El Ateneo fue uno de los principales motores culturales de Soria entre 1880 y 1936. Un momento en el que la ciudad se enfrentó a desgracias, cambios, expolios y fue consciente de sus limitaciones para ofrecer un futuro.
Hace 150 años, un grupo de socios del Casino Numancia se aburrió de lo mismo de siempre. Así explica Juan Antonio Gómez-Barrera, arqueólogo, historiador e investigador, el surgimiento del Ateneo de Soria. Estos hombres crearon una agrupación dentro del Casino dedicada al conocimiento, que llegaría a convertirse en motor cultural de la capital. Y así, algo tan simple como querer saber más, transformó para siempre la vida social soriana.
Pero en esta historia de medio siglo de cultura y reivindicación social, como reza el subtítulo del libro en el que el historiador plasmó a este ‘club’ para la posteridad, “no todo es Ateneo”. Porque esta no fue la única agrupación que surgió en Soria en pleno auge del ‘asociacionismo’, esa idea que invitaba a juntarse para que “los que sabían enseñaran y los otros, aprendieran”.
Existía un triángulo imaginario que conectaba el Círculo de la Constancia (en el ‘Estrecho’ de El Collado), el Círculo Soriano (en la calle Teatinos, que terminó bautizada como ‘del Círculo’) y el actual Casino, que albergaba los todavía independientes Numancia y Círculo de la Amistad. Y en una época en la que “no había fútbol, cine y apenas teatro”, estas tres sedes culturales delimitaban el centro neurálgico de la capital. Tanto era así, que los horarios de la ciudad los marcaba una campanilla: “En los descansos de las obras de teatro de la calle del Círculo, tocaban el timbre porque la gente aprovechaba para dar su vuelta al Collado, ver quién salía del Casino o a la chica esa que venía por ahí, y luego tocaban el timbre y volvían todos otra vez”.
Todas las artes y ramas del conocimiento tuvieron cabida en el centro de la capital: asociaciones de bibliófilos, Ateneo Científico, Ateneo literario... “¿Te imaginas hoy en día un sábado a las 11 de la noche una conferencia en el Casino y que la sala esté llena?”, dice Barrera.
Pero no se puede, ni se debe ver la historia como una serie de cosas que pasan una detrás de otra porque sí. Sería imposible entender el por qué, el cómo y el cuándo del Ateneo, su esencia y su razón de ser, ignorando el momento que atravesaba la provincia. “Incendios desgraciados, que se lleven las pinturas de San Baudelio, la propuesta del cambio de nombre de la provincia, la insalubridad en las casas, que no había salidas para los jóvenes... Todo esto genera un ambiente que adorna y pone paredes al edificio, es su magia”, señala Barrera.
Teniendo las “paredes”, solo queda darle vida al edificio y al Ateneo se la daban sus ilustres miembros, entre los que destacaron nombres como Gerardo Diego, Mariano Granados, José Tudela o Blas Taracena. Altamente concienciados con el desarrollo de la ciudad y la reivindicación social, muchos llegaron a Soria en los inicios de su carrera, sucumbiendo a ese aura magnética que tiene Soria -“todavía hoy”- y que hace que cientos de profesionales inquietos “se estrenen aquí”, aunque, igual que entonces, terminen viéndose obligados a marcharse: “La inocencia del comienzo es maravillosa y permite que se hagan cosas brutales, que estés al día, que te asocies, que trabajes muchísimo y que aportes allá donde estés, eres un ente abierto”.
En el Ateneo se mezclaba gente joven “muy liberal”, con gente vete- rana, “casi todos ellos de agrarias, muy conserva- dores”; aunque los primeros “no dejaban de ser hijos de los padres”. Las mujeres también forma- ron parte, y aunque fueron pocas, no más de seis o siete, “poco a poco se iban metiendo, actuando en las obras de teatro y conciertos, y acudiendo a conferencias”. Gracias a sus nuevas investigaciones, el historiador ha podido constatar la implicación de más de 200 mujeres en esta historia.
Aunque el Ateneo apareció y desapareció varias veces a lo largo de 50 años, acabó siendo una víctima más de la Guerra Civil, en lo que sería su adiós definitivo. En 1941, Serrano Súñer, cuñado de Franco, escribió al gobernador de Soria, preguntándole si existía un Ateneo. Él, que había llegado a escribir la crónica de alguna de sus conferencias, dijo que no recordaba nada, que tan solo “le sonaba” una entidad presidida por un hombre ya fallecido. Y así, “el Ateneo se perdió”, pero no del todo.
Barrera había leído sobre una habitación cerrada en la antigua biblioteca de Soria durante la época de la posguerra a la que llamaban ‘El Infierno’, y en la que sospechaba que estaba la colección del Ateneo. Y aunque no logró dar con ella, sí encontró, sellado por la antigua biblioteca, el catálogo (único documento “importante” que ha localizado de la institución) que registraba sus libros, dejando constancia del conocimiento que habían aportado a la capital.
La primera edición de ‘El Ateneo de Soria’ arrojó luz sobre esta agrupación, pero ahora Barrera ha podido profundizar, corregir, ampliar y hacer cierta ‘justicia histórica’ con contenidos y personajes que habían sido erróneamente citados u olvidados. A pesar de llegar a ella por casualidad, terminó redescubriendo una entidad que tenía como razón de ser no dejar nunca de descubrir. Y por eso -y para “justificarse”- ha dejado un rastro de notas ‘al pie’, para que nuevos investigadores recojan el testigo.
El conocimiento del Ateneo quedó encerrado en una habitación con llave, poniendo fin a 50 años en los que Soria no podía entenderse del todo sin el Ateneo, ni el Ateneo, sin Soria. Con esta nueva edición, igual que hizo hace 20 años, el historiador abre esta puerta. Serán los sorianos los que tendrán que dejarlo salir.