Democracia y República

Solo una persona acostumbrada a vivir en la más completa y permanente impunidad puede tener la actitud que, recientemente, ha tenido el rey emérito ante los medios. El desprecio absoluto a la ciudadanía, en primer lugar, y a los valores democráticos de transparencia y dación de cuentas, en segundo, es enorme. El problema está en que la propia institución monárquica tiene en su esencia aquello que justifica esta conducta: hay en nuestro país una persona que está por encima del resto.

Nuestro ordenamiento contempla en su ley fundamental, la Constitución, que todos los ciudadanos y ciudadanas somos iguales ante la ley, pero establece una excepción: el Jefe del Estado, cargo al que además únicamente puedes acceder si has nacido en una familia en particular.

Jurídicamente es irreprochable la construcción que se hace en torno a la institución de rey: no puedes ser responsable si no tienes capacidad de obrar. Por ello, desde mi punto de vista, perdemos el tiempo intentando reformar una institución que, por definición, es lo contrario a democracia, para adaptarlo a nuestro sistema de valores democráticos.

Sin entrar en los presuntos servicios prestados ni en los dineros presuntamente evadidos, la figura de la monarquía es incompatible con una democracia más completa, a la que me gustaría poder aspirar en España. Por nuestro devenir histórico y nuestra tradición, algunos tienden a encasillar el deseo de una forma de Estado constituido en república con tendencias izquierdistas, provocando en algunas personas una reacción de apoyo a la monarquía.

Pero creo que ya va siendo hora de madurar y afrontar el debate de forma seria, teniendo claro que mientras exista una institución que permita actuar de manera impune, solo contamos con la buena voluntad de la persona que ostente el cargo de rey para su buena conducta. Aun con una actitud ejemplar, el apoyo a la monarquía supone la institucionalización de la más profunda desigualdad en política.