La opinión de Roberto Vega, entrenador de base.
Al Bosque Infantil, esa apetecible extensión de terreno baldío reconvertida en promesa de esperanza en biodiversidad, lo he visto engullir agua con avidez.
Las fuentes funcionan, con algunos grifos más duros que otros, dando apariencia coqueta y útil para dar abasto a cada porción de espacio verde reseco bajo la intemperie.
Los contenedores destartalados se revisan por el Servicio de Limpieza pero aún hay mucha basura abandonada o la traerá el viento, porque no estoy por echarles la culpa a los topillos que han agujereado y recorrido este proyecto de vergel de unas hectáreas devaluadas rodeadas de urbanismo.
Voy conociendo el mecanismo biológico de supervivencia de las variedades de pino, carrasca, roble, cupresáceas, espinos o arbustos variopintos que se empeñan en crecer. Me deleita ver al trasluz el cambio de color al humedecerse o las gotitas de agua colgando de las hojas cuando alguien las riega con garrafas de cinco litros. Me enorgullece saber más de nuestra centenaria ciudad.
Propongo, para las noches secas bajo luz artificial, organizar regadíos con lecturas literarias (clásicas o vanguardistas) incentivadas por los departamentos de Naturaleza y Cultura que aún pervivan en la provincia de Soria, antes del Otoño sabio y severo.