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Pamela Palenciano: "El humor feminista existe para reírse del poder"

Pamela Palenciano: "El humor feminista existe para reírse del poder"

Actualizado 28/02/2021 11:00

La cómica estará el 28 de febrero en el Palacio de la Audiencia con su monólogo, 'No solo duelen los golpes'.

Cuando Pamela Palenciano (Andújar, 1982) se sube a un escenario y se calza ropa ancha, se abre en canal. Hace años que esta actriz se parte la caja ante el mismísimo horror con esa serenidad que solo el tiempo y las ganas otorgan: De los 12 a los 18 vivió una relación de maltrato que ha masticado, asentado, digerido y transformado en ‘No solo duelen los golpes’, un monólogo que incomoda, que nos interpela directamente y que desarma y cuestiona al público a partes iguales sobre la butaca.

A esta pieza, Palenciano le da forma teatro a teatro con un fin divulgativo: el bienquerer. Cuánto tiempo habrán invertido muchos y cuánta energía otros tantos. Cuánta angustia en saco roto cuando, al final, el amor debería ser más como lo canta Eskorzo (“No me quieras tanto y quiéreme mejor”) que como lo hace Sabina. Y Palenciano también lo tiene claro: “El único motivo por el que se puede sufrir por amor es el desamor. El fin del amor mismo”. Así que eso era: nos habían engañado y nosotros asintiendo con los ojos ciegos y las tripas llenas de puñales.

Cuenta Pamela también, que eligió el humor como revulsivo ante el dedo acusador de la sociedad. Que volvió a enamorarse en El Salvador, del teatro y de otro hombre. Que lo peor que le hizo Antonio (su ex pareja, a la que menciona en el monólogo) fue establecer una dictadura de silencios de los que solo él era dueño y señor. Y que la comedia femenina sigue formando parte de lo underground, de lo invisible, a estas alturas de la partida.

El 28 de febrero hay monólogo en la Audiencia. No se la pierdan.

¿Cómo es el proceso en el que decides contar una situación tan traumática en forma de humor, y por qué?

No fue una decisión tomada desde el principio, sino que se fue dando. Primero yo quise contar mi historia porque fue una propuesta de la psicóloga para canalizarlo a través del arte. Al principio fue una exposición de fotos, luego en taller y después se convirtió en un monólogo cuando fui a El Salvador y conocí el teatro. La forma fue el humor porque yo me sentía muy juzgada. Es decir, hubo una época en la que yo contaba mi historia y la respuesta que recibía era: “pues haberlo dejado antes” o “¿y tus padres por qué te dejaban tener novio a esa edad?”. Entonces se empezó a poner de moda El Club de la Comedia y yo seguía mucho el trabajo de Dani Rovira. Veía que contaba chistes llenos de estereotipos andaluces. Hacía humor del cliché y yo, que soy andaluza, me reía. Entonces, ¿qué tiene un estereotipo de real? Y ahí es cuando pensé que, si el humor funcionaba, había que darle una vuelta y en lugar de contar un estereotipo, contar algo sobre esta situación. Y salió solo. Fue un eco que se convirtió en humor feminista, porque el humor feminista existe para reírse del poder. Una tía puede contar chistes pero no hacer humor feminista, que también está muy bien y cuántas más mujeres se sumen al sector mejor. Pero si es feminista, pues mucho mejor.

¿Cómo es la posición de la mujer en el mundo de la comedia? ¿Hay precariedad?

Sí, claro. Además, lo tenemos muy normalizado. Las mujeres somos la mitad de la población mundial y parecemos siempre secundarias, como que el protagonista en la comedia tiene que ser siempre masculino y “la mujer en la comedia” fuese un género. Es verdad que hemos avanzado mucho y cada vez hay más mujeres en este sector. Las redes sociales también han ayudado a dar mucha visibilidad. Lo que pasa es que nosotras seguimos cobrando un doble e incluso un triple menos que los hombres.

Los cachés de monólogos de comedia de 45 minutos, por ejemplo, no se cobran igual. Incluso aunque estemos hablando de una mujer que está dentro del circuito, que pertenece al movimiento más mainstream de la comedia, se cobra mucho menos. Y luego ya no digamos un monólogo como el mío que mezcla drama y humor. Cuando yo cuento mis cachés, porque al final no se cobra igual en todos los lugares, ha habido técnicos- así, en masculino- que me han dicho: “Cobras muy poco para lo que haces. No sabes los cachés que se manejan aquí”. Y me han contado cada historia... Las mujeres, aunque estemos encima de un escenario, hecho que da la sensación de haber llegado a la igualdad, seguimos cobrando menos.

¿Cuáles son tus referentes femeninos en la comedia, por ejemplo?

Tengo muchos. Sobre todo en el género feminista que te comentaba. Alicia Murillo, Anchu Varela- que no se define como cómica, pero lo es- Silvia Agüero, que tiene un toque de humor gitano también, y luego hay un grupo maravilloso de cómicas anónimas que están en las redes sociales, que son maravillosas y que aunque no tengan nombres tan conocidos son mis referentes. También está Carmen Cabezas, Omayra Cazorla, que la adoro, Martita de Graná… Muchas.

VOX sacó una parte de tu monólogo, ‘No solo duelen los golpes’ y la descontextualizó diciendo de alguna forma que tú legitimabas la violencia hacia los hombres. ¿Crees que ejercemos la misma violencia los hombres hacia las mujeres que las mujeres hacia los hombres?

Antes que nada, me gustaría decir que pasó algo parecido a lo que ha ocurrido con Pablo Hasél. Que lo sacaron de contexto con sus letras y está en la cárcel por enaltecimiento, cuando lo que han dicho son verdades que todo el mundo sabe. VOX sacó esa parte de monólogo de contexto para negar y denigrar todo el movimiento feminista.

Por otro lado, no. La violencia que ejercemos las mujeres sobre los hombres no la hacemos por el género. No es una cuestión estructural. La estructura de la violencia machista se da desde que nacemos y es plural, simbólica, física, psicológica, emocional, laboral y cultural. Además, está establecida en la desigualdad entre hombres y mujeres. Eso no quiere decir que yo no condene un acto de una violencia reactiva de una mujer hacia un hombre. Yo tengo sospechas o dudas al respecto por mi experiencia, pero esto no quiere decir que yo niegue que un tipo cuente una verdad. Lo que me hace a mí sospechar es que mi ex maltratador dice que yo me he inventado este monólogo y que era yo quien lo maltrataba. Y es curioso, porque hay un montón de maltratadores que sostienen el mismo discurso estando en prisión: "Ella manipuló todo y yo no hice nada". Por eso yo tengo mis ligeras dudas. Los hombres tengan o no patologías mentales nos golpean porque somos mujeres. Y eso está clarísimo.

¿Puede que haya hombres que son maltratadores y no lo sepan?

Totalmente. De hecho, es que los maltratadores no se definen como tal porque al final hemos cargado tanto la palabra que no quieren ser 'el malo de la película', por decirlo de alguna forma, porque no se ven reflejados en ella. Entonces, piensan que la situación de maltrato no ha sido para tanto o que la otra persona la ha provocado. Son frases de libro casi: “Saca lo peor de mí”, “yo no quería hacerlo”, “ella me llevó hasta este límite”. No lo asocian tanto a un maltrato como a un impulso. No reconocen esa estructura de poder en la que han sido educados para llegar a ejercer ese tipo de violencia.

A mí en las cárceles, cuando hago allí el monólogo, me pasa. Un preso me dijo una vez que ahora lo entendía, que estaba ahí por haber llevado su machismo hasta ese punto. Había matado a su expareja. Es que nadie nos explica esto. No sabes la falta que hace que se pudiesen hacer actividades en las cárceles como monólogos, charlas, talleres que concienciasen a los hombres sobre feminismo. Sobre todo a condenados por violencia machista o por violencia sexual. Yo, por ejemplo, sí voy a las prisiones con el monólogo, aunque lo reoriento un poco. Como el público suele estar más reticente y más chulesco, por así decirlo que un grupo de instituto, el personaje de Antonio (su ex maltratador) cambia. En la cárcel es muy bestia, se pone más chulo. No lo hago tanto para defenderme, que también porque es verdad que a veces me da miedo, como para impactar, porque se ven muy reflejados en él.

Creo que también influye que viví en El Salvador mucho tiempo, que es uno de los países más violentos del mundo. He trabajado con pandillas, además. Por otro lado, también está la parte humana. Al final un asesino también tiene su parte humana, aunque no justifiques nunca sus actos, claro. Pero he aprendido a lidiar con eso. Con esa parte tan violenta que tenemos, sobre todo los hombres. He aprendido a gestionarlo.

¿Crees que puede cambiar un maltratador y reinsertarse, por así decirlo?

Por supuesto, si no yo nunca hubiese pisado un centro penitenciario. Si yo pensase que es imposible no tendría sentido trabajar con ellos. La violencia es una conducta. Las conductas se aprenden. Y lo que se aprende se desaprende. Creo que para que puedan dejar de ser maltratadores es necesario que vean y reconozcan por qué han estado en prisión. Ahí hay un vacío. Eso es lo que falta: ir a la raíz de por qué están ahí. Si les damos terapia para que, simplemente, dejen de golpear: “cuando te cabrees con tu mujer tienes que golpear la pared”. Esa no es la solución, porque al final tú el mensaje que le transmites a tu pareja es: “estoy golpeando a la pared por no pegarte a ti”. Si no hay un trabajo de terapia feminista para maltratadores no va a cambiar nada. Y ahora mismo lo que está haciendo a nivel muy muy general en el Estado Español es terapia muy conductual. Se intenta cambiar la conducta pero sin llegar al porqué, a su raíz. Entonces, no avanzamos. Pero sí es posible.

Yo he visto a muchos tíos cambiar y decir: “Mi Antonio está dentro, porque me educaron como a Antonio, pero cuando va a salir yo lo paro”. De hecho, tengo dos grandes amigos, que los quiero muchísimo, que han dado ese paso. Personas que han ejercido una violencia fuerte y que han cambiado. Entonces yo sí creo que un maltratador puede cambiar. Pero tiene que querer. Deconstruirse. Saber identificar por qué han ejercido esa violencia. Eso es fundamental porque, si no, no hay cambio. Si el Estado no se hace responsable de esto, si no deja trabajar con pedagogía feminista a personas que quieren trabajar para facilitar que esto se transforme en un cambio de raíz se complejiza todo.

¿Qué les dirías a las personas negacionistas de la violencia machista?

Ay, por favor…(risas). Eso les diría: “Ay, por favor”. Es que es negar lo innegable. Parece que la gente solo asocia machismo al burka. El burka occidental es peor porque es invisible. Quien niega el machismo se niega a sí mismo. Hay que ser un poco lógico en ese sentido. Todos somos machistas porque hemos crecido en esta sociedad. Hemos valorado la masculinidad como algo positivo y valorado solo lo que hacen los hombres y siempre nos hemos dividido en dos lugares: el espacio público es para los hombres y el privado para las mujeres. Es verdad que esta situación ha cambiado. Pero en lo íntimo, solo hay que pensar por qué las mujeres seguimos teniendo miedo de caminar por la noche por la calle.

¿Ese sentimiento quién me lo ha transmitido? ¿Mi padre? ¿Mi madre? ¿Me lo he inventado sola? No. Es porque nace de un cúmulo de experiencias. ¿Cuántos hombres tienen miedo de caminar por la calle y que una mujer lo vaya a asaltar? Los hombres, ni siquiera en El Salvador, ante un grupo de mujeres muy violentas, pandilleras, las temen. Les dan miedo porque van armadas, pero no porque vayan a violarme entre las cinco. Al revés no pasa: porque me violen, porque me intenten matar, porque me hagan daño… El machismo sigue presente y lo contrario del machismo no es el feminismo. No son contrarios. No existe una corriente por parte del feminismo que marque que queramos darles miedo a los hombres. Les damos miedo porque ya no queremos callarnos, pero no es una teoría que quiera invadir a los hombres.

Me estaba acordando de ‘Monstruas y Centauras’, de Marta Sanz, cuando comentas esto. Ella sostiene en el ensayo que asociamos el poder a la masculinidad, a lo violento y que quizás lo que tenemos revertir es la concepción que tenemos del poder mismo.

Eso es. Lo que pasa es que lo que conocemos como poder, como no nos ha dado tiempo tras siglos de patriarcado... El poder que incluso nosotras mismas asumimos es masculino hegemónico. Hay muchas mujeres que cuando llegan a ciertos lugares de poder se comportan como Manolo. Entonces de qué sirve que una tía lidere si se comporta como Manolo.

Evidentemente siempre me va a parecer bien que las mujeres tengan acceso a espacios de liderazgo y poder, como ya lo tienen los hombres. Pero una vez estamos ahí nos cuesta romper con ese patriarcado interior que tenemos dentro también. Evidentemente estamos hablando de relaciones de poder que salen del patriarcado y nos llevan a la masculinidad hegemónica. No queremos acabar con los hombres, queremos acabar con la masculinidad hegemónica y el que la tenga, que se la quite cuanto antes. No son los hombres, es el poder y la masculinidad hegemónica.

De hecho, hay muchos hombres que no encajan en ese rol y lo sufren.

Sí, yo ahora, de hecho, lo estoy viviendo desde el sufrimiento. Tengo un hijo que por ser cis (sus generitales se identifican con su identidad de género) y haber nacido con pene ve cómo el mundo lo aprieta y hace que se arrime a un lugar donde él hace un año no quería estar. Lo que pasa que la sociedad me lo está empujando. Era un ser muy libre que elegía cosas asociadas a la feminidad y no hacía la distinción. Aprendió a hacerla cuando empezó a ser un ser social. Ya no es en casa, ya es la calle, los medios de comunicación… Incluso yendo a centros más alternativos ya las criaturas también socializan con esa mirada.

Haces alusión en el monólogo también al calificativo “víctima” hacia las mujeres que han sufrido maltrato por parte de sus parejas, ¿qué opinión te merece?

Víctima se es en el momento en el que ha ocurrido, pero quedarte con el cartel toda la vida no te saca de ahí. Es decir, he sido víctima de violencia de género. Ya pasó. Si la sociedad sigue llamándome de esa forma lo que hace es infantilizarme. Entiendo que se acoja mi dolor y mi vulnerabilidad cuando yo me he enfrentado esta violencia o cuando lidio con otras en mi día a día. Pero no me infantilices. No hables por mí. Deja que hable yo. Lo que pasa es que no queremos escuchar la rabia con la que muchas víctimas quieren hablar en el momento en el que se dan cuenta de que han sufrido violencia machista y es mejor acallarla y pensar: “pobrecita, como acaba de salir de una relación de violencia machista no quiere hablar”.

Una persona que ha sido maltratada tiene ganas de decir un montón de cosas. Es como que la imagen de víctima transmite vulnerabilidad, pequeñez y siempre se queda ese estigma. A mí me ha pasado, cuatro años después de Antonio me seguían llamando víctima. Estigmatiza. Igual que estigmatiza la palabra maltratador. Por ejemplo, yo valoro mucho el trabajo que se hace, pero hay procesos judiciales que lo que hacen es revictimizar. Contar la historia una y otra vez. Mirarte con cara de 'te creo, no te creo'. Todo eso nos victimiza más.

Tú misma comentas en tu monólogo que te costó darte cuenta de que estabas sufriendo violencia, aunque lo hacías de forma muy evidente. ¿Qué consejos le darías a alguien para identificar este maltrato, ya sea ejerciéndolo o sufriéndolo?

Lo que yo sufrí con Antonio, ahora, mirándolo con distancia, creo que fue muy duro. En el momento lo normalicé tanto que lo vivía como peleas intensas, como éramos nosotros. Pero claro, es supervivencia porque o lo normalizas o no puedes estar ahí. Las mujeres que soportamos años de maltrato no somos débiles somos muy fuertes porque para aguantar esto o telita. Creo que tenemos tan normalizado que en el amor cabe la violencia, que de pequeñas asumimos tanto que hay que respetar a quien nos cuida pero con un poquito de miedo, que luego en las relaciones más íntimas nos cuesta diferenciar que las “bromas”, el control, los silencios, los celos, no forman parte del amor. Está formando parte de un control.

Si tú notas que la culpa siempre es tuya, hagas lo que hagas. Cuando sientes que has dejado de hacer cosas que antes te gustaban mucho y que tú misma asimilas que quizás sea que es porque no te gusta tanto y es mentira porque seguro que lo echas de menos. Esto no es un sacrificio o una concesión es un sometimiento. “Bueno, pues déjalo”. “Bueno pues no haberlo elegido”. Bueno, yo me hago cargo de la parte que puedo aprender a parar, pero es que con la violencia la responsabilidad que me queda es poquita. Moverse cuando no tienes herramientas, cuando no te las enseñan, cuando no las aprendes es muy difícil. El término tóxico que está ahora mismo tanto en auge, por ejemplo, minimiza todo esto. Estamos minimizando a través de los términos cosas gravísimas. Lo estamos normalizando y eso es muy peligroso.

Hablemos de gaslighting (hacer luz de gas)

Gaslighting, Ley del hielo… estamos poniendo nombres muy bonitos a cosas horrorosas y, por tanto, minimizándolas. Yo le llamo silencio asesino, porque es así. Sé que es muy bestia. Antonio por ejemplo podía estar callado días y semanas si le daba la gana. Controlaba los tiempos, los temas, etcétera. Todo. Es muy grave que le preguntes a tu pareja qué le pasa, que te diga que “nada” o “tú sabrás lo que me has hecho”.

Quien más poder tiene en la relación más maneja el silencio porque los silencios generan ansiedad, incertidumbre: qué he dicho, qué he hecho, a quién he mirado. Tu cabeza ante eso te responsabiliza de su frustración y de su incapacidad de comunicarse. Porque puede, no porque no sepa. Porque ha aprendido de muy pequeño que su pareja es de su propiedad y que ahí puede volcar toda la mierda que quiera. No me hago cargo de ti, porque nadie me ha dicho que lo haga más allá de proteger y de proveer y llevar dinero a casa. De lo demás se ocupan ellas. Es lo que pasa muchas veces en las parejas heterosexuales, que más mujeres somos las psicólogas de la pareja. Los silencios para mí han sido lo más violento que me hizo Antonio y mira que a mí me dio palizas en los últimos años porque me han dejado muchas secuelas. Si el silencio no es pactado yo me pongo fatal. Me tiembla el cuerpo.

En tu canal de YouTube,tú a ti misma te defines como una persona en constante deconstrucción, ¿qué es lo que más cuesta dejar atrás?

El egocentrismo, que se me sale mucho. Sobre todo con mis hijos y también el prejuicio ante la mirada de otra cultura. Yo, si hablamos de cultura en España o Latinoamérica, me muevo mejor. Pero si hablamos de otras culturas muchas veces tengo prejuicios porque como no hablo, por ejemplo, inglés pues eso me cuesta. Me quedan también trocitos de mi antigua relación. La Antoñita, que yo la llamo. Algunos silencios que sigo manejando mal. Todo eso está ahí. Por eso digo que estoy en permanente deconstrucción. Vamos, el día que yo me muera estaré pidiendo perdón por lo último que haya hecho. ¿Si no miro mis privilegios, cómo no voy a interpelar a otros?

Tu monólogo está basado no solo en la violencia machista, sino en los privilegios. ¿Cómo se identifican en uno mismo los privilegios?

Mirando hacia fuera. Parándose a observar, que es una de las cosas bonitas que tiene, por ejemplo, el teatro. Hace que tengas que observar a la humanidad para crear personajes. En mi caso empecé a deconstruirme cuando me fui a El Salvador. Yo llegué de una cultura diciendo que yo era una mujer, igual que las de El Salvador y cuando llegué me di cuenta de que las cosas no eran así.

Por ejemplo, hay un acuerdo que dice que los hombres y mujeres europeos cobramos más por convenio que una mujer de El Salvador. Eso está escrito en un papel. Tu título universitario, por ejemplo, figura como un título europeo y está más valorado a nivel económico que el de una salvadoreña. A mí eso me hizo reflexionar mucho. Un hombre cishetero, paupérrimo se encuentra en la misma situación que un cishetero de clase media alta. Como no lo es una persona trans. Como tampoco lo es una persona negra. Por eso hay que observar cómo es alguien desde que se levanta hasta que se acuesta. Qué dificultades encuentra en su vida por tener un cuerpo o un color de piel determinado con respecto al mundo.

¿Quieres añadir algo que se nos haya quedado en el tintero?

Sí, que el amor de verdad no duele. Nos hemos hecho a la idea de que en el amor se sufre y en un conflicto, como los que tengo yo con Iván por ejemplo, no sufro. Puedo estar incómoda, pero no sufro por amor. Si hubiese sido un Antonio en un conflicto como el de ayer, pues no hubiese sido un conflicto, hubiese sido una pelea, nos hubiésemos gritado. Pero la gente que nos esté leyendo: si eso pasa eso no es amor. Lo único por lo que se puede sufrir por amor es el desamor. Eso es válido. Por eso se puede sufrir Pero estar con alguien con el que lleves un mes o un año y estés sufriendo… Pon el nombre que tú quieras, pero no es amor.

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