, la originalidad, la aceptación de riesgos y la curiosidad, entre otros, “se cumplen”.

Con el final del relato es cuando se descubre el por qué se ha utilizado el término amor en esa relación que Mario Rodríguez mantiene con la palabra crisis. Se entiende por qué consigue motivar a un grupo de preadolescentes y cómo logra que vean interesante recortar y pegar piezas diminutas de cartón. El amor a la profesión es el poso que ha permanecido a pesar del dinero y que gracias a una cantera tendrá futuro dentro de unos años.

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