Sergio García nos cuenta cómo vive la experiencia más apasionante de la cuarentena para miles de personas; salir a hacer la compra.
Nunca imagine que haría una crónica de una visita al supermercado. Pero en estos tiempos del coronavirus para los que estamos confinados, salir a hacer la compra una vez cada 10 o 12 días es lo más interesante que nos pasa. Algo que contar en esas videollamadas donde ya no sabemos qué decir, pero que seguimos realizando para mantenernos cerca de los nuestros.
Llegó con mi vehículo al parking del Hipermercado E.Leclerc. Hay más vehículos de los que me esperaba, pero lejos de un día normal. Me dispongo a realizar la compra para toda mi unidad familiar, 3 personas. La última vez que salimos a comprar fue el sábado 28 de marzo. Esta salida se ha precipitado por la Semana Santa. Cierran el Jueves Santo y el Viernes Santo para que descanse su personal. Me parece bien. Esos hombres y mujeres, esos cajeros y reponedores tienen el cielo ganado. No tiene que ser fácil ser personal esencial. Aunque los que nos quedamos en casa envidiamos que puedan seguir haciendo `vida normal´, ellos conviven a diario con el miedo y la incertidumbre. He decidido que mi aplauso de las 8 de hoy será, además de para todos los sanitarios, para todos los trabajadores de todos los supermercados de Soria.
Salgo del coche. Llevo unos guantes desechables de fregar y una mascarilla, aunque no tengo muy claro cuál es su nivel de protección. FF nosequé. Me informan que tanto el propio supermercado como el Ayuntamiento desinfecta todas las mañanas todos los carros. Agarro el mío y me dirijo a la puerta. Hay unas 6 personas esperando fuera, en una cola que respeta la tristemente famosa distancia social. En apenas dos minutos estoy dentro. Un trabajador me echa gel hidroalcohólico en las manos como para matar al covid19 y al 20 si se ponen por delante. Un segundo punto de control comprueba que ya llevo guantes y me señala que tienen mascarillas para las personas de riesgo que van a comprar.
Comienzo mi ruta. Traigo una lista porque en casa no se fían de mí. Mi primera parada son las bebidas alcohólicas. Todavía no nos hemos abandonado al alcoholismo, pero es estúpido negar que la cuarentena se lleva mejor con un vermut? de vez en cuando. He pillado dos cartones de vino, del malo, para hacerme unos calimochos y pienso bebérmelos mientras canto sanjunaeras un día de estos. Me cuentan que en el super solo puede haber dentro un tercio de su capacidad. También me dicen que el día más duro fue el viernes 13 de marzo. Ese día entraron al E.Leclerc más de 6.000 personas. “Peor que un día de Navidad”. Pero eso no es lo malo, lamentan que ese día “se notaba que había mucha gente de fuera, de Madrid, del País Vasco…”. Cuando hagamos balance de esta crisis del coronavirus, deberemos empezar por cómo nos comportamos cada uno de nosotros.
Continúo con mi compra. Por cada objeto de la lista se cae al carro algo que no estaba apuntado. Una cajera me pesa las peras y las mandarinas. “Ánimo y gracias” le digo. No sé si sirve para algo, pero es la frase con la que acabo todas mis conversaciones estos días con la gente que continúa trabajando. Me cuentan que han habilitado un espacio para que los trasportistas almuercen y desayunen cuando traen la mercancía. Otros grandes olvidados en los aplausos. Ellos, para mañana. Agua, una coliflor, hojaldre para lanzarme a la repostería…
Los clientes no hablan entre ellos. Diría que prácticamente todo el mundo lleva mascarillas y guantes. Cuando dos personas se cruzan en un pasillo hay una fuerza invisible, algo así como un imán, que los separa. En la carnicería apenas tengo que esperar. Pillo unas tabletas de chocolate, y unas bolsas de patata. Algo dentro de mí me obliga a tirarme a las marcas de las empresas de Soria, algo asi como un grito de resistencia para que todos salgamos juntos de esta crisis sin dejar a nadie atrás. En la pescadería tengo menos suerte. Tengo el 68 y van por el 54, pero queremos unas lubinas para meterlas al horno y cenar como unos señores un día de estos.
Aprovecho la espera para dar una vuelta por los estantes cercanos. Varios pasillos están precintados; la ropa, el bazar, los juguetes… Pienso en los miles de niños que han tenido que celebrar su cumpleaños en plena cuarentena, sin amigos, sin regalos… Es el caso de dos de mis `primillos´; Adrián y Claudia. Continúo mi compra, la lista está prácticamente completa, aunque algunos productos se me resisten. ¿Dónde leches está el tomate frito? ¿Y el azúcar? Creo que tantos días en casa están atrofiando mis neuronas...
Me dirijo a la caja. Justo ahí, en la zona `para que piques´, hay un estante con 4 libros. Entre ellos, unos de pegatinas. Pillo dos, uno para Claudia y otro para Adrián. Mañana se los tirare por la venta a su madre. Ella viene todos los días desde el pueblo a Soria, trabaja limpiando escaleras. Ella, y el barrendero de tez oscura que todas las mañanas veo comerse el bocadillo resguardado en un portal, bien se merecen también compartir el aplauso de los sanitarios. Se me van a quedar cortos los días de la cuarentena para dar las gracias a tantos y tantos que las merecen.
Comienzo a descargar mi carro. La cajera, una chica de mi edad, me mira. Sí, efectivamente se me ha ido la mano y he comprado como si no hubiera mañana. Me ayuda a meter las cosas en las bolsas. Tiene guantes, bata y una pantalla protectora que me cuenta que instalaron a finales de febrero. Menos mal que algunos si lo vieron venir. A la que salgo dos camiones flanquean la puerta. Intento estabilizar mi carro rebosante para enterarme de lo que pasa. A un lado Cruz Roja carga paquetes de comida para los diferentes proyectos solidarios y para las personas que no pueden venir a hacer la compra. Al otro lado, una tintorería descarga varios cientos de mascarillas que han desinfectado.
Me dirijo a mi coche. Un buen hombre anda desinfectando los productos antes de guardarlos en el maletero. Le pido permiso para hacerle la foto que ilustra este artículo. “Mientras no salga yo”, accede… Ahora toca la parte más divertida de la compra (modo ironic on); descargar en el coche, subirlo todo a casa y colocarlo. Un coñazo, aunque tiempo no me falta. Me subo al coche y me despido de la experiencia más apasionante de esta semana. Hasta dentro de quince días carro de la compra.