Artículo de opinión de Roberto Vega.
Los creadores necesitan publicar y si publican se desnudan. Este mecanismo es así desde los tiempos de Catulo. La delicadeza desgarradora es ancestral.
Leer un poemario como “Los vértices de la luna” no te dejará indiferente. Lamentablemente a mí nunca me han enseñado a leer poesía y a mis hijas tampoco; obtengo eso sí un raro placer dejándome atrapar por los versos que es sumamente diferente a leer teatros, a sentir pinturas o a descifrar músicas.
Nunca he publicado un poemario como sí lo ha hecho María Álvarez Arribas; sin duda alguna por falta de valor y de material homogéneo que lanzar a las librerías aunque sí tengo obra publicada en diversas antologías.
Encontré el librito de Postdata Ediciones en Librería Las Heras de César en cuanto me hablaron de él a mediados del bondadoso septiembre; a principios de octubre acabé la relectura dejándolo lleno de anotaciones a lapicero y ahondando más allá de lo que María de la Pau Janer dice en el prólogo.
Imagino que el lector suspirará por leer lo que publican o lo que piensan poetas e intérpretes. Por ejemplo me ha conmovido especialmente su “Felices 20”, página 115, por la conexión con “Dedicaré este poema”, página 192 publicado en Cierzo Soriano y a pesar del cuarto de siglo que separa a sus autores.
También me agrada descubrir por ejemplo a Alejandra Pizarnik. Incluso si se trabajaran un poquito más muchos de los poemas que he leído (“la chica del vestido azul con flores blancas; estuvimos muchas veces y en muchos lugares bajo las sábanas; hecho astillas todos mis huesos; ojos ámbar”) esos poemas breves de Ella poeta encajarían muy bien como canciones ardientes arregladas por los músicos Bardos Druidas del juglar Fernando Pérez para los “domingos con vermut”.