Carta al director remitida por Fidel García Martínez Catedrático Lengua Literatura Doctor Filología Románica.
El gran papa Pío XII, injustamente calumniado pese a salvar miles de hebreos del terror nazi, como se ha probado por los documentos existentes, el 11 de noviembre de 1950, definió solemnemente el dogma católico pese a los ataques y descalificaciones de muchas personas anticatólicas: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina, que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”.
Esta verdad revelada fue siempre creída y defendida por los teólogos y grandes escritores místicos. Un ejemplo meridiano es una de las grandes escritores española Sor María de Jesús de Agreda, quien en su célebre biografía mística de la Santísima Virgen, titulada La mística de ciudad ciudad de Dios escribe en la capítulo 14 del libro VIII, en un estilo lleno de símbolos y verdades teológicas la Asunción de Nuestra Señora:” Entró en el Cielo empíreo nuestro Redentor Jesucristo con la purísima alma de su Madre a su diestra (…) La presentó al Eterno Padre con estas palabras:” Eterno Padre mío, mi santísima Madre, vuestra Hija querida, y Esposa regalada del Espíritu Santo viene a recibir la posesión eterna de la corona y la gloria que para premio de sus méritos la tenemos preparada. Esta es la que nació entre los hijos de Adán como rosa entre espinas, intacta, pura, hermosa, digna que la recibamos en nuestras manos y en el asiento a donde no llegó alguna criatura, ni pueden llagar los concebidos en pecado. Justo es que a mi Madre se le dé el premio Madre y sin en toda su vida y obras fue semejante a mí en el grado posible a pura criatura, también lo ha de ser en el asiento en el trono de Nuestra Majestad, porque donde esté la santidad por esencia, esté también la suma perfección. Solo nuestra querida Hija no tuvo parte en la inobediencia y prevaricación de los demás. A Ella pertenecen los premios que con nuestra Voluntad común y condicionada preveíamos para los ángeles inobedientes y para los hombres que los han imitado, si todos coperaran con su rendimiento y obediencia y nos complació con plenitud en todas sus operaciones y mereció el asiento en el trono de Nuestra Majestad.