La opinión de Alfredo Vallejo, colmenero y pensador.
Extravagante en sentido etimológico: “distinto”, “fuera de lo habitual”, “fuera del camino trillado por tanto ir y venir”.
Hace unos días he regresado de Medjugorje, centro mundial de peregrinaciones marianas, en Bosnia-Herzegovina, en los Balcanes. Mi impresión, la de todos los que van allí, es curiosa e inquietante; casi siempre positivamente inquietante; alguna, no tanto.
En Medugorje la Virgen “se aparece” todos los días; durante bastantes años se ha ido apareciendo a seis personas y les va diciendo una serie de mensajes y “secretos”. La Virgen de la Paz resume los miles de mensajes en orar, en ser buenos cristianos y en amar a todos.
El fenómeno es llamativo; miles y miles de peregrinos al caer la tarde, reunidos en una explanada inmensa rezan y bendicen a Dios con una fe que mueve montañas.
Le llaman el “confesonario del mundo”. Colas para confesarse en todos los idiomas, a todas horas, en medio de un silencio que subyuga.
Comentábamos algunos compañeros de viaje la fascinación y poder que se “siente” en este ambiente religioso actual de Medjugorje, el nuevo Lourdes o Fátima, en tierra frontera con el Islam: el poder de la sugestión siempre ha sido muy grande a lo largo de toda la historia. ¿La sugestión no puede ser un camino, entre otros, para llegar a “la tierra prometida”?
El hombre postmoderno, en su materialismo chato y mermado, está necesitando con urgencia volver su mirada a eso que llamamos Espíritu, aun cuando no sepamos bien lo que es en realidad. Pero es.
Que todo lo que ayude a la gente a ser mejor, a amar más y a ser más feliz es la mejor de las verdades. ¡Hay tantas verdades inútiles, incluso nefastas que arruinan nuestras vidas y sueños!
Que la palabra “fe” significa “confianza”. Las multitudes que acuden a Medjugorje denotan una confianza completa en algo que les salva y les hace abrir su vida a la esperanza más hermosa.