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Las escalofriantes leyendas sorianas que te harán temblar esta noche de Halloween

Las escalofriantes leyendas sorianas que te harán temblar esta noche de Halloween

Actualizado 31/10/2022 20:58

Amores imposibles, traiciones y promesas incumplidas. Cada rincón de las tierras sorianas es escenario de una gran historia y así lo demuestran los mágicos relatos que aquí te presentamos.

“La noche de difuntos me despertó, a no sé qué hora, el doble de las campanas; su tan?ido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace poco en Soria”. Con estas palabras comienza Gustavo Adolfo Bécquer uno de los relatos más emblemáticos de su carrera. Una historia sobre una cacería, una prueba de amor imposible, y dos jóvenes que sufren un trágico y horripilante final.

Ubicada en la misteriosa noche de Los Santos, la Leyenda de las Ánimas ha dado lugar a un festival que en la capital se prolonga ya cerca de diez días. Este an?o, centenares de personas volvera?n a reunirse para recordar a Beatriz, a Alonso y al propio poeta que los inmortalizó a través de conciertos, ‘scape rooms’, proyecciones de filmes de terror, pasacalles y la esperada lectura de la leyenda.

Y aunque este clásico de Bécquer se ha convertido en una de las historias más especiales de estas tierras, la magia que rezuma esta provincia va mucho más allá del Monte de las Ánimas. Prepárate, porque las póximas líneas te embarcaán en un viaje por la Soria más legendaria y oscura.

Alvargonzález: Antonio Machado

Alvargonzález era un joven del pueblo que había recibido una gran herencia y tras casarse con la mujer de la que se había enamorado, comenzó una vida feliz y próspera durante la que tuvo tres hijos. Cuando estos crecieron, encargó a uno el cuidado de los campos, a otro el del ganado y al pequeño lo envió a estudiar a Osma para dedicarse a la vida eclesiástica.

Cuenta la leyenda que cuando los dos mayores se casaron, a la familia llegaron dos nueras avariciosas que querían obtener la riqueza de Alvargonzález de forma prematura. Mientras tanto, el hijo pequeño decidió que quería abandonar la Iglesia y embarcarse en sus propias aventuras, por lo que la madre le dio lo que le correspondía de la herencia de forma adelantada y este marchó a las Indias. Esto no hizo más que empeorar la envidia de sus hermanos y un día, mientras Alvargonzález se encontraba dormido en el bosque, sus dos hijos mayores acabaron con su vida, propinándole un hachazo en el cuello y cuatro puñaladas.

Decidieron llevar el cadaver a la Laguna Negra, cercana al lugar del asesinato y arrojaron el cuerpo atado a piedras a ese lago que parecía no tener fondo y al que los lugareños no se atrevían a acercarse ni en los días claros. Así, los hijos heredaron la fortuna del bueno de Alvargonzález y, aunque todos los vecinos sospechaban de ellos, nadie se atrevió a acusarles y ellos señalaron como culpable a un buhonero errante. "La maldad de los hombres es como la Laguna Negra, que no tiene fondo", escribió Machado. La madre, murió a los pocos meses.

El primer año fue de abundancia para las tierras de Alvargonzález y sus nuevos dueños, pero el segundo, todo pareció agotarse y cada año la situación iba a peor. Cada uno de los hermanos tuvo dos hijos que no sobrevivieron a la infancia y su pobreza seguía aumentando. Años después, el hermano pequeño regresó de las Indias cubierto de riquezas y sin sospechar en absoluto de sus hermanos. Decidió comprarles una parte de su herencia y trabajar las tierras ahora malditas de su padres, que volvieron a florecer mientras los mayores se gastaron con rapidez el oro que habían recibido en la transacción.

Una noche, cuando los mayores volvían borrachos a casa vieron a un hombre trabajando las tierras del pequeño y pensando que era él, le llamaron sin éxito. Cuando por fin se volvió, vieron a su difunto padre Alvargonzález, pero él pareció no prestarles atención y a la mañana siguiente, ellos achacaron la visión a los efectos del vino. De nuevo envueltos en la pobreza, la codicia del mayor y el mediano acabó con la vida del pequeño y la escasez volvió así a sus tierras. Cuando su arado terminaba de recorrer sus tierras los surcos se cerraban y de ellas brotaba sangre. Los hermanos, enloquecidos, emprendieron el camino hacia la Laguna Negra. "¡Padre!, gritaron, y cuando en los huecos de las rocas el eco repetía: ¡padre!, ¡padre!, ¡padre!, ya se los había tragado el agua de la laguna sin fondo."

La Promesa: Gustavo Adolfo Becquer

La tragedia protagoniza esta siguiente leyenda, que nos lleva de viaje por las doradas tierras de Gómara, todavía en el corazón de la provincia pero que aun así, nos traslada también hasta la Andalucía de la Reconquista. Escribió el romántico Gustavo Adolfo Bécquer cómo Margarita, una joven de Gómara, lloraba destrozada ante la idea de despedirse de Pedro, su amado, dispuesto a partir a liberar Sevilla junto al Conde de Gómara y así devolverle todo lo que su Señor le había dado. Margarita no tuvo otra opción que resignarse mientras se aferraba al anillo que él le había regalado. Pedro le prometió que cuando resultaran victoriosos le obsequiarían con tierras reconquistadas en el sur y retornaría a Gómara para llevarla con él.

Al día siguiente, Margarita acudió junto al resto de plebeyos a ver marchar al ejército del Conde cuando, para su sorpresa, reconoció a su amante en el temido Conde de Gómara, uno de los feudatarios más nobles y poderosos de la corona de Castilla. Margarita cayó desmayada mientras el conde, su Pedro, se alejaba camino a la tierra de los árabes. Pasaban los meses y batalla tras batalla, la preocupación del Conde crecía. Varias veces había estado al borde de la muerte pero en todas ellas, una misteriosa mano, movida por una fuerza sobrenatural, lograba salvarle. El conde no paraba de ver esa pálida mano en todas partes, guiándole allá donde iba.

Un día, el conde se detuvo junto a un extraño juglar procedente de tierras sorianas que recitaba una historia titulada: romance de la mano muerta,que narraba la historia de una niña que le dio su honra a un amante escudero que el día antes de partir a la guerra le prometió que volvería a por ella. La niña, al ir a despedir a su amado se dio cuenta de que este era en realidad era el conde. Su hermano, lleno de furia al enterarse, acabó con la vida de la niña mientras ella gritaba que su amante le había prometido que volvería. La joven fue enterrada en el campo de Gómara, pero por más tierra que echaban, no lograban cubrir la mano que lucía el anillo que le había regalado su Conde.

Becquer contaba que tras escuchar este romance el noble regresó a casa y acompañado de un sacerdote, agarró la mano de Margarita para bendecir la unión que tanto llevaba esperando la joven. Y así, por fin, su mano y su anillo se hundieron para siempre en los campos de Gómara. “Al pie de unos árboles añosos y corpulentos hay un pedacito de prado, que al llegar la primavera se cubre espontáneamente de flores. La gente del país dice que allí está enterrada Margarita”.

Los Infantes de Lara: Florentino Zamora

Eran siete los Infantes de Lara. Siete hijos del matrimonio de Don Gonzalo de Gustio, descendiente de los Condes de Castilla y Señor de Salas y Doña Sancha. Cuando el hermano de esta, Ruy Velázquez, se casó, todos acudieron al gran evento. Fue allí donde comenzó la tragedia de los infantes cuando Gonzalo, el más pequepo de los hermanos, se enzarzó en una pequeña reyerta con un familiar de la novia. Y aunque esto no pasó a mayores, Doña Lambra pidió a uno de sus esclavos a perpetrar una grave ofensa contra el infante. Gonzalo no se lo tomó bien y terminó acabando con la vida del sirviente, firmando así su propia sentencia de muerte.

Ruy Velázquez, agraviado por las ofensas que había sufrido durante sus propias nupcias, decidió vengarse enviando engañados a sus sobrinos directos hasta una embosada musulmana. Los Infantes trataron de huir pero los moros no dejaban de perseguirles. Al parar a reponerse fuerzas y comer algo sobre una piedra le imploraron auxilio a la Virgen, que se les apareció y les envió a oír misa en Omeñaca. Así, si Dios había decidido que debían morir, ascenderían al cielo libres de pecado. Antes de desaparecer, María puso un pie sobre la piedra, quedando este impreso sobre la roca.

Se dice que los I)nfantes acudieron a misa tal y como les habían indicado y que en la iglesia se abrioeron 7 arcos para que pasaran. Esta sería la última celebración a la que acudirían, ya que sus enemigos les dieron caza poco después. "Muertos los siete Infantes, fueron cercenadas sus cabezas y enviadas de presente a su padre Don Gonzalo".

Los ojos verdes: Gustavo Adolfo Bécquer

Un grupo de hombres se encontraban embarcados en una cacería, persiguiendo a un ciervo herido que corría por el bosque. Pero no importaba cuántas estrategias pudieran tramar los experimentados monteros, no lograban cortarle el paso. Pero cuando el animal se adentró en un tenebroso camino, la comitiva se detuvo en seco. El héroe de la fiesta, Fernando de Argensola, primogénito de Almenar, no entendi?a por que? estaban dejando escapar a una presa herida. El montero le repeti?a, una y otra vez que ese camino llevaba hasta la fuente de los Álamos, en cuyas aguas habita un espíritu del mal. “Los cazadores somos reyes del Moncayo, pero reyes que pagan un tributo. Fiera que se refugia en esa fuente misteriosa, pieza perdida”. Pero el joven no quiso escucharles y se adentró en el camino.

Pasaron los días y Fernando, sin decir una palabra a sus amigos sobre su experiencia en la fuente, dedicaba todos sus días a largas cacerías en solitario, regresando exhausto por la noche sin ningún trofeo. En una ocasión, hablando con su montero, el primogénito de Almenar, le preguntó si alguna vez se había topado con una mujer que vive entre las rocas de una fuente que brota, escondida, en el seno de una pen?a y cae resbalándose gota a gota por entre las verdes y flotantes hojas de las plantas que crecen al borde de su cuna. Todo allí, para Fernando, era grande y la soledad habitaba todos sus rincones. Una soledad a la que Fernando acudía a refugiarse todas las man?anas. Entonces fue cuando el joven vio una penetrante mirada, dos ojos verdes que se clavaron en los suyos desde el fondo de la fuente. Los ojos, día a día, se habían transformado en una bella mujer que hablaba con él siempre que acudía a verla. El montero quedó petrificado, ya que había oído muchas historias sobre el demonio de ojos verdes que se escondía en el claro. Pero el joven no quiso creerlo, pues ya se había enamorado de la misteriosa mujer.

Al día siguiente Fernando volvió a la fuente, dispuesto a preguntarle quién era en realidad y cuáles eran sus sentimientos hacia él. Absorto en la contemplación de su belleza, se sintió cada vez más atraído hacia el borde de la roca, mientras ella le prometía un agradable lecho de esmeraldas y corales en el fondo de la fuente para estar juntos para siempre. “Las aguas saltaron en chispas de luz y se cerraron sobre su cuerpo, y sus círculos de plata fueron ensanchándose, ensanchándose hasta expirar en las orillas”.

El Rayo de Luna: Gustavo Adolfo Bécquer

El Monasterio de San Juan de Duero, uno de los monumentos más detacados de la capital, es el escenario de esta historia. Becquer escribió que Manrique era un joven noble, amante de la soledad y la naturaleza que había nacido para soñar el amor y no para sentirlo. Se enamoraba de todas las mujeres que veía y podía pasarse noches enteras mirando la Luna. Una noche de luna blanca y serena, mientras paseaba por las ruinas del convento, Manrique creyó ver a una hermosa mujer que se perdió entre las sombras. Pensando que era el amor que había estado buscando toda la vida, salió en su encuentro por las orillas del Duero.

Buscándola entre las ramas y las sombras, terminó llegando a la cima de la colina en la que ahora se encuentra San Saturio y desde allí le pareció distinguir a una mujer vestida de blanco que cruzaba el río sobre una barca. Su persecución le llevó hasta la ciudad y lo que pensó que era la casa en la que se escondía su amada, pero volvió a tener que retirarse sin éxito. Cuanto más avanzaba la noche más se imaginaba Manrique a su misteriosa mujer y más se enamoraba de ella.

Pero al volver al lugar donde la había visto desaparecer, estalló en una carcajada estridente y horrible al darse cuenta de que no era más que un rayo de luna. "Un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles cuando el viento movía sus ramas". Años después, los consuelos de su madre y sus amigos seguían siendo en vano. Manrique estaba paralizado en su castillo, con la mirada perdida, repitiendo que el amor y las aspiraciones son fantasmas que formamos y perseguimos en nuestra imaginación para terminar encontrando un rayo de luna."Manrique estaba loco: por lo menos, todo el mundo lo creía así. A mí, por el contrario, se me figuraba que lo que había hecho era recuperar el juicio".

La creación del Moncayo

En una cueva en las tierras sorianas más orientales habitaba Caco, un gigante hijo del dios Vulcano. Cerca de ella, tenía el semidiós Hércules a sus bueyes pastando libremente por las verdes praderas, entonces adornadas por la nieve. Caco había decidido robar el ganado de su amigo, pero para no ser descubierto por las huellas que los animales dejaban en el manto blanco que protegía la tierra, les agarró por sus colas y les hizo caminar hacia atrás para entrar en su cueva. Pero el gigante no quiso llevarse a todo el ganado y los que quedaron fuera acudieron en busca de sus compañeros.

Alertado por los bramidos de sus bueyes, el hijo de Júpiter y Alcmena sorprendió al ladrón. Así, los que antes habían sido buenos amigos se enzarzaron en una terrible y violenta pelea y los arañazos, ataques y golpes que durante esta se propinaron hicieron surgir el agreste paisaje de la comarca y formaron ríos y arroyos. Pero Hércules terminó por proclamarse vencedor en esta pelea que acabó con la muerte de Caco. El mitológico semidiós, buscando recordar el lugar de reposo de su amigo o, según otras fuentes, tratando de darle muerte, terminó por colocar sobre él una gigantesca roca que todavía hoy se hiergue como el majestuoso Moncayo. Y es de esta historia de la que, según algunos expertos, recibe su nombre este pico, 'Monte de Caco', una invención medieval en la que se aplicó por similitud la fábula romana de Aventino.

Blanca y Don Nuño: Florentino Zamora

Continuamos nuestro viaje directos a las Tierras Altas haciendo parada en San Pedro Manrique, una de esas localidades rodeadas de un misticismo y una magia incomparables. Durante la noche de San Juan, los sampedranos cruzan las ascuas en un acto catártico que simboliza renovación y buenas intenciones. En sus hombros, las móndidas, figuras de origen incierto aunque algunos expertos apuntan a que podría simbolizar el agradecimiento de las jóvenes tras la reconquista de la localidad y la eliminación del tributo de las cien doncellas. Y precisamente a este pasado nos lleva la siguiente leyenda.

Don Nuño, un héroe de la reconquista, había sido nombrado como agradecimiento alcaide del Castillo de San Pedro Manrique. Aunque ahora son sus ruinas las que vigilan el pueblo desde las alturas, entonces se trataba de una majestuosa edificación que todavía debía resistir los ataques de los árabes. Su hija Blanca, extremadamente bella, estaba prometida con su amado Gonzalo, otro héroe de guerra. Mientras preparaban la boda, oyeron el anuncio de que se acercaban hacia ellos las tropas de Abderramán II y el novio tuvo que dejarlo todo para acudir a combatir. Desde la Torre del Homenaje, la joven pudo ver cómo su amado se adentraba en la guerra y desaparecía para siempre.

Pero Yacub Ibn Said, anterior señor del castillo, se quedó prendado de su belleza al verla en lo alto y decidió raptarla. Los intentos de su padre por liberarla fueron en vano y tras varias batallas no fue capaz de rescatarla. Los enemigos, perseguidos por los cristianos, se sintieron tan acorralados a la altura de Peñazcurna que decidieron arrojar el cuerpo de la joven desde lo alto de un peñasco. En ese momento, sobre las rocas del "cerro del Portillejo" apareció el Apóstol Santiago, tal y como había soñado Nuño en una visión, que lanzó una piedra que fue creciendo en el aire hasta convertirse en una enorme roca que sepultó a los moros derrumbando el peñasco en el que se encontraban, tal y como había predecido el alcalde. "Lo que hoy se admira no es más que el fondo de las más profundas cuevas, que prudencialmente quedaron así para memoria de las generaciones venideras".

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