Los sonidos del Paso del Fuego

El Paso del Fuego de San Pedro Manrique es un ritual milenario que despierta la fascinación del mundo entero. Y es que en poco más de media hora logra devolver a cualquiera a las raíces mismas de la humanidad y le hace entender, sin necesidad de palabras, por qué el fuego lleva miles de años simbolizando a la vez destrucción, purificación y renovación.

Y aunque los ojos de miles de personas cada año están puestos en los brillos de la incandescente alfombra y los pies de los sampedranos, muchos dejan de lado un sentido que permite entender del todo este ritual: el oído. Porque, ¿a qué suena el Paso del Fuego?

Primero, esta tradición suena a madera sobre madera. Madera que comienza a recogerse meses antes, en una preparación que siempre se hace eterna. Madera que en la noche de San Juan está destinada a brillar más que cualquier otra y que empieza formando una pila perfecta. Ni una voz se oye en el anfiteatro cuando avanza la tarde y llega el momento de encender el fuego, cuyas grandes llamas despejan con rapidez las áreas inferiores del recinto. El crepiteo de la luminaria entretiene a sampedranos y curiosos que se reúnen entorno a la Virgen de la Peña esperando con ansia que llegue la media noche, como si su sola presencia pudiera acelerar el tiempo.

La calma que invade el anfiteatro mientras se consumen poco a poco las dos toneladas de madera se esfuma cuando la música hace su entrada triunfal, para recordar a los presentes que San Juan es un día de fiesta. Los gaiteros llegan para poner banda sonora a la espera que para muchos dura ya horas. Mientras tanto, la noche ya se ha cerrado y la luna y las luces del recinto iluminan para los más observadores los restos de ceniza que caen, como si de nieve se tratase, sobre todos los presentes. Es en ese momento cuando las llamas de la hoguera convertida en alfombra desaparecen y las ascuas se van tornando de rojizas a los grises, simbolizando el comienzo de la cuenta atrás.

Al llegar el momento de comenzar el ritual, las móndidas hacen su entrada triunfal en el anfiteatro y todo queda opacado por cientos de murmullos y vítores que las arropan y las reconocen como protagonistas de las fiestas. Pero es a partir de las 12 de la noche cuando empieza el silencio más ruidoso que alguien pueda escuchar jamás, un concepto que es imposible de entender para aquellos que no han estado en San Pedro Manrique durante la noche más mágica del año. Un silencio que pide a gritos ser escuchado, clamando en cada paso los sentimientos más profundos de todos los sampedranos que cruzan las ascuas. Porque con cada paso se transmite un mensaje distinto, se deja atrás una etapa, se pide por un nuevo comienzo o se ruega no olvidar. Todo, sin necesitar una sola palabra.

Y aunque cada intervención es única e irrepetible todas siguen un mismo esquema que los presentes llevarán en su memoria durante el resto de sus vidas. Primero, la ceremonial música. Luego, los gritos de los presentes a los que les siguen las peticiones de silencio. Con el primer paso se oyen los sonidos de la noche y los disimulados murmullos de tensión e incredulidad, acompañados de un acompasado 1, 2, 3, 4... y así hasta que el valiente pasador cruza los 3 metros y medio que le separan del otro lado para desatar los llantos, los abrazos y una sensación de euforia colectiva e íntima a la vez que se apodera del anfiteatro.

San Pedro Manrique revivió ayer esta ceremonia 22 veces bajo la atenta mirada de miles de personas. Y espero que cada noche de San Juan, durante el resto de milenios que le queden de vida a estra tradición, nadie pase por alto los incomparables sonidos que convierten este ritual en uno de los más especiales del mundo.

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