Ella(s)

Sea uno, tres o veinte de mayo. No importa cuándo leas esto. Son fuertes, luchadoras, salvavidas, protectoras. Amantes de lo sencillo. Pilares fundamentales. Compañeras de vida, al menos en la mía. Capaces de otorgarte tranquilidad en un suspiro. Apoyos fundamentales. Enfermeras, peluqueras, combatientes, sanadoras. De las que saben cómo encontrar una aguja en un pajar. Enhebrar con hilo muy fino. Coser hasta remediar. Curar. Convertir en nuevo lo imperfecto y acompañarte hasta el final. Tienen el don de aconsejar, sanar, dar sin recibir, hacer malabares y, aun así, seguir. Actúan sin recibir a cambio. Sus esfuerzos son recompensados con los años. Aprenden de las duras, pero también de las maduras.

Desconozco el momento exacto en el que adquirir tanta habilidad, pero no hay otra igual. Son madres, tú madre. Apóyala, cuídala, quiérela. Si tienes la oportunidad pon un punto y final a esta lectura. Mírala, transmítela, abrázala. Dedícala tiempo. Escúchala. Toma su consejo. Agradece su presencia y ‘boom’, explótala hasta el final. Las cosas más bonitas de la vida son las más sencillas. No importa el día, es el momento. Y si alguien tuvo el ingenio de señalar días en el calendario yo me atrevo a tacharlos, borrarlos y desafiarlos. Las madres, tú madre, no tienen fecha de caducidad. Celebra tus días con ella. El día uno de mayo ya ha pasado.

Mi gran suerte es poder dedicar estas palabras a mi hombro al que acudir a llorar. Mi guerrera. La suerte de mi vida. Mi impulso para seguir adelante. Mi reflejo. El ejemplo de constancia, sacrificio y fortaleza. Cuando sientes frio, te abriga. Cuando te viene un sofoco, te calma. Madre no hay más que una. Es de las pocas cosas que no se escogen y, que queréis que os diga, tremenda suerte la mía.