El veto de Ciudadanos a Pedro Sánchez parece abocar a España a un nuevo gobierno del PSOE sustentado y condicionado por los independentistas.
Hace tan solo 4 años, cuando las legislaturas en este país duraban 4 años antes de la italianización de nuestra política, Albert Rivera parecía encaminado a convertirse en presidente del Gobierno. Poco queda ya de aquel líder joven, centrista, regenerador y dispuesto a pactar con la izquierda y con la derecha en el que algunos creíamos. Hoy, Rivera está en una lucha constante con el PP intentando destruir todos los puentes que permitan un gran pacto de estado con el PSOE y abocando a España a una dicotomía de incalculables y terribles consecuencias; un gobierno socialista sustentado por los independentistas o un gobierno popular sustentado por Vox. Y el problema no son los gobiernos, son los apoyos.
Ciudadanos debería ser la muleta que evitase que España cayera en manos de quien quiere romperla, pero no quiere. Ciudadanos debería ser la muleta que evitase que España retrocediera en libertades civiles, pero no puede.
¿Cuándo se torció todo en Ciudadanos? La respuesta es sencilla, el 1 de junio de 2018 con la aprobación de la moción de censura contra Mariano Rajoy. Ahí Rivera pudo haber apoyado al PSOE para sacar al corrupto PP de la Moncloa evitándose así el apoyo de los partidos independentistas, que hubieran continuado votando contra Rajoy, pero que ya no serían decisivos. Además, Ciudadanos podría haber arrancado un compromiso del PSOE para convocar elecciones justo a la vuelta del verano. Ese error, ese catastrófico error de cálculo perseguirá a Albert Rivera durante el resto de su carrera política. En el pecado lleva la penitencia.
Y lo que pasó es lo que sucede cuando entregas el poder, aunque sea durante solo unos meses, a un partido con la organización y la historia (lo que los americanos llamarían el know how) del PSOE. Pedro Sánchez ha dado un vuelvo brutal a las encuestas haciéndose valer de todo el poder mediático, político, institucional y económico de Moncloa. A golpe de real decreto y de tweet de cuenta institucional, Pedro Sánchez ha reconstruido, una vez más, su imagen hasta construir un perfil presidencial. Tanto poder tiene Moncloa que apenas se habla del tema que hizo caer al gobierno equilibrista de Pedro Sánchez, Cataluña.
Otro que vivía mejor hace 4 años era Podemos a quien la incipiente recuperación ha dañado su discurso y porque este era más creíble desde un humilde piso en Vallecas que desde un chalet en Galapagar. Así, a base de 'disconfluencias' y de los líos internos tan propios de la izquierda, Unidas Podemos ha ido devolviendo apoyos al PSOE. Apoyos que transformados en votos valen doble gracias a nuestro sistema electoral.
Y mientras el PP, radicalizando su discurso para tratar de atraer a los seguidores de Aznar que hace meses que juraron, y esta gente es gente de palabra, fidelidad a Santiago Abascal. Por más que intenta el PP llevar al centro del debate asuntos como la economía o Cataluña parece que solo logra abrir debates en temas en los que existe un amplio consenso social en contra de su postura (como el aborto, el matrimonio homosexual o la eutanasia) y abanderar banderas populistas como la tauromaquia. Más compite el PP con Vox, más espacio en el centro para el PSOE… y para Ciudadanos si quisiera.
Pasarán las elecciones. Y pasarán las elecciones. Que nadie espere ningún movimiento hasta después de las municipales. Y entonces habrá que hacer pactos. Las encuestas solo dan 3 gobiernos posibles; PSOE más Podemos más los independentistas, PP + Ciudadanos + Vox y PSOE + Ciudadanos. Pero Rivera tiene vetada esta última opción. Afortunadamente todos sabemos que la palabra del político catalán vale poco. Evitar que Pedro Sánchez vuelva a coquetear con los independentistas es, como bien dice el propio Rivera, una cuestión de estado. Si él puede impedirlo ¿Cuál será su argumento para no hacerlo?