En Soria Noticias recordamos el primer aniversario de la guerra con el testimonio de una de las refugiadas ucranianas que residen en El Burgo de Osma. Meses después de nuestra primera visita, Ganna Shysko nos cuenta cómo percibe la situación geopolítica y todo lo que ha cambiado en su vida. Aunque sus padres continúan en Járkov ella rehace su vida en Soira y asegura que "ya veo España como mi país natal".
Hace unos meses, Ganna Shysko nos pidió que no dejásemos de escibir sobre la guerra. Había llegado a El Burgo de Osma hacía poco y se estaba adaptando a su nueva vida en España. Cuando la conocimos vivía en el albergue con un grupo de refugiados, ahora, ha podido independizarse con su hija. Y aunque el conflicto que le obligó a dejarlo todo atrás, y que parecía cuestión de semanas, sigue abierto un año después, esta joven refugiada mantiene "la esperanza en su corazón".
"Ucrania, gracias a la colaboración internacional ha liberado muchas ciudades. Ha dado grandes pasos en aprender a defender su país. Quiero que la guerra termine proto y estoy muy agradecida al trabajo de todos los militares y a todos los países que nos están ayudando a defendernos y que no nos dejan solos. Antes o después, la guerra terminará con nuestra victoria", afirma Ganna.
"Járkov ha vivido, vive y seguirá viviendo siempre, pase lo que pase", nos decía cuando la conocimos. Ahora, es consciente de que su ciudad natal sigue en peligro, asolada por los bombardeos. "No creo que pronto pueda ir allí, es peligroso, no es seguro y no es fácil ir con la niña. Yo no estoy acostumbrada a esos bombardeos", cuenta. Sus padres, sin embargo, siguen en Járkov. "Ellos no tienen posibilidad de venir aquí y no quieren, de momento allí están viviendo en un barrio más o menos tranquilo", afirma Ganna.
Mientras, ella ya ha encontrado trabajo y ha podido dejar el albergue para pasar a vivir en un piso de alquiler. Cree que a medida que mejore su estabilidad económica, podrá ir a visitar a sus padres, aunque descarta mudarse de nuevo a su país de origen. "Aunque el tema del idioma sigue siendo complicado, me voy adaptando poco a poco. Trabajo de camarera, con un buen equipo y me tratan genial. Ahora puedo decir que vivimos bien, estoy contenta, la niña va al colegio y he encontrado el amor", reconoce. "Mi novio es de El Burgo y ya veo españa como mi país natal", asegura.
Fotógrafa de profesión, lleva 8 meses separada de su cámara. No se atreve a enviarla hasta aquí, por la situación tan convulsa que viviría su preciada cámara durante el viaje, aunque cree que, con el tiempo, podría llegar a fundar su propio negocio de fotografía en El Burgo de Osma.
Al llegar a España, Ganna recibió la ayuda de la Cruz Roja en el albergue de El Burgo de Osma. El 24 de mayo de 2022 llegaron las primeras familias al entonces Centro de Emergencia de Cruz Roja, 25 personas en total. Posteriormente se sucedieron las acogidas en los meses de junio, julio y septiembre y este 2023 continúan llegando refugiados. Los últimos desembarcaron en El Burgo el 8 de febrero. En total, desde la apertura del Centro se han atendido a 93 personas.
Esto es lo que nos dijeron ella y otros tres refugiados en nuestra primera visita al albergue de El Burgo de Osma a finales del año pasado:
“No hay nada más que pudiéramos hacer. Es la guerra, necesitas huir”, nos cuenta Anass, con una calma en la que solo sus palabras sugieren el profundo trauma que ha vivido. Madrugas, vas a clase, te juntas con tus amigos tomas algo, llegas a casa, te acuestas. Y así una y otra vez.
La vida sigue unas rutinas que tendemos a dar por sentado. Anass también lo hacía, mientras disfrutaba del que se estaba convirtiendo en su nuevo comienzo en Odessa después de llegar de Marruecos buscando empezar de cero. Y justo cuando su rutina se estaba convirtiendo en una nueva vida, un misil impactó en Kiev para cambiarlo todo. Una decisión geopolítica que tomó Vladimir Putin desde su despacho del Kremlin truncó todos los planes de Anass.
Los suyos, y los de Karim, que desde la seguridad del albergue para refugiados ucranianos de El Burgo de Osma comenta cómo los jóvenes no se tomaban en serio la guerra que siempre avisaba pero nunca llegaba, igual que tampoco lo hizo gran parte de Europa. “Bromeábamos y decíamos: va a haber una guerra, vamos a tener que tomar las armas”, nos cuenta mirando a Anass, buscando una validación que solo puede aportarle alguien que hace apenas 6 meses era un completo desconocido pero que, en su nueva etapa en Soria, se ha convertido en un bote salvavidas enmedio de un naufragio.
Cuando la eterna amenaza se convirtió finalmente en realidad su mente pasó a estar ocupada por un único pensamiento: “Sobrevivir, solo pensé en sobrevivir. Veía a la gente saliendo del país pero no entendía qué hacer. Primero quería irme a una ciudad segura, luego a un país seguro y ahí es donde ya empiezas a ver la luz al final del túnel”.
Estamos junto al comedor del albergue, reconvertido en sala común y clase de español. “Mi ciudad está en la frontera con Rusia y bombardean cada día y con todas las armas posibles”, nos cuenta Ganna con lágrimas contenidas en los ojos, alejándose de la puerta del comedor que les permite a ella y a su hija vigilarse mutuamente. Mientras la pequeña colorea, su madre recuerda unos eventos que ya han transformado para siempre el destino de su familia.
Las dos aguantaron todo lo que pudieron en Járkov, su ciudad de origen. De hecho, no se decidieron a salir hasta el mes de junio, pero el peligro acechaba constantemente por la cercanía de la frontera con Rusia y la situación se tornó insostenible. En Ucrania, esta fotógrafa no solo tuvo que dejar a su marido, a sus padres y a todos sus amigos; también tuvo que abandonar una prolongación de su ser. Su cámara sigue allí y por lo que indica el temblor en sus palabras, no cree que vaya a poder recuperar pronto este objeto que ayudaba a definir quién era ella antes de que la guerra la convirtiera en refugiada.
Oleksandra mantiene una alentadora sonrisa en su cara. Parece que no ha perdido la esperanza. Ni la de regresar a Ucrania ni la de quizás, algún día, encontrar en España trabajo de lo suyo. Esta guionista y productora de cine tomó hace 7 años un curso de español que, de forma inesperada, le ha abierto muchas más puertas de las que pensaba. Ahora puede hablar con nosotras con tan solo un poquito de ayuda y decirnos que “si tuviera que quedarse aquí, también sería feliz”. Y todo, porque “así es la vida”.
Esta entereza que no le abandona hizo que, cuando las tropas rusas comenzaron a asediar la provincia de Kiev, en la primera etapa de una guerra que los expertos tachaban de relámpago y en la que el dominio del invasor parecía claro y aplastante, ella tuviera muy claro qué hacer. Abandonó el país con su madre, su hermana y su hijo y no intentó, si quiera, esperar a que las dos películas en las que tanto había trabajado vieran la luz por primera vez en las salas de cine de Kiev.
Incluso ahora que la capital ha sido recuperada por el ejército ucraniano, su mundo todavía no ha podido volver a su curso normal. Nos cuenta, quebrándose un poco por primera vez, que el estreno de sus películas se había programado para el 10 de octubre, incluso a pesar de que su creadora se encontrara a miles de kilómetros. En Kiev había comenzado a respirarse una normalidad que invitaba a recuperar un pequeño vestigio del ocio que antes disfrutaban, pero a pocas horas de comenzar el espectáculo, los bombardeos se reanudaron y obligaron a vaciar de nuevo las salas.
Es difícil pensar que alguna de estas cuatro personas creerían hace un año que un pueblo en la provincia más despoblada de España se iba a convertir en su nuevo hogar. Pero como la vida nunca se detiene del todo, ahora son 44 las personas que tratan de seguir adelante en El Burgo de Osma sin todo lo que se vieron obligados a abandonar. Algunos, como Ganna y Oleksandra, residen en el albergue, mientras que otros como Karim y Anass han alcanzado el objetivo último del programa y viven en un piso compartido que les acerca a una vida autónoma. Ellos son dos de los pocos hombres en el programa. Al no contar con la nacionalidad ucraniana, la prohibición de abandonar el país a los varones impuesta por el gobierno no les afectó, proporcionándoles la posibilidad de comenzar de cero, otra vez.
La mayor parte de las personas que se alojan en El Burgo son mujeres con niños. Allí están escolarizados 13 de los 96 menores ucranianos refugiados que van al colegio en la provincia. Todos los adultos están matriculados en el curso de español para extranjeros de la escuela de adultos.
La guerra no solo ha puesto patas arriba la vida de todos los ucranianos. Millones de voluntarios se han lanzado a ayudar desde el estallido de la guerra. Algunos, en las fronteras de Ucrania, recogieron los pedazos de todas las personas que llegaban a un nuevo país después de un camino marcado por los sacrificios. Otros, desde el Burgo de Osma, hacen su nuevo día a día más fácil, una tarea repleta de retos. “El primer día vinieron 30 personas, no sabíamos cómo hacerlo, queríamos ayudar pero teníamos la barrera del idioma”, asegura David Crespo, voluntario y presidente de Cruz Roja El Burgo.
Ellos se vieron respaldados desde el primer momento por el Consistorio, que cedió de forma gratuita la gestión del albergue municipal. Gervasio Palomar, coordinador de la entidad, asistió a la firma de este convenio. “Decíamos, es un albergue de emergencia y si dura más de un año, ya no es una emergencia, pero esto no tiene pinta de arreglarse de aquí a abril", lamenta.
Pero nada, desde la consecución de objetos necesarios para el día a día hasta la búsqueda de empleo, habría sido posible sin la solidaridad de los burgenses, que se han volcado con la causa. Ropa, material escolar, gafas o dentistas, todo ha sido gratis para ellos y se han dado casos en los que algunos empresarios de la localidad han creado puestos de trabajo expresamente para estos refugiados.
Aun así, Gervasio reconoce que para ellos no es fácil olvidar su carrera, su vocación y sus estudios y empezar de cero en un puesto de trabajo completamente distinto, una barrera mental a la que hay que sumarle la lingüístia. Aparte de la tramitación de su documentación, en el albergue disponen de ayuda para solventar este último obstáculo. Dos ucranianas asentadas en España desde hace años les ayudan a conectar con su nueva realidad. "Entienden nuestra cultura, nos hacen sentir como en casa y transmiten nuestros probemas y deseos", dice Ganna, sin parar de agradecer con la mirada a Valentyna Bondarenko, una de estas monitoras.
Agradecimiento es algo que se percibe en la voz de todos ellos. Dos mujeres dedicadas al arte y dos hombres que simplemente pedían algo de tiempo para encontrar su camino. Pero aunque aquí se sienten a salvo, no viven en una burbuja. Sus seres queridos siguen en peligro y saben que la vida que solían tener ya no va a volver a existir. Mientras 15 de los refugiados que han pasado por El Burgo han vuelto a su país, Ganna, por ahora, lo da por perdido. De momento, se conforma con recuperar su cámara para fotografiar la belleza de su nuevo hogar.
Karim y Anass no quieren volver a tener que empezar de cero. Quieren formarse aquí para acceder a un futuro mejor y, sobre todo, que el universo les permita asentarse por fin. "La vida sigue avanzando y necesitas hacer algo con ella, aprovecharla", dice Karim. Oleksandra sueña con poder asistir al estreno de esas películas que nunca llegaron a ver la luz o, al menos, disfrutarlas desde una sala de cine en su Ucrania natal.
Ganna nos desea suerte, que siempre tengamos todas las posibilidades que queremos y nos pide que no dejemos de escribir sobre esta guerra para que nadie, nunca, se olvide de ellos y todo lo que tuvieron que abandonar.