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Pesadilla de una noche de verano

Pesadilla de una noche de verano

Actualizado 31/08/2023 12:11

Enrique Rubio, desde Berlanga para Soria Noticias

Ahora que algunos de nuestros pueblos han vuelto a la monotonía silenciosa después de la algarabía estival, quedan muchas preguntas que resuenan en las calles y rincones. Seguramente se repetirán al próximo año muchas de ellas, realizadas por los mismos o por distintos interlocutores, pero serán las mismas.

Los “¿hasta cuándo os quedáis?” comenzaran la conversación después de un invierno sin vernos, para gradualmente ir profundizando en aspectos más personales que llevan a indagar desde el modelo de coche nuevo recientemente adquirido para poder entrar en el centro de la gran ciudad al coste de la subida de los intereses de la hipoteca. Aparecerán adultos nuevos que el año pasado eran adolescentes y adolescentes que eran niños por los municipios de nuestro mundo rural, a los que se interpelara con la naturalidad cercana del “¿y tú de quién eres?” para cerrar los círculos genealógicos que la separación del lugar de origen ha generado y orientar a los despistados ancianos que quieren mantener los recuerdos.

Se volverá a la cercanía y la interactuación interfamiliar e intergeneracional que los pueblos fomentan. Y parecerá que no han pasado once meses. Se sacaran las sillas a la calle y se forjaran otra vez lazos nunca rotos, el que fue bebé el pasado verano volverá “hecho un mocito” y mientras se le enseñan las inocentes bromas didácticas tendrá que responder al “¿a quién quieres más, a mamá o a papá?”

Haremos un problema de necesidad, de consejo de sabios, el arreglo de un neumático de bicicleta que finalmente y con la colaboración conjunta concluirá en feliz viaje colectivo sin casco para llegar al pueblo de al lado a modo de aventura. Sin saber que la aventura va a llegar cuando se vuelva a casa y en la ducha de antes de cenar el primer esforzado de la ruta dé la voz de alarma del “¡no hay agua! “

Justo antes de la cena en ese pequeño pueblo, que no existe, correrá rauda, con débil cobertura de telefonía móvil, la noticia del dramático momento.

La noche se solventará por medios propios cogiendo agua de la fuente, “qué tiene un chorro que da gloria”, y se volverá al siglo XIX por unas horas, aunque con luz eléctrica y algunas cosas más que en ese momento no resultaran relevantes.

Al día siguiente el depósito que no ha dado abasto a surtir de agua a todos los visitantes, se habrá repuesto de la incidencia y surtirá de nuevo de agua corriente a las casas, que en otra época fueron hogares, y que ahora llenan los descendientes de sus moradores. Y el consejo de sabios que arregló con éxito el pinchazo de la bicicleta buscará soluciones.

Se hablará con el munícipe regidor de los siete vecinos que mantienen el pueblo latente durante once meses para que aborde la solución. Y se responderá la pregunta de “¿hasta cuándo os quedáis?” con la dolorosa afirmación de “no sé cómo podéis vivir así”.

Pero aún con el peso de la lapidaria respuesta se tratara de buscar una solución. Con lo que se planteará la solución de la obra necesaria para garantizar suministro abundante a los cientosetentayocho que somos en el pueblo. Y en este punto, pueden pasar dos cosas, que haya perras o que no, cuestión que depende de los recursos, pinos, tierras, molinos y demás que tenga el pueblo. Aquí cambiaremos el “¿y tú de quién eres?” por el “¿y tú de dónde eres?”.

Así se buscara cómo conseguir los recursos necesarios para llegar a esos mínimos, a los que los medios de los que dispone el pueblo no llegan, y se repetirá la cuestión de los empadronamientos, pues seguro que los recursos aumentarían en caso de ser más. Y surge la cruel pregunta ¿a quién quieres más, a mamá o a papá? Cruel e injusta para cualquiera y siempre mal intencionada, de las que por educación no se deberían de hacer, pero que es la única a la que se puede asimilar la crueldad que supone tener que elegir que el lugar de empadronamiento, un trámite administrativo, condene al ostracismo y la falta de recursos a un pueblo. Son muchas las razones por las que alguien ha de residir en dos lugares, y su corazón puede estar justo en el que no pasa la mayor parte del tiempo y donde además es totalmente necesario numéricamente, incluso puede estar de acuerdo en que no sean sus impuestos los que beneficien al lugar en el que más tiempo pasa, pero para ello ha de renunciar a los privilegios en cuanto a servicios que en las megapoblaciones son fáciles de costear cuando opta al empadronamiento rural.

Quizá, al menos para los pequeños pueblos que sirven para recargar las pilas de libertad y raíces que tan necesarias son en esta sociedad, la solución sería poder optar por una suerte de empadronamiento compartido en el que los impuestos recaudados redunden en beneficio no sólo del más grande, ayudando con ello al sostenimiento del territorio y quizá, a que al próximo año no falte agua en la ducha ningún día.

La historia de ficción que aquí se relata no está basada en hechos reales. Pero podría.

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