Un retrato del maestro y los escolares de Pinilla del Olmo, de abril de 1929, le sirve al escritor Javier Narbaiza para recordar la gente y la intrahistoria de esa localidad, en la que “se fue acabando la vida” a mediados del siglo XX.
El abogado y escritor Javier Narbaiza descubre el pueblo de Pinilla del Olmo, pedanía de Barahona, en el verano del año 2001, aprovechando un viaje con su mujer y su hija para conocer el románico del sur de Soria. Aunque su padre nació en Pinilla, nunca había estado, lo que no fue obstáculo para que la conexión con la pequeña localidad fuese total, desde esa primera visita. Prueba de ello es el resultado final, la publicación del libro ‘Retrato de maestros y escolares’, la séptima obra de este fabulador de la memoria coral de la provincia de Soria, que es Narbaiza.
Ha querido reflejar el ambiente social, político o costumbrista de Pinilla en las últimas décadas; es decir, la historia de tantos pueblos de la provincia (en una etapa convulsa) que han visto apagar su vida, con el cierre de casas y la marcha de las familias, para buscar el porvenir y el futuro en otros lugares de España.
Es el relato de la diáspora de la Soria rural decadente y ‘vaciada’, que Narbaiza teje a través de sus conversaciones -cercanas y directas- con los hijos de Pinilla, siguiendo el rastro de gentes del montón y de personas un tanto heterodoxas, que marcan un elemento diferencial, ha señalado el escritor soriano. Uno de ellos fue su propio abuelo, don Santiago Domínguez, el maestro, quien coincide con un retratista de Aragón para inmortalizar en blanco y negro, el 11 de abril de 1929, en los estertores de la dictadura de Primo de Rivera, una imagen histórica. La del maestro con los niños del pueblo, y algún prohombre, como el cura, el cartero y el juez de paz, que se sumaron a la instantánea.
Las personas de la fotografía (cinco todavía viven) son la excusa que da pie a Narbaiza, para bucear entre árboles genealógicos, documentos o testimonios orales, y así recordar los sucesos cotidianos que se han ido viviendo en Pinilla del Olmo, a lo largo de las últimas décadas, y hasta la actualidad.
Eran tiempos en el que el maestro don Santiago “enseñaba mucho. Pegaba y castigaba frecuentemente, siempre sin arbitrariedad”, por lo que los padres de Pinilla agradecían el progreso educativo de sus hijos. Las familias sorianas, también las del medio rural, han valorado la formación de los hijos, por lo que siempre encontraban la manera de que acudieran a la escuela, lo que no ocurría en otros zonas de España.
La luz llegó a Pinilla del Olmo tarde, en 1955, con unos cien puntos iniciales, de la mano de Eléctrica de Velacha. En la mayoría de las casas se arreglaron con una sola conmutación o bombilla. El pueblo dejó de ser ayuntamiento ‘propio’ en marzo de 1970, con un censo de 38 habitantes. Su último alcalde fue Felipe Tundidor Esteban. Luego, Pinilla se incorporó al municipio de Barahona. Para tener agua en las viviendas se tuvo que esperar hasta el año 1997, siendo alcalde Martín Casado. Se colocaron 22 bocas de entrada de agua.
Para entonces, la localidad había perdido su ‘vida’, que ahora -poco a poco- empieza a recuperar, como segunda residencia, con la rehabilitación de casas y la vuelta de algunos hijos del pueblo, a pasar fines de semana y otros periodos. El mismo Javier Narbaiza ha reformado una casa.
Pinilla del Olmo ha recuperado la fiesta patronal de la Virgen del Tremendal, o se ha asentado un Festival del Amor en agosto (El Cortejo de la Avutarda), con acampada, donde visitantes e interesados disfrutan de actividades y música.
Todo ha quedado escrito en el libro: “los sucesos y curiosidades de la pequeña aldea, a modo de una Macondo de la paramera”, según Narbaiza. Son los latidos de una época y sus gentes que -de forma parecida- palpitaron por toda Soria, y que el autor ha recuperado para le memoria colectiva. Por ello, no podían faltar las referencias a Saturnino Momblona, ‘el aviador’. Tras quedar fascinado por el aterrizaje de aeroplanos en 1925, en unas pistas del entorno del pueblo, más tarde se incorporó como voluntario al ejército de aviación, y aprendió en la Unión Soviética a pilotar un bimotor Natacha.
No hubo sangre en Pinilla del Olmo durante la Guerra Civil, pero sí muchos temores, ya que en Barahona sí hubo barullo y fusilados, le recuerdan a Narbaiza. Los aviones de la Legión Cóndor despegaron del campo de Pinilla-Barahona, o se escuchó estrépito de bombas y artillería en la cercana Sigüenza (Guadalajara). Incluso tres artefactos cayeon en Almazán.
Por ejemplo, se cuenta que al tio ‘raspas’ lo apedrearon los chavales por ir a Pinilla, cuando había llegado la epidemia de viruela a Romanillos. O que Ángel del Castillo, después de visitar Cádiz, quiso pintar de blanco las casas, pero se apagó la calera. Y llegó la despoblación de los pueblos, y los niños de la foto -ya adultos- tuvieron que marcharse.