Tenemos por delante una ruta fácil, sin apenas pendiente, en donde recorreremos poco más de 13,5 kilómetros. Comenzaremos en Espeja de San Marcelino para visitar las espectaculares ruinas del convento de Santa María de los Jerónimos. Continuaremos por Orillares y sus cuevas, fruto de la erosión, para finalizar en el desfiladero de La Torca y disfrutar de sus impresionante vistas de vértigo, y de la primera vía ferrata de toda la Comunidad de Castilla y León.
Nos calzamos las botas de montaña, nos ponemos algo abrigo y ropa cómoda, y, por supuesto, que no se nos olvide la mochila con comida, agua y, sobre todo, la cámara de fotos para poder capturar los maravillosos paisajes de los que vamos a disfrutar durante la ruta de este mes.
Salimos desde Soria y ponemos rumbo por la N-234 hacia Espeja de San Marcelino. Nos espera una hora de camino en coche. El tiempo se pasa rápido porque mientras alcanzamos nuestro punto de partida tenemos la oportunidad de disfrutar de espectaculares paisaje que vamos dejando a nuestro paso.
Una vez hemos aparcado nuestro vehículo, comenzaremos nuestra caminata. En esta ocasión tenemos por delante 13,56 kilómetros. Es una ruta fácil, sin apenas pendiente, por lo que cualquier persona que esté medianamente en forma puede realizarla sin ningún tipo de problema. Tendremos la suerte de pasar por preciosos paisajes para inmortalizar en nuestra mente, y nuestra cámara. Para empezar, pasaremos por el término de Guijosa, donde nos dejaremos deslumbrar por las ruinas del convento de Santa María de los Jerónimos, lugar al que llegan tímidamente las aguas del río Pilde.
Fundado en el siglo XV, contaba con una gran superficie ocupada por huertos, frutales y establos, que hoy en día unicamente podemos dibujar con la imaginación. Sin embargo, se puede saber que la iglesia era de estilo gótico. La planta era de cruz latina orientada con la cabecera hacia el este. La nave estaba dividida en cuatro tramos, cada una con tendencia cuadrada y cubiertas con bóvedas estrelladas propias del siglo XVI. Construida con mampostería en muros y sillar en contrafuertes. Aunque las proporciones externas eran propias del gótico, sus estrechas arpilleras denotan influencia de estilos anteriores. En el muro del hastial, el único que se conserva actualmente, se puede observar un ventanal con tracería del siglo XVI, del mismo estilo que presentaba el muro sur de la iglesia de Espeja, y en su parte superior se puede contemplar el escudo heráldico del obispo Diego de Avellaneda, con el capelo y demás atributos propios de su orden.
El motivo de que apenas quede una de las fachadas en pie es el proceso de desamortización de los bienes eclesiásticos iniciada en el año 1821, a la vez que se produjo la supresión de las órdenes religiosas. Fue finalmente en 1939 cuando se procedió a la demolición de la iglesia por las gentes de la zona, ante la posibilidad del regreso de los monjes y la pérdida de las tierras.
Tras quedar perplejos por la magnitud del muro en pie, que nos lleva a pensar lo que fue el convento y la extensión de su propiedad, proseguimos nuestro camino. Nos dejamos encandilar por las tierras de cereal que recorremos hasta alcanzar el próximo destino, el cañón del río Pilde, al lado del municipio de Orillares. El paisaje es de lo más variopinto. Una mezcla entre los campos llanos, que bien podrían ser una escena de los poemas de Machado, ‘Campos de Castilla’, para en apenas unos metros encontrarnos en medio de una garganta rocosa. Nuestros pasos son observados desde lo alto de la paredes por unos buitres. No están muy lejos, por lo que se puede ver bien donde están sus nidos. Finalmente llegamos a unas llamativas cuevas. Por algunas de ellas, el río ha hecho su función provocando la erosión de la roca. Los múltiples agujeros que se dibujan nos permiten dejar volar nuevamente nuestra mente e imaginarnos un queso gruyer. Incluso, podemos meternos en ellos y disfrutar de una sesión de fotos.
Nos permitimos demorarnos un rato y disfrutar de un refrescante remojado de los pies, previo a proseguir. Pero, antes de continuar, es muy importante aprovechar esta breve pausa para llenar un poco la tripa, hidratarnos y respirar aire puro.
Ahora nos encontramos a escasos minutos andando de Orillares, y no podemos desaprovechar la oportunidad de pasar por el municipio. Una vez entramos en el asfalto, unos simpáticos burros, que se encuentran en una finca, se acercan a saludarnos. Después de ofrecerles algo de comida, que nos ha sobrado de nuestro almuerzo, no podemos dejar dar una vuelta por las tranquilas calles del pueblo y disfrutar de su arte vecinal. Casi todas las casas, en la entrada o fachada, tienen una teja colgada decorada con ingeniosos y artísticos motivos que ha pintado la gente del pueblo. Tras dar un paseo por la localidad, donde, además, hemos tenido la oportunidad de disfrutar de una agradable conversación con los vecinos, volvemos a poner rumbo hacia Espeja.
Desde allí, nos dirigiremos al desfiladero de La Torca. Entre sus muros se esconde la primera vía ferrata de Castilla y León, creada en agosto de 2008. Aunque se encuentra casi completamente oculta, deja entrever algunos tramos por los que pasan los aventureros, quienes, desde que comienzan su escalada permanecen prácticamente ocultos durante casi todo el recorrido, como si no quisieran que nadie les molestase.
Seguimos descubriendo la zona, y subimos una pequeña colina conocida por los vecinos de la zona como el Castillo, nombre que recibió debido a la atalaya que hay en su cumbre. Sobre el cerro se yergue la atalaya islámica del siglo X, primer vestigio bien visible de los primeros asentamientos en el pueblo. Se puede acceder por un sencillo camino que se encuentra justo al lado de las ruinas de la ermita de San Roque. Para ascender, tendremos que subir unos cuantos escalones. Una vez arriba, es obligatorio darse la vuelta para contemplar la sierra de Costalago y el Pico de Navas, del parque natural del Cañón del Río Lobos.
Si volvemos a girarnos, unos pasos por delante tenemos una barandilla que nos llevará al desfiladero de La Torca, conocido en el pueblo como La Pasarela. Desde allí, podemos disfrutar del sonido de la caída del agua del río mientras nuestros ojos quedan asombrados ante la belleza del paisaje de la vega y sus campos.
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