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Tribuna de opinión de Francisco Ramos, catedrático de enseñanza y aprendizaje de segundos idiomas en Loyola Marymount University en Los Ángeles, California.
La última y más reciente patada del más nefasto director que ha pasado hasta ahora por el CIS a los principios de la sociología y la demoscopia es tan lamentable que dudo que cualquiera de sus antiguos alumnos de la Universidad de Santiago de Compostela o de la UNED no se haya llegado a avergonzar de haber estado en aquellas clases en las que Jose Félix Tezanos hiciera referencia a los procesos de selección y construcción de preguntas para encuestas, así como a la importancia de minimizar en todo lo posible la tendenciosidad de sus enunciados. En otras palabras, lo que se conoce como el sesgo.
En cualquier clase de estadística, no ya de sociología sino de cualquier otra disciplina, algo en lo que se incide de manera primordial desde el primer día es en tratar de que los enunciados de las preguntas sean lo más asépticos posible. Con ello se pretende evitar en todo lo posible el riesgo de que la presencia del mencionado sesgo en esos enunciados pueda influir de alguna manera en las respuestas del entrevistado, inclinándole a responder de una cierta forma en lugar de contestar lo que piensa realmente. No prestar atención al sesgo, por tanto, altera la fiabilidad de los resultados, da una imagen de lo investigado que no es correcta y, naturalmente, desacredita al que creó la encuesta. Pues bien, esto es lo que todo un catedrático de Sociología ha permitido que se haga con la última encuesta del CIS, un dechado de errores que debería abochornar a Tezanos, que ha reconocido abiertamente haber leído las preguntas y claramente no haber hecho nada para solucionar los sesgos en algunas de ellas, especialmente la número 6, sobre “la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social”.
Según su ficha técnica, la encuesta consistía en treinta y ocho preguntas llevadas a cabo por teléfono. Calculando una media de un minuto por pregunta, entre la lectura de los enunciados, alguna petición de repetición, y la tardanza normal en responder por parte del encuestado, esto nos da unos cuarenta minutos, un período que parece demasiado largo para que los encuestados prestaran atención a todos los enunciados por igual. Pero incluso dejando este aspecto de lado, la pregunta seis se hizo pasados ya unos siete minutos aproximadamente, incluyendo el saludo y la presentación por parte del entrevistador. En ese momento el entrevistador hizo la pregunta seis, que constaba nada más y nada menos que de cincuenta y tres palabras con dos alternativas muy diferentes y un comentario negativo al comienzo sobre las redes y los medios de comunicación social, una pregunta que debería haber sido claramente fragmentada al menos en dos por su longitud y contenido, dotándola así de una mayor claridad. Que se permitiera incluirla en su forma original no dice mucho precisamente de la contribución de su creador al interés en su comprensión, un aspecto que ha llevado a tantos columnistas a criticarla.
No es esta la primera vez que Tezanos da que hablar por sus extraños cambios en la metodología de las encuestas del CIS ni por los resultados publicados, que luego no se ven reflejados ni de largo en las elecciones. Eso sí, lo que ha logrado es que cada vez que se oye “según el CIS”, no miremos lo primero las respuestas sino la ficha técnica y esas preguntas que cada vez dan más que hablar.