Artículo de Roberto Vega, entrenador de base.
Aún en plena pandemia covid-19 con vigencia del Estado de Alarma y trincheras en Sanidad, Orden Público y Educación… Ora dejan abrir, ora obligan a cerrar, almuerzo en el Barrio. Luis sabe lo que quiero y se respira orden. No está encendida la televisión por lo que mi tertulia con Alfredo el peregrino está garantizada. Me gusta verlo comer ensaladilla como un mozo y beber Ribera con delicadeza. A mi recordado abuelo le agradaba almorzar conmigo en el Pinar y ventilarnos todo lo que contenía la cesta que había preparado la abuela mientras apretábamos la bota con el clarete de Ateca. En el Javi, de toda la vida, he citado al pinariego Fernando. También a él le ha llegado el momento de la jubilación; lo mismo nos conocemos desde hace unos treinta años. Un buen amigo que ha ido haciendo carrera profesional con sacrificio, paso a paso, interpretando legislación y reglamentos. Le estoy reconociendo ahora su valía: a principios de los noventa era facilísimo librarte de las multas mal instruidas; lo aprendí con él leyendo aquellos escritos defectuosos, manejando la ley y sabiendo redactar. Con él he consultado después otras en este mismo bar Javi, en plena efervescencia de comensales, y siempre recordando aquel “¿te pongo un chiribicoque?”.
Por la plaza de Herradores, Feli’s o Apolonia, quedaré con el extremeño Manuel. Con la amistad intacta gracias a la cercanía que ofrece el Collado celebraremos esta nueva etapa con un trago rápido de orujo blanco y brindaremos por aquellos días en que el AMPA era una institución con vida que programaba y ejecutaba actividades, organizaba vidilla social en el patio y aportaciones, como la de él, eran vitales para empujar el mismo proyecto que importaba a todas las familias.