La cerámica fue, durante siglos, uno de los principales motores económicos de la villa adnamantina. Pero, ¿qué fue lo que acabó con ella?
Corría el s. XVII y la cerámica Talavera se había convertido, bajo los reinados de Felipe II y Felipe III, en uno de los productos más cotizados del país. Los artesanos no daban a basto y viendo el éxito de este producto, algunos maestros decidieron extender el oficio y el producto por distintos puntos de la geografía nacional, como Sevilla, Toledo, Úbeda o Aragon.
Mientras tanto los oficios relacionados con el barro contaban en Almazán con un gran potencial y una tradición que se remontaba mucho tiempo atrás. “El Duero le proporciona unos sedimentos muy buenos y muchísima agua”, asegura Pilar Lafuente, arqueóloga. Estos expertos en talaveras vieron en Almazán el escenario perfecto para llevar su nueva técnica y la Villa adamantina se convirtió en un punto de producción de una loza de gran calidad siguiendo su estela.
Todavía no se conoce a ciencia cierta si los artesanos manchegos se instalaron en esta villa soriana o si simplemente instruyeron a los maestros en estas artes que ya trabajaban en la ciudad. Lo que sí es seguro es que se convirtió en un importante motor económico en la villa. “En Almazán se crea prácticamente una industria, lo sabemos por el Catastro del Marqués de la Ensenada, que habla de hasta 19 hornos, ollerías y cerámicas produciendo a todo gas entre finales del s. XVII y principios del s. XVIII”.
La Villa adnamantina comenzó así a producir cerámica de gran calidad con superficie blanca esmaltada y opaca y decorada bien en azul o bien siguiendo el tricolor de Talavera con azul, ocre y morado de manganeso. Platos, cuencos, jarros, tinteros y hasta azulejería, que comenzaría a cobrar importancia en épocas posteriores. El sector gozaba de tal alcance que personalidades de la Iglesia y la aristocracia tenían hornos de ollerías en propiedad, y cobraban impuestos por su utilización.
Pero la industria cerámica en Almazán no duraría para siempre. Entrado el siglo XIX, las lozas adamantinas se popularizan. “Esa primera perfección talaverana se fue diluyendo hacia algo mas popular y que se vendía como churros”, apunta Lafuente. La calidad desciende, los precios comienzan a ser más accesibles por evolución y economía y en el mercado empieza a irrumpir un nuevo competidor. Las lozas levantinas, más baratas, se distribuyen por la península, igual que lo habían hecho las adnamantinas en su día por las provincias limítrofes.
La competencia llegada del Levante no fue el fin de esta industria en Almazán. Durante el siglo XX las ollerías continuaron funcionando, aunque con productos “de basto”, como ollas, pucheros, barreños… Objetos, en general, relacionados con el uso diario, de menos calidad y con un recorrido comercial mucho más comarcal.
Pero con la llegada del butano, los instrumentos de arcilla dejaron de ser útiles en el día a día y el fuego de los hornos se fue apagando hasta prácticamente desaparecer. “Ahora mismo la alfarería es decorativa o casi un capricho”, reconoce Lafuente. Pero los abuelos de muchos adnamantinos aún vivos tenían hornos y aunque este capítulo de la historia de Almazán no había caído completamente en el olvido, los habitantes de la Villa no eran conscientes de la importancia que había llegado a tener en la comarca y en todas las áreas vecinas.
Los hornos de Almazán solían estar localizados intramuros. En 1725, un incendio provocado por uno de los hornos hizo que el Cabildo Municipal ordenara que esta producción se sacaran fuera de la villa. Los artesanos, aunque acataron estas órdenes, construyeron sus talleres lo más cerca posible de la muralla, en la zona de la Puerta del Mercado. El modo de funcionamiento de esta industria hacía que los desechos de horno y productos defectuosos se tiraban fuera de los talleres en un montón, un testar. Esto convirtió la zona de la muralla adnamantina en un verdadero museo de esta etapa de la historia de la Villa, oculto a simple vista junto a la calle ‘Lozanos’.
Los vecinos llevaban siglos encontrando pedazos de cerámica cada vez que la lluvia arrastraba los sedimentos de las colinas y suelos, aunque no eran conscientes de su potencial. Fueron las obras de restauración de la muralla las que permitieron desenterrar varios hornos extramuros en la de la Puerta del Mercado, que también estaban presentes intramuros en la zona de Santa María, además de todos los pedazos de productos cerámicos que no habían podido ser comercializados siglos atrás. “Todos los desechos han proporcionado una información valiosísima para la documentación de la producción”, apunta la arqueóloga.
El mundo de la arqueología ya se ha dedicado a poner en valor la historia de las cerámicas de Almazán. Sin embargo, el gran público ha tenido que esperar un poco más para desenterrar, también en su cabeza, este capítulo de historia que tanto aportó a la Villa. La Feria celebrada en Almazán durante el mes de mayo removió la memoria de muchos gracias a la iniciativa del Proyecto de recuperación del patrimonio 'La cerámica de Almazán'. Este grupo nación con la idea de dar a esta cerámica el valor que se merece y cuenta con el apoyo de la Diputación Provincial y el Ayuntamiento adnamantino en sus actividades de difusión, que han llegado a valerles una nominación a los Premios Nacionales de la Cerámica.
El Proyecto preparó una muestra con información y piezas representativas de esta etapa de patrimonio adnamantino que reunió a cientos de curiosos. Algunos, recordaban cómo sus mayores se dedicaban a estos oficios, o cómo jugaban a las cocinitas con partes extraviadas de estos hornos alfareros que durante el s. XVIII parecía que nunca iban a llegar a apagarse. Pedazo a pedazo, estos productos que tanto hicieron por Almazán fueron enterrados y convertidos, casi de forma alegórica, en el sustratao de la localidad. Pero también ha sido pedazo a pedazo cómo las piezas, que en su día fueron desechos, han arrojado luz sobre este importante capítulo de la historia de Almazán.