San Pedro Manrique ha vuelto a ser testigo del tradicional Paso del Fuego. La emoción inundaba la ermita de la Virgen de la Peña mientras 17 valientes retomaban este eterno ritual.
Dos toneladas de madera de roble ardían a las 9 de la tarde para celebrar la noche de San Juan en la Ermita de la Virgen de la Peña de San Pedro Manrique. Pero el encendido de la hoguera no era el momento más esperado. Los sampedranos aguardaban, impacientes, a que las llamas consumieran la madera y la convirtieran en las ascuas que, en pocas horas, formarían la alfombra más famosa de las Tierras Altas sorianas.
La llama iba disminuyendo su tamaño bajo la atenta mirada de los preparadores del fuego. Tres hombres dedicados a controlar que todo fuera como debía. Rafael Sánchez, uno de ellos, vivía con ilusión el regreso de las fiestas, que suman una más a la lista de veinticinco noches de San Juan que lleva dedicadas a este oficio. La suya es una labor que pasó, como la de los pasadores, de generación en generación, aunque reconoce que cada vez es más complicado encontrar gente joven que se anime a aprender el arte de preparar la hoguera, seguro, aun así, de que esta figura no va a desaparecer. Aunque conlleva una gran responsabilidad, ya que de cómo estén las ascuas depende la seguridad de los pasadores, Rafael no duda en que merece la pena. "Cuando empiezas a ver atravesar la alfombra a gente que conoces, con la que convives, es un momento muy emocionante". Este veterano preparador no piensa que el fuego vaya a hacer borrón y cuenta nueva después de los dos años de parón. "El fuego no tiene etapas, su etapa es toda la historia", comentaba, convencido.
Los sampedranos llenaban el anfiteatro mientras el cielo se vaciaba de luz, abriendo paso a una noche sin luna que reconocía que era la tradición la que debía iluminar el recinto en una ocasión tan especial. Pasadas las 11, los tres preparadores comenzaban a remover las ascuas, esperando la llegada de móndidas y pasadores. Solo taltaba extender la alfombra de incandescentes ascuas. El tamaño perfecto, el grosor adecuado... todo debía ser cuidadosamente medido.
A medianoche las móndidas hacían su entrada triunfal en el anfiteatro, arropadas por el cariño de un pueblo entero que se volcaba en la realización de su tradición milenaria. Así llegó el especial momento en el que los protagonistas de la noche se revelaron, en el que los vecinos vieron a sus familiares y amigos convertidos en pasadores. Comenzaba así un baile casi ritual en el que todos, de la mano, rodeaban la alfombra como preludio de uno de los actos más esperados del mundo.
Mario Martínez fue el pasador encargado de dar el pistoletazo de salida al tan esperado Paso del Fuego de 2022. "Es mi onceavo año y nunca había pasado primero. Cada año lo pasamos por un motivo diferente, yo llevaba ya 10 sin hacerlo". Su motivo en esta ocasión fue su amiga, que repetía como móndida y le pidió que pasara la hoguera con ella. "Somos de San Pedro, para nosotros esto es lo más grande", aseguraba.
Pasador tras pasador, el anfiteatro adoptaba el mismo procedimiento. Los vítores iniciales daban paso a un sepulcral, tenso e inigualable silencio. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis... el minucioso conteo de los pasos era el único sonido que se atrevía a hacer su aparición. Entonces, llegaba el número final en el que la emoción arrollaba a los protagonistas junto con sus seres queridos, que les abrazaban sumidos en un éxtasis colectivo.
Lucía Munilla, de tan sólo 19 años, se preparaba para pasar por primera vez. Al colocarse delante del fuego podía ver cómo sus seres queridos le esperaban al otro lado y antes de poder darse cuenta, ya se había reunido con ellos. "Estás lista para pasar, los ves allí, al final y eso te da mucha fuerza". Ella tomó la decisión hace medio año, pero no avisó en casa hasta el día anterior al Paso. Cuando llegó el momento de la verdad, puso la mente en blanco. "Estaba yo aquí sola con la hoguera y ya está", rememoraba. "Lo voy a recordar siempre".
Diecisiete sampedranos pasaron anoche la hoguera de San Juan. Diecisiete hombres y mujeres que se convirtieron en historia de su amado pueblo, aunque a ellos lo único que importante sea la pasión que tienen por una tradición transmitida de padres a hijos durante incontables generaciones. Siete purificadores pasos eran los que les separaban de la eternidad que envuelve este ritual, y siete pasos fueron los que dieron para conseguirla.