El amor mueve montañas. Tanto es así, que ha resultado determinante para muchas personas que apostaron por ubicar sus proyectos vitales dentro de la provincia a pesar de tener que dejar atrás su vida anterior. El amor, y la calidad de vida que ofrecen la capital y los pueblos, compensa todos los hándicaps de la Zona 0 de la despoblación.
Con San Valentín, patrón de los enamorados, a las puertas; se presenta el momento perfecto para hablar de amor y, aprovechando el camino, analizar cómo influye este en el devenir de esta provincia.
La realidad se impone día a día salpicando a los ojos de los sorianos. Aquí el invierno es mucho más largo, la oferta cultural y de ocio resulta limitada (más aún cuando se reside en un pueblo), las oportunidades laborales son en ocasiones irónicas y los sueldos no ayudan por sí mismos a plantearse quedarse con un “para siempre” en la mente.
Para compensar todo esto llega el amor, y la idea es mucho más práctica que romántica. Está comprobado, y este reportaje va a servir para demostrarlo, que este factor juega un papel decisivo en la España Vaciada, ya que al idear un proyecto vital, formar una pareja y posteriormente una familia, resulta determinante. Es por ello que, al contrario de lo que se pueda imaginar, muchos prefieren modificar o limitar su trayectoria profesional para instalarse, junto con la persona que aman, en un núcleo alejado de una gran urbe.
Refuerzo femenino
La mujer es la que decide trasladarse en una mayor parte de las ocasiones, combatiendo así uno de los problemas más frecuentes en cualquier pueblo, la emigración femenina a las ciudades. Lo que se refleja en el índice de masculinización del medio rural, que según datos del INE ( a fecha 2017) es de un 103,42%, seis puntos por encima del índice nacional situado en 96,18%.
Si las mujeres permanecen, lo hace también su descendencia, con lo que se asegura la supervivencia del pueblo y de los servicios para toda la población. Sí, Soria necesita más amor.
Con 36 y 32 años respectivamente, Mercedes Sánchez y Alberto Llorente llevan 9 años viviendo juntos en la capital soriana. Su historia es especial porque el amor fue determinante para que Mercedes, que “no había pisado Soria jamás”, decidiese dejar atrás su vida en el municipio madrileño de San Lorenzo de El Escorial para embarcarse en una aventura de la que “no me arrepiento en absoluto”.
Soriano y madrileña son voluntarios de Cruz Roja desde hace 15 años y la casualidad quiso reunirlos en un trabajo de preventivos durante las fiestas del Pilar, en Zaragoza. Un masaje (con crema) hizo que saltase la chispa y llegase el esperado primer beso. “Vivíamos lejos y cuando acabaron las fiestas pensé que todo se quedaría en un amor pasajero”, explica Mercedes, “pero no fue así.berto insistió y seguimos quedando. Un 8 de enero de 2006 me pidió que saliésemos juntos”. En el año 2011 llegó el momento de tomar decisiones, “uno de los dos tenía que moverse” y el aspecto laboral señaló a Mercedes como la opción más sencilla porque “él tenía trabajo fijo en Soria”. El desembarco fue llevadero pero el periodo de adaptación se extendió un poco pues, cuenta Mercedes, que “los sorianos son bastante cerrados, aunque te digan que no, hasta que cogen confianza “pero después de casi una década, esta soriana de adopción asegura que “aunque tendríamos la posibilidad de mudarnos porque Alberto aprobó la oposición de bombero en Madrid ahora me costaría irme”. Para ellos, “la calidad de vida” es más importante que el sueldo".
Yolanda Pérez es una madrileña de origen que, “desde siempre”, ha sentido Soria, y especialmente Covaleda, como “mi lugar en el mundo”. A sus 27 años, no ha pasado un verano, Navidad o cualquier fiesta de guardar, en la que este municipio pinariego no haya contado con la alegría y la conversación fluida de Yolanda y, aunque ella sabía que “tarde o temprano acabaría mudándome porque Soria me tiraba mucho”, no encontró el momento hasta que el amor tomó cartas en el asunto.
Duruelo de la Sierra le tenía reservado a David de Miguel. “Una despedida de soltero y unas cuantas rondas de más tuvieron la culpa”, bromea Yolanda. “Desde entonces no dejamos de hablar y con nuestra edad es muy complicado mantener una pareja a distancia”, narra poniéndose más seria. Entonces llegó la oportunidad laboral que determinaría el cambio. “La residencia de mayores de Duruelo sacó una plaza de enfermera e hice el exámen. Cuando me llamaron preparé la maleta. Llegué para quedarme el pasado 15 de junio”. En David, la alegría desembarcó tras un pequeño shock inicial. “Yoli siempre ha sido mucho más valiente, gracias a ello somos felices y pensamos cómo poder mejorar para quedarnos en el pueblo”. Ahora la decisión está más cerca pero no es más sencilla: Duruelo o Covaleda. Cada uno tira para lo suyo pero tienen claro que “vivir en el pueblo es una auténtica suerte. Nos da un poco de miedo la despoblación pero confiamos en que haya más gente como nosotros que quiera formar una familia aquí”, afirman.
A Darota Tubis, Covaleda le cambió la vida. Unos amigos le organizaron una cita a ciegas con Alberto Llorente y “no debí parecerle ni tan feo ni tan mala gente, porque conectamos enseguida”, cuenta este covaledense de nacimiento y de corazón.
Estas dos almas gemelas se conocieron en Burgos. Alberto vivía en la capital en su piso de soltero y Darota lo hacía en un pueblo a 15 kilómetros con su hijo. “Tuve que enamorar a dos personas y, aunque los comienzos no fueron sencillos, lo conseguí”, explica Alberto. “Tardó medio año en animarse a vivir juntos”, bromea Darota indicando que la espera se hizo larga.
Fue en el verano de 2017 cuando tomaron la decisión más importante de su vida. “Covaleda se impuso porque todo se puso de cara. Nuestro hijo mayor tenía que entrar al insituto, Darota sufrió varias decepciones laborales y a mi siempre me había rondado la idea de ocuparme de la explotación ganadera de mi familia que de pequeño ayudé a levantar”, narra Alberto. Darota era consciente de que mudarse a Covaleda haría feliz a Alberto y no dudó en plantearlo. “Él siempre decía que ojalá le tocase la lotería para volver a Covaleda. Yo le dije, ¡no esperes a la lotería! ¡Vámonos!”, recuerda Darota. Tres años después, solo piensan en “crecer, educar a nuestros dos hijos e invertir aquí”. Eso sí, Alberto aprovecha la ocasión para pedir un mayor esfuerzo a las administraciones para salvar su modo de vida pues añade que “la España Vaciada está en boca de todos pero todo se queda en palabras vacías”. Aún así, concluye, “mucha gente me dice que envidia mi vida, que se animen”.
Para demostrar que el amor ayuda a la provincia a mantener población contamos con Beatriz de Castro y José María Núñez, de 57 y 61 años respectivamente. Este matrimonio reside en Ágreda desde hace 36 años y fruto de su amor nacieron cinco hijos y, más recientemente, dos nietos.
“Nos conocimos en Ágreda porque a mi padre, que no tenía nada que ver con Soria, un amigo le recomendó el pueblo para recuperarse de unos problemas respiratorios. Le dijo que el aire de Ágreda cura todo”, recuerda Beatriz. Un primer contacto con el territorio que fue a mayores gracias a un amor que llegó y se instaló de forma inminente. “Nos conocimos en 1983, nos casamos en 1984 y tuvimos nuestro primer hijo al año siguiente”. El motivo no suena extraño pues Beatriz cuenta que “José María venía a verme a Madrid en un Mini de la época y por aquel entonces el trayecto, por la A-2, duraba más de 3 horas y media”.
El trabajo de José María, farmacéutico en la Villa de las Tres Culturas, hizo que “ni nos planteásemos otra cosa porque era mi vida entera”. Ahora, “salimos todos los días y vivimos como reyes. No nos aburrimos y tenemos la suerte de contar con un montón de amigos. Lo único que echo de menos es una visita al Auditorio Nacional, pero creo que por calidad de vida para mí y para mis hijos, esta ha sido la mejor decisión que se puede tomar”, afirma sin titubear Beatriz. Eso sí, este matrimonio espera que alguno de sus hijos regrese al pueblo para “ocuparse de la farmacia” aunque no sufren ni esperan sufrir el “síndrome del nido vacío”.