El Conservatorio de Soria forma a los músicos del futuro y trabaja cada día para romper estereotipos. 400 personas comparten compañerismo y esfuerzo. Reclaman una mayor atención y que se comprendan sus particularidades: “Tocamos para ser escuchados”.
La RAE define la música como el arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzcan deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente. Pero la música es mucho más, y esto se comprueba en el conservatorio de Soria.
Cruzar la puerta del Oreste Camarca es como entrar en otra dimensión. Las 400 personas que le dan vida transpiran compañerismo y deseo por aprender. Las generaciones son diversas, pero el objetivo es común: empaparse de un arte que mueve el mundo.
El Conservatorio de Música de Soria se inauguró en 1986. Desde entonces, la provincia cuenta con un centro en el que se imparten enseñanzas musicales profesionales y regladas. Diez cursos (4 de enseñanzas elementales y 6 de profesionales) que dan acceso a titulación oficial, y abren la posibilidad de cursar el grado superior, para después competir en las mejores condiciones en el exigente mercado laboral que es la música.
Dicho así, parece una misión imposible, pero tan solo es una carrera de fondo. “Queremos acabar con la imagen de que el conservatorio es un lugar inaccesible o un centro elitista de alto rendimiento. Hay que estudiar y ensayar, pero todos los alumnos son capaces de ello”, explica Rubén Romero, director del Oreste Camarca. Es cuestión de organización y de repartir bien las tareas, para que “siempre quede un hueco para los amigos”, añade Romero.
Lo más habitual es que los alumnos entren en primer curso con 8 años. Con esa edad, lo más importante es que la música sea un “hobby”, señala Maribel Ruiz, jefa de estudios y profesora de trompeta del Conservatorio. Las clases se adaptan a ellos con propuestas “que podrían escuchar en la radio, porque no se les puede entrar con Mozart”. Quedan “enganchados” porque “a los niños no es que les interese la música, es que no pueden abstraerse de ella”, expresa Romero.
No hay que llegar a ser el mejor pianista del mundo. Aunque un alumno no complete la formación, llevará consigo lo aprendido. Recordará siempre esta familia.
El apoyo de la familia es fundamental en los comienzos, pero poco después los alumnos adquieren una de las competencias que será más importante en su vida: la autonomía. Porque “un padre puede acompañar, pero seguramente no será capaz de enseñarle a tocar”, expresa Romero.
Con el paso de los años, y aunque no complete la formación, el alumno habrá cargado la mochila con “un plus cultural, participativo y colaborativo”, porque la música te une antes y, sobre todo, después del concierto.
El conservatorio pide a la Consejería de Educación que tenga en cuenta las particularidades de las enseñanzas y flexibilice las restricciones frente al Covid. Que comprenda que “tocamos para ser escuchados”. Rubén Romero solicita que padres y familiares puedan volver a ocupar las butacas del auditorio porque “para la motivación de los alumnos es esencial que, al llegar a casa, sientan que lo que hacen merece la pena”.
Las clases de instrumento no son las únicas. Aprenden lenguaje musical desde el primer curso. “Nos enseñan las notas para que después sepamos qué tecla tenemos que apretar”, expresa Izana, que no duda en lanzarse al piano.
En el conservatorio no solo entran niños. Marta Boíllos tiene 47 años y acaba de comenzar su formación musical. Cansada de “hacer lo que se esperaba de mí”, ha decidido darse la oportunidad “de hacer lo que realmente me gusta”.
Diego Jiménez tiene 10 años y cursa tercero de elemental en Soria. Él toca el bombardino porque “me gustan los sonidos graves y no quería un instrumento protagonista”, expresa. El rugby es su otra pasión.
Winta Solomón acaba de comenzar primero de enseñanzas profesionales (5º curso). Es una enamorada del fagot y lo eligió porque “el resto de instrumentos me aburrían”. Va a clases tres días en semana y ensaya una hora al día en casa.