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No nos olvidemos de los muertos

No nos olvidemos de los muertos

Actualizado 29/04/2020 13:57

Hemos convertido más de 24.000 fallecidos, más de 300 en Soria, en una estadística que escondemos entre bailes, videollamadas y retos de Instagram. Escribe Sergio García, director de Soria Noticias.

Entre tantos bailes, retos, videollamadas, ejercicio en casa, aplausos, dibujos, trifulcas políticas… creo que nos estamos olvidando de los miles de personas que han perdido la vida durante esta crisis. Tengo para mí que nos estamos olvidando de los muertos y me siento enormemente sucio por ello.

Hemos convertido los fallecidos en una estadística como el paro o la prima de riesgo. Recontamos personas que han perdido la vida como quien recuenta expedientes en una oficina o espejos en una fábrica. Trasformamos la tragedia en una curva inerte y aséptica que solo nos preocupa lograr doblegar. Vivimos aislados de la realidad en nuestra pequeña burbuja hiperconectada que es nuestra casa. Aislados de la realidad. Aislados de la cruda realidad. Aislados del dolor y del drama.

Recuerden cómo se sintieron el 11-S, el 11-M o el día de los atentados en las Ramblas. Traten de revivir aquellos momentos tras el accidente del Alvia o cuando aquel piloto estrelló su avión de Germanwings en los Alpes. Recuerden las lágrimas con las imágenes de la tragedia en Lesbos o el corazón encogido del minuto a minuto del atentado de Bataclan. Ahora piensen si se han sentido así en algún momento durante estos dos meses de crisis sanitaria.

Una crisis, una emergencia, una tragedia sin enemigo palpable, sin culpable, y también una tragedia sin imágenes. En la sociedad hipe expuesta a lo audiovisual en la que vivimos, no tener una imagen de los trenes reventados, no ver en directo al segundo avión chocándose contra la torre sur del World Trade Cente, no tener un niño muerto en la playa o una llamada desesperada de alguien que se sabe a punto de morir, nos impide tomar conciencia real de lo que estamos viviendo.

En estos momentos tenemos más de 24.275 fallecidos en toda España y más de 300 muertos solo en Soria. Y digo `más de´ porque cómo sociedad somos incapaces de conocer el dato exacto de vidas que ha segado esta crisis. Otra indignidad más para con los muertos. No habrá lista de bajas, no habrá un monumento con todos los nombres de los caídos. No habrá cifra oficial, solo estimaciones. Estimaciones sobrecogedoras que nos invitan a sumar un 50% de muertos a las cifras oficiales.

Tengo para mí que, incluso en los hogares en los que se ha perdido a un ser querido es estos días la muerte es más incomprensible que nunca. Con lágrimas, pero sin abrazos. Con pérdida, pero sin despedida. Sin poder haberle dicho un último te quiero a la cara, sin poder compartir el dolor con tus hermanos, sin poder estar con tu madre en el momento en que esta pierde a la suya. Hemos tratado de poner la muerte en stand-by, pero si hay algo que es implacable en esta vida eso es la parca. Cuando todo esto pase volveremos a una normalidad extraña donde no habrá más propinas a escondidas, ni caricias temblorosas por el Parkinson, ni sonrisas perdidas en una memoria que el Alzheimer se llevó hace tiempo.

“Solo afecta a los viejos”. Esa seguramente es la frase más jodidamente dura de toda esta mierda. La frase que muchos hemos pensado y que algunos hasta hemos dicho. Nos debería avergonzar tanto que, cuando nos dejen salir a la calle, deberíamos quedarnos en casa por miedo a ser reconocidos. Vivimos en una sociedad que acepta antes la muerte que la decrepitud, una sociedad que no tolera el dolor y que aborrece la soledad, pero para la que visitar al abuelo es una actividad más en el calendario semanal, como ir al gym o las clases de inglés.

Efectivamente, el covid 19 afecta principalmente a las personas mayores, a los viejos. A aquellos que construyeron con sus propias manos la democracia y la casa del pueblo. A aquellos que nos cuidaban hasta la saciedad, a aquellos que eran más felices viéndonos comer que comiendo. Aquellos que nos lo dieron todo como solo puede hacerlo quien nunca ha tenido nada. Y nosotros, sin un puto respirador que ofrecerles.

Esa es otra de las indignidades de esta crisis. Nunca sabremos no ya cuántas vidas perdimos sino cuántas podríamos haber salvado. Nunca sabremos cuántas vidas podríamos haber salvado si las cosas se hubieran hecho de otra manera. Vidas de los ancianos y también del personal sanitario, el otro gran trauma de esta crisis. Hemos mandado a miles de médicos, enfermeros, celadores, auxiliares, personal de las residencias… a luchar al frente con una pistola de agua. Los hemos mandado, como sociedad, a enfrentarse al virus sin los equipos de protección necesario, sin las medidas aconsejables de seguridad…

Los llamamos héroes para quitarnos de responsabilidades, porque el héroe es aquel que realiza acciones que requieren mucho valor. Pero ellos no deberían haber sido héroes, deberían haber podido ser simplemente, con toda la grandeza de la palabra, profesionales sanitarios.

Ancianos y sanitarios, sanitarios y ancianos, los dos colectivos más azotados por esta crisis. Las personas más débiles y quienes los cuidan. 24.000 fallecidos en toda España, 300 muertos solo en Soria. Números que esconden vidas truncadas, familias rotas, viajes que no se harán, abrazos que no se darán. Personas que merecen dejar de ser números y personas que, ante todo, merecen un respeto. Un respeto que empieza por no olvidarnos de los muertos.

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