San Saturio 2024: Programa, horarios y todos los eventos
Artículo de opinión de Eder García
Afortunadamente, la protección social se configura como una cartera de derechos subjetivos y de prestaciones de servicios en la mayoría de sociedades de nuestro entorno. Pero esto no ha sido así siempre. Es complicado cambiar el paradigma de la solidaridad, que en sí misma es un valor positivo, al de la justicia social. De hecho, todavía existen países a los que nos referiríamos como democráticos, pero que sin embargo no cuentan con unas mínimas cotas de igualdad en el acceso a servicios esenciales por parte de sus ciudadanos. Un caso paradigmático podría ser EEUU.
Aquí tenemos, gracias a la lucha de muchas personas y colectivos, implantado el modelo de justicia social: acceso público y universal a educación, sanidad, servicios sociales, etc. El modelo genera algunas disfunciones -vinculadas al territorio, por ejemplo- pero podemos estar orgullosos de que las personas que se encuentran en situación de vulnerabilidad, cuenten con la protección pública.
Aun así, no podemos dejar de avanzar en esta materia. En su momento fueron las ayudas económicas de emergencia, la dependencia o el ingreso mínimo vital, pero hay que seguir. Especialmente con algo que supone un cambio de paradigma: hay que atender las necesidades vitales como la alimentación, vestuario o techo, pero, ¿acaso no podemos entender el acceso a la cultura o el deporte una necesidad básica?
El enorme éxito de la Escuela de Deporte inclusivo de la Fundación Eusebio Sacristán, que ha arrancado en Soria con financiación municipal, es un ejemplo de ello. Niños y niñas que, por su situación familiar o una discapacidad, quedaban privados de la práctica deportiva. Y quizá eso sea lo de menos en este caso: la ausencia de competición tradicional, la convivencia con niños con situaciones “normalizadas” y el trabajo de veteranos voluntarios del Numancia hacen de la escuela un espacio maravilloso.