Artículo de opinión de Alejandro Ramos, profesor universitario y presidente de las NNGG del PP en Soria.
Tristeza e impotencia es lo que se siente al ver cómo España se ha quemado por los cuatro costados. Extremadura, Galicia, Andalucía, Cataluña o Castilla y León son algunas de las comunidades en las que el fuego descontrolado ha teñido de negro los campos, arrasando miles de hectáreas de bosques, calcinando viviendas o explotaciones agroganaderas, ocasionando perjuicios en la biodiversidad del lugar, causando el pánico entre los vecinos de la zona y en el peor de los casos, cobrándose vidas humanas.
Por ello, lo más acertado sería que la defensa del monte y del medio ambiente, no fuese únicamente una preocupación del gobierno autonómico de turno, sino una cuestión nacional, ya que las consecuencias ambientales de estos incendios, son muy similares en todos los territorios.
La mejor herramienta que podrían utilizar los bomberos forestales en el verano, es la prevención durante el invierno. Para ello, en primer lugar, sería imprescindible que las administraciones entendieran que hay que devolver la gestión del campo a la gente del campo, es decir, por encima de los ecologistas de ciudad, los agricultores, ganaderos, pastores o cazadores son los que mejor conocen y protegen el medio natural.
La desaparición de usos tradicionales y actividades típicas forestales, es precisamente otro de los problemas. Hoy en día ya no se limpian los montes como antaño y han desaparecido trabajos como las repoblaciones forestales, reposiciones de marras, clareos, podas, talas de madera o desbroces, entre otros. Junto a ello, sería muy positivo un apoyo decisivo a la ganadería extensiva. El pastoreo de ovejas y cabras se ha demostrado como un verdadero cortafuegos natural contra el avance de las llamas.
Por último, las autoridades deberían investigar hasta el final y perseguir al máximo a todos aquellos pirómanos que de forma dolosa y malintencionada generan este perjuicio incalculable en la naturaleza.